31.7.05

Che Guevara, la máquina de matar


 Este texto es un amplio extracto de un artículo escrito por el autor, originalmente en inglés, y publicado en la revista norteamericana 'The Republic' con el título 'The killing machine'. La traducción es de Eva Cruz. Álvaro Vargas Llosa pasa una mirada crítica a la vida revolucionaria de Ernesto Che Guevara (1928-1967).

 Che Guevara, quien tanto hizo por destruir el capitalismo, es hoy una marca quintaesencial del capitalismo. Su imagen es adorno de tazas, mecheros, llaveros, carteras, gorras, pantalones vaqueros, sobres de infusiones y, por supuesto, esas omnipresentes camisetas con la fotografía tomada por Alberto Korda: el galán del socialismo, con gorra, en los primeros años de la revolución, pasando casualmente por delante del visor del fotógrafo y quedando fijado en la imagen que, treinta años después de su muerte, sigue siendo el logo del chicrevolucionario.

 Los productos Che son comercializados tanto por grandes corporaciones como por pequeños negocios, como la Burlington Coat Factory, que sacó un anuncio de televisión en el que un muchacho con pantalones militares llevaba una camiseta del Che. Los revolucionarios también se apuntan a este frenesí de la mercadotecnia: desde The Che Store, que cubre "todas tus necesidades revolucionarias" por Internet, hasta el escritor italiano Gianni Minà, que vendió a Robert Redford los derechos cinematográficos del diario que escribió el Che en su viaje por Suramérica en 1952. Por no hablar de Alberto Granado, que acompañó al Che en ese viaje de juventud, trabaja como asesor de documentalistas y ahora lamenta, mientras consume vino de rioja y magret de pato en Madrid, que por culpa del embargo norteamericano contra Cuba le resulta difícil cobrar sus derechos de autor.

 La metamorfosis del Che Guevara a marca capitalista no es nueva, pero la marca está siendo objeto de una operación de revival en los últimos tiempos, y se trata de un revival especialmente notable porque llega años después del colapso político e ideológico de todo lo que Guevara representaba. Este éxito inopinado se debe fundamentalmente a Diarios de motocicleta, la película producida por Robert Redford y dirigida por Walter Salles. Hermosamente rodada en paisajes que han logrado evitar los efectos corrosivos del capitalismo contaminante, la película muestra al joven en un viaje de autodescubrimiento, cuando su incipiente conciencia social se topa con la explotación social y económica -sentando las bases para una reinvención de nuevo cuño del hombre al que Sartre un día calificó como el más completo de nuestra era.

 Es habitual entre los seguidores de una secta no conocer la historia real de la vida de su héroe, la verdad histórica. No es sorprendente que los seguidores contemporáneos de Guevara, sus nuevos admiradores poscomunistas, también se engañen aferrándose a un mito -excepto los jóvenes argentinos entre los que cunde la expresión "tengo una remera [camiseta] del Che y no sé por qué".

¿Faro de la justicia?

 Pensemos en algunas de las personas que han exhibido o invocado la imagen de Guevara como un faro de la justicia y la rebelión contra el abuso de poder. En Líbano, los manifestantes que protestaban contra Siria frente a la tumba del primer ministro Rafiq Hariri portaban la imagen del Che. Thierry Henry, un futbolista francés que juega en el Arsenal, apareció en una gran fiesta organizada por la FIFA con una camiseta roja y negra del Che. En Stavropol, en el sur de Rusia, los manifestantes que denunciaban el pago en efectivo de ayudas sociales tomaron la plaza central con banderas del Che. En el campo de refugiados de Dheisheh, en la franja de Gaza, carteles del Che adornan un muro en el que se rinde tributo a la Intifada. Leung Kwok-hung, el rebelde elegido para el Congreso Legislativo de Hong Kong, desafía a Pekín vistiendo una camiseta del Che. Y el caso más célebre, en la ceremonia de entrega de los Premios de la Academia de Hollywood de este año, Carlos Santana y Antonio Banderas interpretaron la canción de Diarios de motocicleta, y Santana apareció con una camiseta del Che y un crucifijo. Las manifestaciones de la nueva secta están por todas partes. Una vez más, el mito está animando a personas cuyas causas, en general, representan exactamente lo contrario de lo que era el Che Guevara.

 No hay hombre que no tenga alguna cualidad que le redima. En el caso del Che, esas cualidades pueden ayudarnos a medir el abismo que separa la realidad del mito. Su sinceridad le condujo a dejar testimonio escrito de sus crueldades, incluyendo cosas verdaderamente horrendas, aunque no las más horrendas. Su coraje le llevó a que no viviera para asumir la responsabilidad por el infierno cubano. Un mito puede comunicar tanto acerca de una época como la verdad. Y así, gracias a los propios testimonios del Che acerca de sus pensamientos y acciones, y gracias también a su prematura desaparición, podemos saber exactamente el grado de engaño que muchos de nuestros contemporáneos tienen acerca de tantas cosas.

 Puede que Guevara estuviera enamorado de su propia muerte, pero estaba mucho más enamorado de la muerte de los demás. En abril de 1967, hablando desde la experiencia, resumía su idea homicida de la justicia en su Mensaje a la tricontinental: "El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar".

 En otras ocasiones, el joven bohemio parecía incapaz de distinguir entre la ligereza de la muerte como espectáculo y la tragedia de las víctimas de la revolución. En una carta a su madre de 1954, escrita en Guatemala, donde fue testigo del derrocamiento del Gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, escribió: "Fue muy divertido, con todas aquellas bombas, discursos y otras distracciones que rompían la monotonía en la que estaba viviendo".

 La disposición de Guevara cuando viajó con Castro de México a Cuba a bordo del Granma queda reflejada en una frase de una carta a su mujer redactada el 28 de enero de 1957, poco después de desembarcar, y publicada en su libro Ernesto: Memorias del Che Guevara en Sierra Maestra: "Aquí, en la selva cubana, vivo y sediento de sangre".

 En enero de 1957, como indica su diario de Sierra Maestra, Guevara mató de un disparo a Eutimio Guerra porque sospechaba que estaba pasando información al enemigo: "Acabé con el problema con una pistola del calibre 32, en el lado derecho de su cerebro... Sus pertenencias ahora son mías". Luego dispararía a Aristidio, un campesino que expresó su deseo de abandonar la lucha cuando los rebeldes se trasladaran a otro lugar. Mientras se preguntaba si esta víctima en concreto "realmente era lo suficientemente culpable como para merecer la muerte", no le tembló el pulso a la hora de ordenar el asesinato de Echevarría, hermano de uno de sus camaradas, por crímenes no especificados: "Tenía que pagar el precio". En otras ocasiones simulaba ejecuciones, aunque no las llevara a cabo, como método de tortura psicológica.

Fusilamientos en La Cabaña

 Pero la "fría máquina de matar" no demostró todo el alcance de su rigor hasta que, inmediatamente después de la caída del régimen de Batista, Castro lo puso al frente de la prisión de La Cabaña. San Carlos de la Cabaña era una fortaleza de piedra utilizada para defender La Habana de los piratas ingleses en el siglo XVIII; más tarde se convirtió en un barracón militar. Guevara presidió, durante la primera mitad de 1959, uno de los momentos más oscuros de la revolución. José Vilasuso, abogado y profesor de la Universidad Interamericana de Bayamón, en Puerto Rico, que perteneció al organismo a cargo de los procesos judiciales sumarios en La Cabaña, me contó hace poco que el Che dirigía la Comisión Depuradora. "Se regía por la ley de La Sierra, tribunal militar, de hecho y no jurídico, y el Che nos recomendaba guiarnos por la convicción. Esto es, sabemos que: 'Todos son unos asesinos, luego proceder radicalmente es lo revolucionario'. Mi función era de instructor. Es decir, legalizar profesionalmente la causa y pasarla al ministerio fiscal. Se fusilaba de lunes a viernes. Las ejecuciones se llevaban a cabo de madrugada, poco después de dictar sentencia y declarar sin lugar (de oficio) la apelación. La noche más siniestra que recuerdo se ejecutó a siete hombres".

 Javier Arzuaga, el capellán vasco que consolaba a los condenados a muerte, habló conmigo recientemente desde su casa de Puerto Rico. Este ex cura católico que ahora tiene 75 años y que se define como "más cercano a Leonardo Boff y a la Teología de la Liberación que al antiguo cardenal Ratzinger", recuerda que había alrededor de 800 prisioneros en un espacio donde no cabían más de 300: antiguos militares y policías de Batista, algunos periodistas, unos pocos hombres de negocios y comerciantes. El tribunal revolucionario estaba compuesto por milicianos. Guevara presidía el tribunal de apelaciones. "Nunca anuló ninguna condena. Después de que yo me fuera, en mayo, ejecutaron a muchos más, pero yo personalmente fui testigo de 55 ejecuciones".

 ¿Cuántas personas fueron asesinadas en La Cabaña? Pedro Corzo da una cifra de unos 200, similar a la ofrecida por Armando Lago, un catedrático de economía jubilado que ha elaborado una lista con 179 nombres como parte de un estudio sobre las ejecuciones en Cuba que le ha llevado ocho años. En cables secretos enviados por la Embajada estadounidense en La Habana al Departamento de Estado en Washington se hablaba de "más de 500" ejecuciones. Félix Rodríguez, un agente de la CIA que formó parte del equipo encargado de dar caza al Che en Bolivia, me contó que se enfrentó al Che tras su captura recriminándole las "más o menos 2.000" ejecuciones de las que fue responsable a lo largo de su vida. "Me dijo que eran todos agentes de la CIA y no discutió la cifra", recuerda Rodríguez. Las cifras más altas podrían incluir ejecuciones llevadas a cabo en los meses después de que el Che dejara de estar al mando de la prisión.

 Lo que nos devuelve a Carlos Santana y su chic vestimenta Che. En una carta abierta publicada en El Nuevo Herald el 31 de marzo de este año, el gran músico de jazz Paquito D'Rivera criticaba a Santana por su atuendo en los Oscar. Y añadió: " Uno de estos cubanos fue mi primo Bebo, preso allí precisamente por ser cristiano. Él me cuenta siempre con amargura cómo escuchaba desde su celda en la madrugada los fusilamientos sin juicio de muchos que morían gritando '¡Viva Cristo Rey!".

 El ansia de poder del Che tenía otras formas de expresión, además del asesinato. Escribiendo sobre Pedro de Valdivia, el conquistador de Chile, Guevara reflexionaba: "Pertenecía a esa clase especial de hombres que la especie produce de vez en cuando, en quienes el anhelo de poder ilimitado es tan extremo que cualquier sufrimiento padecido para lograrlo parece natural". Podría haber estado describiéndose a sí mismo. En cada etapa de su vida adulta, su megalomanía se manifestó en una urgencia depredadora por arrebatar a otras personas sus vidas y sus posesiones, y por abolir su libre albedrío.

Obsesión por controlar

 La obsesión del Che por el control colectivista le llevó a colaborar en la formación del aparato de seguridad que se montó con objeto de subyugar a seis millones y medio de cubanos. A principios de 1959 tuvieron lugar una serie de reuniones secretas en Tarará, cerca de La Habana, en la mansión a la que el Che se retiró temporalmente para recuperarse de una enfermedad. Ahí fue donde los líderes más importantes, incluyendo a Castro, diseñaron el Estado policial cubano. Ramiro Valdés, subordinado del Che en la guerrilla, fue puesto al frente del G-2, un organismo creado a partir del modelo de la Checa. El propio Guevara asumió el poder del G-6, el organismo encargado de adoctrinar ideológicamente a las fuerzas armadas. La invasión de Bahía de Cochinos, llevada a cabo con apoyo estadounidense en abril de 1961, se convirtió en la ocasión perfecta para consolidar el nuevo Estado policial, con la captura de cientos de miles de cubanos y una nueva oleada de ejecuciones. Como el propio Guevara le contó al embajador soviético Sergei Kudriavtsev, los contrarrevolucionarios "no volverían a levantar cabeza".

 "Contrarrevolucionario" es el término que se aplicaba a cualquiera que se desviara del dogma. Era el sinónimo comunista de "hereje". Los campos de concentración eran una de las formas que el poder dogmático adoptaba para aplastar la disidencia. La historia atribuye al general español Valeriano Weyler, capitán general de Cuba a finales del siglo XIX, la primera utilización de la palabra concentración para describir la política de rodear a multitudes de adversarios potenciales -en este caso, partidarios del movimiento de independencia cubano- con alambre de espino y vallas. Qué apropiado, que los revolucionarios cubanos, más de medio siglo después, adoptaran esta tradición. Al principio, la revolución movilizó a los voluntarios para que construyeran escuelas y trabajaran en los muelles, las plantaciones y las fábricas -proporcionando exquisitas oportunidades para que el Che se fotografiara en versión Che estibador, Che cortador de caña, Che trabajador textil-. No pasaría mucho tiempo antes de que el trabajo voluntario se hiciera algo menos voluntario: el primer campo de trabajos forzados, Guanahacabibes, se puso en marcha a finales de 1960 en el oeste de Cuba.

 Este campo fue el precursor del confinamiento sistemático, que finalmente comenzaría a producirse a partir de 1965 en la provincia de Camagüey, de disidentes, homosexuales, víctimas del sida, católicos, testigos de Jehová, curas afrocubanos y demás ralea, bajo la bandera de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción. Hacinados en autobuses y camiones, los no aptos eran transportados a punta de pistola a campos de concentración organizados a partir del modelo de Guanahacabibes. Algunos jamás regresarían; otros serían violados, apaleados o mutilados, y la mayoría acabarían traumatizados de por vida.

 Quizá la revista Time estuviera poco acertada en agosto de 1960, al describir el reparto de tareas de la revolución con un reportaje de portada en el que Che Guevara aparecía como el "cerebro", Fidel Castro como el "corazón", y Raúl Castro como el "puño". Pero esta visión reflejaba el papel crucial de Guevara en la transformación de Cuba en un bastión del totalitarismo. Che era un candidato bastante dudoso como ejemplo de pureza ideológica, dado su espíritu bohemio, pero durante sus años de entrenamiento en México y, en el periodo siguiente de lucha armada en Cuba, se reveló como un ideólogo comunista enamorado de la Unión Soviética, para gran incomodidad de Castro y los demás, que eran básicamente oportunistas dispuestos a utilizar cualquier medio necesario para hacerse con el poder. Cuando los revolucionarios en ciernes fueron arrestados en México en 1956, Guevara fue el único que admitió ser comunista y estar estudiando ruso. Durante la lucha armada en Cuba, estableció una alianza férrea con el Partido Socialista Popular (el partido comunista de la isla) y con Carlos Rafael Rodríguez, un personaje fundamental en la conversión del régimen de Castro al comunismo.

 Este temperamento fanático convirtió al Che en un eje de la sovietización de una revolución que en repetidas ocasiones se había jactado de su carácter independiente. Poco después de que los barbudos tomaran el poder, Guevara participó en negociaciones con Anastas Mikoyan, viceprimer ministro soviético, de visita en Cuba. El viaje de Guevara a Rusia en agosto de 1962 fue significativo, porque selló el acuerdo que convertiría Cuba en una cabeza de playa nuclear. Se reunió con Jruschov en Yalta para cerrar los detalles de una operación que ya estaba empezada y que tenía que ver con la introducción de 42 misiles soviéticos, la mitad de los cuales estaban provistos de cabezas nucleares, además de lanzaderas y unos 42.000 soldados. Después de presionar a sus aliados soviéticos amenazándoles con el peligro que supondría que Estados Unidos descubriera lo que estaba sucediendo, Guevara obtuvo garantías de que la marina soviética intervendría -en otras palabras, que Moscú estaba dispuesto a ir a la guerra.

 Guevara se distanció de la Unión Soviética en los últimos años de su vida. Lo hizo por razones equivocadas, reprochando a Moscú su blandura ideológica y diplomática, y que estuviera haciendo demasiadas concesiones -no como la China maoísta, que llegaría a ver como el refugio de la ortodoxia-. A Guevara le molestaba el hecho de que Moscú estuviera pidiendo a otros miembros del bloque comunista, incluida Cuba, algo a cambio de su colosal ayuda económica y apoyo político. Su ataque final contra Moscú llegaría en Argelia, en febrero de 1965, en una conferencia internacional en la que acusó a los soviéticos de adoptar la "ley del valor", es decir, el capitalismo. Su ruptura con los soviéticos, por tanto, no fue un grito por la libertad, sino un aullido en pos de la subordinación total de la realidad a la ciega ortodoxia ideológica.

Su visión económica

 El gran revolucionario tuvo la oportunidad de poner en práctica su visión económica -su idea de la justicia social- al frente del Banco Nacional de Cuba y del Instituto Nacional de Reforma Agraria del Ministerio de Industria a finales de 1959, y, a partir de principios de 1961, como ministro de Industria. La etapa en la que Guevara estuvo a cargo de la mayor parte de la economía cubana coincidió con el desplome casi total de la producción azucarera, el fracaso de la industrialización y la introducción del racionamiento -y todo esto en lo que había sido uno de los cuatro países de mayor éxito económico de Latinoamérica desde antes de la dictadura de Batista.

 Su período al frente del Banco Nacional, durante el cual acuñó billetes firmados por "Che", ha sido resumido por su segundo de a bordo, Ernesto Betancourt: "Ignoraba los principios económicos más elementales". Los poderes de percepción de Guevara en relación con la economía mundial fueron expresados en una famosa frase de 1961, en una conferencia hemisférica en Uruguay, donde predijo para 1980 una renta per cápita mayor que la de "Estados Unidos hoy". De hecho, en 1997, cuando se cumplía el trigésimo aniversario de su muerte, los cubanos estaban restringidos por el racionamiento a una dieta de dos kilos de arroz y medio kilo de alubias al mes, 100 gramos de carne dos veces al año, 100 gramos de pasta de soja a la semana y cuatro huevos al mes.

 La reforma agraria arrebató la tierra a los ricos, pero se la entregó a los burócratas, no a los campesinos (el decreto fue escrito en casa del Che). En aras de la diversificación, se redujeron las zonas cultivables y la mano de obra se distrajo hacia otras actividades. El resultado fue que entre 1961 y 1963, las cosechas se redujeron a la mitad. (...)

✒ Álvaro Vargas Llosa | El País | Domingo, 31 de julio de 2005.

3.7.05

Una historia oficial con justificaciones y detalles



 El historiador inglés admite las dudas británicas sobre sus derechos en Malvinas, revela algunos pormenores y preserva la imagen de Thatcher.

 Margaret Thatcher estuvo a la altura del desafío histórico que le planteó la dictadura militar argentina de 1982 en las islas Malvinas pero... Quizá no debiera haber ido a la guerra. En primer lugar porque los títulos de soberanía británicos sobre los archipiélagos australes eran lo suficientemente precarios como para que una buena parte de la burocracia estatal —básicamente la del Foreign Office— tuviese serias dudas sobre la validez de los mismos. El argumento no es nuevo, excepto por el hecho de que ahora ha quedado estampado en la historia oficial inglesa de la guerra, escrita por el académico Lawrence Freedman por encargo del gobierno de Tony Blair.


 En los dos volúmenes de "La historia oficial de la Campaña de las Falklands", distribuido el último día de junio, la "Dama de Hierro" emerge del texto con la corona de laureles intacta. Aun si la guerra pudo haber sido de dudosa conveniencia, si se quedó en la oscuridad informativa en las horas previas al hundimiento del crucero General Belgrano o si, como sucedió con la batalla de Pradera del Ganso, ordenó una carga de sus tropas por razones más propagandísticas que militares. Estos hechos fueron registrados por el autor, que tuvo un acceso sin precedente a los archivos oficiales británicos del conflicto.

 Freedman —vicerrector del King's College en Londres, donde enseña Estudios de Guerra— no intenta empujar a lady Thatcher del pedestal y tampoco se detiene más de lo necesario en el derecho argentino porque, queda claro en los volúmenes, este trabajo también parte de la premisa según la cual el triunfo de armas concede derechos a quien lo obtiene. Las cosas no vuelven a ser nunca como antes de que hablaran los cañones, que es lo que ha buscado, busca también hoy, desde aquella derrota, la diplomacia argentina. En muchos sentidos esta historia oficial inglesa es menos crítica de lo hecho por Inglaterra que su precedente, el informe de la comisión parlamentaria que presidió Lord Franks en 1983.

 Pero al menos Freedman tiene la honestidad intelectual de registrar los claroscuros de aquel breve drama bélico. Algo que uno no podría haber esperado si los militares argentinos de entonces hubiesen durado lo suficiente como para ensayar algo similar. La parodia del Informe Rattenbach argentino es un antecedente. 

 Freedman está autorizado para el intento; su trabajo está signado por ese conflicto de los 80. En marzo de 1982 asumió su profesorado y un mes después el destino le dio una guerra recién estrenada para estudiar. Desde entonces su nombre estuvo vinculado a la bibligrafía, notablemente por "Señales de Guerra: el conflicto de las Falklands de 1982", un libro de 1991 que escribió junto a la argentina Virginia Gamba. Esta es una colaboración para notar: Gamba se ha esforzado por hacer de aquel choque algo menos absurdo de lo que fue desde el proceso de decisión argentino.

 Freedman sólo logra varios momentos recordables. El recuento del análisis que llevó al primer canciller de Thatcher, lord Carrington, a elaborar, en 1981, una propuesta a la Argentina para un retroarriendo de las islas por 99 años —al estilo Hong Kong— que discutieron en secreto dos enviados en Suiza, Nicholas Ridley y el vicecanciller militar, comodoro Carlos Cavándoli. Es de notar el enlace que construye entre esta iniciativa y las dudas de los políticos británicos sobre el derecho que asistía a su país. A pesar de más de siglo y medio de ocupación —decían éstos con sordina—, lo cierto es que Londres había reconocido a la Argentina independiente en el siglo XIX, cuando había un gobernador argentino en las islas, sin hacer reservas territoriales.

 Está también la duda hamletiana que asoló al gabinete de guerra de la Thatcher cuando se comprobó que a la flota, rápidamente armada para viajar a las islas, se habían sumado dos unidades que llevaban en su arsenal cargas de profundidad nucleares. Freedman describe a la Thatcher como desesperada "por retirarlas de los buques" —lo que finalmente se hizo—, pero al mismo tiempo revela discusiones que prueban que "la opción atómica" estuvo en el trasfondo todo el conflicto.

 Igual es posible decir que la Argentina continental nunca estuvo completamente segura: algunos comandantes sostuvieron la posibilidad de atacar primero otros territorios australes argentinos menos fortificados.

 Freedman sostiene que el hundimiento del crucero General Belgrano no fue una jugada política sino militar y perfectamente racional. Aunque admite que la Thatcher, que autorizó el ataque, no fue informada durante cuatro horas críticas de que el crucero había cambiado curso y se dirigía a puerto. El historiador asegura que la decisión de modificar las reglas de combate —que permitió el hundimiento— se hubiese debido adoptar igual. Thatcher recibe así una pátina de inocencia.


 Para quienes aquella guerra es un objeto de culto intelectual el trabajo inglés ofrece pocas novedades, pero ayuda a completar el cuadro. Quizá sea más valioso para los que se interesan por el futuro del diferendo; alimenta cierta sospecha de que el deseo y el reclamo argentino han quedado atrapados en una realidad que ya no existe, la de antes de la guerra. 


✒ Oscar Raúl Cardoso Clarín | Domingo 3 de julio de 2005.

"Sin la ayuda chilena, para los británicos habría sido más difícil"


Definiciones del investigador británico


 Lawrence Freedman, el autor del libro con la versión oficial británica sobre la guerra de Malvinas, dio una entrevista a la revista chilena Qué Pasa, publicada ayer, donde se refirió al papel que cumplió el país gobernado por el dictador Augusto Pinochet durante el conflicto. No sólo aportó apoyo para asuntos de inteligencia, como se creía hasta ahora, sino que también respaldó operaciones militares concretas:


 "Los británicos sabían de la tensión existente entre Santiago y Buenos Aires y pensaron de inmediato en obtener cooperación en Chile. Posiblemente Chile también lo consideró muy pronto", sostuvo Freedman. 

 "Un agente especial británico —relató— fue enviado a Santiago para llevar a cabo las negociaciones con Chile. Llegó el 14 de abril, doce días después del inicio de la guerra. Ese agente fue clave de todos los contactos durante los siguientes dos meses... fue el oficial Sidney Edwards, comandante de la Fuerza Aérea Británica."

 "La información entregada por los radares chilenos fue importante."

 "El avión de reconocimiento Nimrod comenzó a operar desde la isla de San Félix (en el Pacífico chileno) en mayo. El avión podía realizar varios viajes, reabasteciéndose en una base aérea en Concepción, y luego volar por el espacio chileno hacia el Atlántico Sur. La nave podía obtener información útil fuera del alcance de los radares argentinos. El uso de la pista de la isla San Félix fue un pedido expreso de Londres a Chile."

 "Se sugería que la posición del crucero General Belgrano (hundido el 2 de mayo del 82) pudo haber sido entregada a Gran Bretaña por Chile. Yo puedo creer que sí, pero no hallé nueva información que lo ratificara. No tengo evidencias", dijo.

 "La opción de instalar una base británica en Tierra del Fuego (que habían analizado los ingleses) no fue conversada con Chile. Era una muy mala idea. Surgió muy al principio y no pasó mucho tiempo antes de que los mandos militares se dieran cuenta de que era poco realista. Y volvía a Chile muy vulnerable a ser atacado por la Fuerza Aérea argentina."

 El 20 de mayo de 1982 cayó un helicóptero británico Sea King cerca de Punta Arenas, en Chile. Los carabineros chilenos dieron con sus tripulantes, que luego fueron enviados a Londres. Freedman reveló que junto a esos tripulantes abandonaron Chile ocho agentes de las Fuerzas Especiales Británicas "que debían destruir una base argentina en Tierra del Fuego".

 La tarea de esos agentes era "hacer una operación de reconocimiento para ver si podía atacar los aviones Super Ettendart argentinos sorpresivamente. Pero la operación salió mal a causa del mal tiempo, y aterrizaron en un lugar equivocado". ¿Las autoridades chilenas sabían que esta operación se produciría? "Algunos tenían que estar informados", fue la lacónica respuesta de Freedman.

 "El gobierno británico quedó muy agradecido de la ayuda dada por Chile. Yo lo pongo de esta manera: si no hubiera habido cooperación chilena el resultado habría sido el mismo, pero habría sido más difícil. En ese sentido —concluye Freedman—, la ayuda chilena no cambió el destino de la guerra, pero claramente ayudó."

✒ Redacción Clarín | Domingo, 3 de julio de 2005.

Malvinas: el día en que Gran Bretaña pensó invadir Tierra del Fuego



 Contemplaba un ataque desde el territorio chileno. La colaboración de Pinochet con Gran Bretaña duró toda la guerra. Lo revela una investigación oficial encargada por el gobierno británico y publicada esta semana.


 El libro del historiador inglés Lawrence Freedman sobre la guerra de Malvinas, basado en documentos secretos de Londres y que acaba de publicarse en Gran Bretaña, contiene información detallada sobre la sostenida colaboración del régimen de Augusto Pinochet con las fuerzas británicas, que llegó al punto de hacer pensar a los militares británicos en la posibilidad de invadir el territorio argentino de Tierra del Fuego desde el lado chileno de la isla.

 El plan, que fue desechado por cuestiones operativas, echa luz sobre otro hecho polémico del que sí se tuvo noticia: la misteriosa caída de un helicóptero inglés a 18 kilómetros de la ciudad chilena de Punta Arenas, el 20 de mayo de 1982. En aquel momento, sus tres tripulantes —Alan Benett, Richard Outching y Blain Imrie— fueron "devueltos" a Londres. Pero Freedman revela ahora que en el helicóptero había otros ocho tripulantes, que fueron sacados de Chile en silencio (ver página 37). Según el historiador, eran oficiales de las Fuerzas Especiales Británicas que debían destruir una base argentina en Tierra del Fuego. A continuación, un extracto del capítulo dedicado al apoyo chileno.

La colaboración de Chile con Londres

 Una de las cuestiones más controvertidas en lo referido a la campaña por Malvinas fue en qué medida Gran Bretaña gozó del beneficio de una cooperación estrecha con Chile. Esta cuestión fue particularmente dominante en 1999, cuando el general Augusto Pinochet fue arrestado en Londres a causa de un pedido de extradición de España para enfrentar un juicio por crímenes contra la humanidad. La baronesa Thatcher se mostró enérgica en su defensa, entre otras cosas en razón de su apoyo a Gran Bretaña en 1982. El propio Pinochet habló de cómo "cuando las fuerzas argentinas ocuparon las Malvinas en 1982, di instrucciones a mi gobierno para que ofreciera, dentro del contexto de nuestra neutralidad, cualquier asistencia que pudiéramos a nuestro amigo y aliado. Lo consideré una cuestión de honor nacional de Chile".

 La lógica de la cooperación era clara. Ambos países mantenían disputas territoriales con Argentina y en ambos casos Argentina se comportaba de una manera inaceptable, ignorando los intentos de arbitraje en el caso del Canal de Beagle del mismo modo que había recurrido a las Fuerzas Armadas en el caso de las Malvinas. El principal obstáculo a la cooperación abierta era la renuencia chilena a contradecir la solidaridad hemisférica y la preocupación británica respecto de la tensión entre su reivindicación de que estaba actuando en nombre de la democracia y los funestos antecedentes de Chile en el área de derechos humanos. Chile también debía reflexionar sobre la fuerza militar superior de Argentina al evaluar los riesgos de apoyar una intensificación de fuerzas militares británicas. Por eso era inevitable que cualquier cooperación fuera secreta.

 La posibilidad de cooperar con Chile se planteó desde el inicio de la crisis. (...) Cuando el 2 de abril de 1982 se realizaron las primeras evaluaciones de probables respuestas sudamericanas a la invasión argentina, enseguida se señaló la importancia de Chile. Empezaron a plantearse dudas en cuanto a si Gran Bretaña podía solicitar instalaciones y cómo reaccionar si Chile las ofrecía. Un primer indicio de la actitud chilena positiva fue un ofrecimiento de postergar la entrega del buque HMS Norfolk a la Marina chilena, que debía realizarse el 6 de abril. Esto no fue considerado muy útil debido a la pequeña magnitud de la tripulación de la Marina Real, sus malas comunicaciones y falta de armas. Por otro lado, el buque auxiliar de la Armada Real Tidepool, un buque tanque que también debía ser entregado el 7 de abril, estaba totalmente tripulado y si se podía comprar una carga plena de combustible, resolvería problemas de reabastecimiento para la Fuerza de Tareas. Los chilenos lo aceptaron. Zarpó el 14 de abril hacia la cita con la Fuerza de Tareas y tuvo un papel clave en la toma de Georgia del Sur.

 Existía una posibilidad seductora de acción militar directa que dependía de la cooperación con Chile. Tierra del Fuego, una isla en el extremo sur de Argentina, estaba dividida en las provincias del oeste chilena y la del este argentina. La provincia argentina estaba escasamente poblada pero incluía un yacimiento de petróleo que producía 24.000 barriles por día y dos campos de aterrizaje, en Río Grande y Ushuaia. Si podía ser capturada, sería una bofetada al orgullo nacional argentino; ofrecería un elemento de regateo en cualquier negociación permitiendo a la vez aprovechar instalaciones militares útiles que de lo contrario podían ser usadas en contra de las fuerzas británicas. A los comandantes, la isla les pareció a primera vista un objetivo militar más fácil para la Fuerza de Tareas que las Malvinas. Estaría peor defendida y se adaptaba más a un ataque por tierra desde Chile que a un ataque británico por mar. Habría un riesgo menor de víctimas civiles y un mayor elemento de sorpresa. No obstante, un aterrizaje exitoso exigiría primero operaciones intensivas contra la Marina argentina y los aviones de combate con base en tierra. Y por lo tanto, aunque pudiera establecerse una fuerza británica en la isla, ésta sería vulnerable al ataque de aviones argentinos que operaran desde campos de aterrizaje en territorio continental. Esto justificaba, pues, operaciones secretas de fuerzas especiales para inhibir los ataques aéreos argentinos. Por lo tanto, aunque los riesgos a corto plazo parecían manejables, los problemas a más largo plazo eran mayores. También la política era problemática. La colusión entre los dos países, indispensable para que la operación funcionara, causaría una tormenta.

 Todas las instalaciones portuarias y de campos de aterrizaje podían acelerar el avance de las fuerzas británicas, aliviar los problemas de apoyo y reabastecimiento de combustible y mitigar la ventaja geográfica argentina. En contra estaba el riesgo de llegar a depender demasiado de su ayuda, con el temor de que fuera retirada si las presiones regionales sobre Chile se volvían irresistibles. Las propuestas de cooperación se concentraron en la obtención de inteligencia. En particular, a los comandantes les interesaba analizar la posibilidad de apostar el avión Nimrod de la Patrulla Marítima en el sur de Chile. La información sobre blancos desde el Nimrod aumentaría considerablemente la eficacia de los submarinos, que llegarían pronto al Atlántico Sur. Internacionalmente se lo podía describir como avión de reconocimiento, pero no tenía capacidad ofensiva contra aviones de combate transportados por barco o en tierra. Su radar Seachwater le permitiría permanecer fuera de la zona de batalla.

 Una cuestión delicada era establecer cuál era la mejor manera de enfocar la cooperación. El embajador británico en Santiago entendía que debía hablar directamente con los militares chilenos. Se suponía que sería necesario un quid pro quo. Las ideas se volcaron primero a la venta de aviones Hunter, en los cuales los chilenos tenían interés. A la vez, los chilenos tenían un interés estratégico en un éxito británico rápido contra Argentina, ya que les preocupaba que de lo contrario los atacaran "en tres semanas" y ya estaban disponiendo aprestos militares para responder a esa contingencia. (...)

 Si bien el Comité Conjunto de Inteligencia opinaba que Chile estaría de acuerdo en que un avión Nimrod de reconocimiento aéreo no armado operara desde los campos de aterrizaje chilenos, el embajador era más cauto. Por ejemplo, era poco probable que se pusiera a disposición un campo de aterrizaje del sur. Uno que había sido mencionado —en la isla de San Félix— estaba a 3.000 kilómetros de la zona de operaciones, a menos que el Nimrod sobrevolara Argentina. Solo sería útil como base de operaciones si las pistas de aterrizaje más al sur pudieran ofrecer reabastecimiento de combustible.

 Los ministros no sabían bien hasta qué punto llevar los vínculos con Chile. (...) También había cautela del lado chileno, lo cual reflejaba una conciencia cada vez mayor de que lo más conveniente para los intereses continentales chilenos más generales era "no alargar demasiado el cuello". Los medios en general se mostraban favorables a Gran Bretaña, aunque la opinión pública estaba dividida entre la satisfacción de que la arrogante y agresiva Argentina por fin recibiera su merecido y la angustia por un derramamiento de sangre latinoamericana. En Santiago todavía había miedo de que si Argentina podía salir adelante con su agresión con un bajo costo, después se volvería en contra de Chile. (...)

 Al mismo tiempo, los chilenos estaban angustiados ante la perspectiva de que las hostilidades entre Gran Bretaña y Argentina se desbordaran sobre su larga y expuesta frontera. Si había evidencias de confabulación en la obtención de inteligencia británica, Argentina podría de pronto volverse contra Chile. Había más tropas argentinas concentradas en Río Gallegos y Comodoro Rivadavia de las que podían necesitarse para las Islas Malvinas. Para no llevar la situación más allá de lo prudente, el embajador John Heath optó por solicitudes cuidadosamente redactadas, evitando pedir algo que permitiera demostrar que aviones ingleses o chilenos volaban sobre el espacio aéreo argentino desde Chile. (...)

 Los comandantes fueron cautelosos por otra razón. ¿Serían respetados los ofrecimientos de asistencia? Heath confiaba en que sí. Muy pocos conocían los considerables y secretos esfuerzos que se habían hecho para que la Cancillería no se enterara, pero Pinochet aparentemente apoyaba la cooperación. Había un deseo de apoyar la resolución británica, pero en privado. En público la posición sería neutral. Si circulaban rumores de cooperación chilena con Gran Bretaña, se negarían de inmediato. (...)

 A cambio de la ayuda, Chile quería transferencias de armas. (...) Después de la invasión, se realizó una propuesta por la cual uno o más aviones Canberra serían vendidos y volarían a Chile con tripulaciones británicas que entrenarían a las chilenas realizando reconocimiento fotográfico desde una base aérea en el sur de Chile. (...) Esto prosperó hasta el punto de seleccionar los aviones y las tripulaciones y dejarlos en reserva, pero Chile rechazó este proyecto ya que estaba seguro de que los aviones serían identificados y era posible que fueran derribados.

 Se consideró entonces la posibilidad de proveer aviones Canberra a un precio más atractivo. El 16 de abril, se acordó que se enviarían en préstamo o para compra algunos aviones Canberra y Hércules de apoyo, todos con marcaciones chilenas. Los Hércules se podían describir como comprados por Chile para su propia fuerza de transporte aunque Gran Bretaña podía recuperarlos después de la guerra. No era posible enviar los Nimrod ya que resultaría increíble que Chile estuviera comprándolos. Se permitiría no obstante que los Nimrod volaran sobre el espacio aéreo chileno y para aterrizar en una emergencia. También se tomaría un radar. Por último, se pondrían a disposición detalles de movimientos de superficie de la flota para su transmisión.

 El 18 de abril, Lewin informó a Nott sobre el avance. Su prioridad era la inteligencia sobre las fuerzas argentinas. (...) El uso de un campo de aterrizaje chileno adecuado daría a Gran Bretaña una capacidad nueva e indispensable. Debido a la urgencia de este requerimiento, había muy poco tiempo que perder. (...)

 Tripulaciones de la RAF (Real Fuerza Aérea) operarían dos Canberra en el Atlántico Sur durante un período de traspaso. Se desplegaría un avión de apoyo Hércules tripulado hasta un campo de aterrizaje chileno. Los chilenos querían anunciar su contrato de compra de aviones Canberra, pero Londres prefirió mantener toda la colaboración secreta, para garantizar que cualquier reconocimiento inicial de Malvinas se mantuviera en secreto. Inicialmente la operación avanzó según lo planeado, y para el 26 de abril habían llegado a Santiago disimulados dos aviones Hércules. Ahora se esperaba que los Canberra llegaran a Chile después del 30 de abril. (...)

 Los chilenos también estaban poniéndose ansiosos en cuanto al posible impacto que recibirían si Argentina decidía que el juego por Malvinas había terminado y se volcaban a Chile para "recuperar el honor nacional". (...) Se observó, luego de la captura de Georgia del Sur, que la satisfacción por la frustración de Argentina tenía como contrapeso la aprensión de que Chile se viera arrastrado al conflicto. Pinochet dijo a la prensa que estaba "preocupado" por los hechos en el Atlántico Sur, y el canciller comentó ambiguamente "lamentamos sinceramente que los llamados de paz hayan sido desoídos".

 La votación en la OEA era inminente. El canciller chileno había propuesto una postura cautelosa, que habría sido denegada por Pinochet. Chile se abstendría el 27 de abril, aunque esto sería visto como un acto "inamistoso". Esto reflejó una mayor convicción de que Galtieri y su gobierno no sobrevivirían al conflicto y que la crisis interna sería un preludio de un ataque contra Chile.

 El 28 de abril, justo después de la votación de la OEA, Reuters informó lo que fue calificado como una declaración oficial del vocero del Ministerio de Defensa en Londres, en el sentido de que Chile había dado su permiso para desviar el Tidepont con el fin de que fuera a unirse a la Fuerza de Tareas británica en Malvinas. Posteriormente, pudo saberse que el tema había aparecido en una conferencia de prensa en la cual se había declarado, en respuesta a algunas preguntas, que no se sabía "si cambió de manos dinero" pero se sabía "que la venta seguía adelante pero la entrega había sido pospuesta con el acuerdo de los chilenos". (...) Chile quiso una desmentida inmediata (...). El punto de vista del Foreign Office era que sería poco prudente arriesgar una desmentida formal ya que podría simplemente generar más interés. Para entonces, el Gobierno chileno ya había publicado su propia desmentida. Chile consideraba que la pregunta había sido planteada a través de un periodista francés como una manera de ejercer presión sobre Chile después de su abstención en la OEA, ya que aparentemente Argentina conocía la situación del barco desde hacía cierto tiempo.

 Los chilenos entonces advirtieron que en cuanto las operaciones de los Canberra fueran detectadas por Argentina o por la prensa, los hombres de la RAF (18 oficiales y 24 suboficiales) que habían llegado antes que el avión tendrían que abandonar Chile de inmediato. El 27 de abril, el (diario inglés) Daily Star informó que: "La semana pasada, aviones caza Phantom volaron en secreto al sur de Chile, vía isla de la Ascensión, desde una base de la RAF en Suffolk. (...) Gran Bretaña ha pagado bajo cuerda a los chilenos por permitir que nuestros aviones utilicen su base vital de Punta Arenas. El precio: ocho aviones Hunter Hawker. Los aviones sin marcación abandonaron Brize Norton de la RAF el domingo a bordo de un Boeing 747 civil estadounidense".

 (...)Los detalles de la historia eran tan falsos que Heath se preguntó si no sería desinformación argentina deliberada. (...) Chile también negó como "totalmente sin fundamento" informes según los cuales aviones Phantom de la RAF serían autorizados a aterrizar y recargar combustible en Punta Arenas. El 29 de abril fue emitida una declaración británica. Heath advertía que Argentina estaba tratando de desacreditar la neutralidad de Chile en el tema Malvinas con preguntas hechas por medio de periodistas amistosos, y propuso los repudios más cuidadosamente redactados.

 En la tarde del 29 de abril, los Canberra todavía no habían recibido el visto bueno de Chile. Había aparecido otro informe de prensa, esta vez de Reuters, diciendo que Gran Bretaña tenía permiso para utilizar las instalaciones de aviación en el sur de Chile. Esta mayor postergación hizo que el entusiasmo del Ministerio de Defensa por la operación comenzara a disminuir, y se hicieron planes para retirar un Hércules. Cuando finalmente se recibió el visto bueno para que llegaran los Canberra el 3 de mayo, el curso de acción prudente parecía ser una primera misión de los Hércules mientras los Canberra se entregaban con más lentitud a Chile. A los chilenos les habría gustado quedarse con los Hércules y estaban ansiosos por los dos Canberra.

 De modo que a comienzos de mayo se estaban entregando los primeros seis Hunter y se estaban seleccionando otros dos, pero no se había tomado ninguna decisión respecto de otros (y al parecer había pedidos 20 más). Dos Canberra y repuestos estaban en oferta para Chile. (...) Chile había expresado interés en un radar que se instalaría cerca de la frontera argentina. La oferta era a un precio rebajado con apoyo en su operación y mantenimiento. A mediados de mayo, se había enviado el borrador de una carta de intención relativa a la venta de los dos Canberra, junto con una cantidad de repuestos y equipo de apoyo terrestre, y habían concluido las negociaciones en relación con los otros dos Hunter adicionales. (...)

 En una entrevista realizada en 1999 pero publicada en 2002, el general Fernando Matthei, comandante en Jefe de la Fuerza Aérea chilena en 1982, describió cómo acordó con un "agente secreto" la entrega de inteligencia a Gran Bretaña a cambio de pertrechos militares, sobre todo aviones de combate Hawker Hunter, un potente radar y aviones Canberra. Matthei recordó que después de la guerra "conservamos los aviones, el radar, los misiles. Ellos recibieron información puntual y todos estábamos contentos". También afirmó que Pinochet no había sido plenamente informado del acuerdo, "de tal manera que si la operación era descubierta, pudiera afirmar que no sabía nada". Describió la creación de un centro de mando subterráneo bien protegido en Punta Arenas, desde donde se enviaba la información sobre los movimientos aéreos de Argentina desde todas las fuentes a Northwood usando un sistema de comunicaciones por satélite. La hija de Matthei, de hecho, ya había informado parte de esto en una carta a The Sunday Times cuando la controversia por Pinochet estaba en su punto culminante, señalando correctamente que el principal contacto de su padre había sido un comandante de brigada de la RAF (y no un agente secreto), y poniendo de relieve la importancia del control chileno de la actividad aérea argentina, con información transmitida mediante una conexión satelital a la Fuerza de Tareas. Por ese medio, se advertía a la flota del Atlántico Sur cualquier ataque inminente.

 Entones comenzaron a producirse avances en todas las áreas. Se acordó que se aceptaría un avión de reconocimiento Nimrod en el campo de aterrizaje de San Félix, una isla remota frente a la costa de Chile. Desde San Félix, el avión podría hacer varias misiones muy valiosas, recargando combustible de noche en la base aérea chilena de Concepción en la costa continental, y luego volar en el espacio aéreo chileno en dirección al Atlántico Sur. El avión podría recoger información útil fuera del alcance del radar argentino y transmitirla a la Fuerza de Tareas. El Nimrod sería apoyado por un VC10. La primera misión tuvo lugar temprano en la mañana del domingo 9 de mayo, una segunda el 15 de mayo y una tercera dos días más tarde. Se obtuvo información limitada pero significativa. El 18 de mayo existía preocupación de que fuera demasiado arriesgado continuar con los vuelos, ya que probablemente esto llevaría a arruinar toda la operación y a afectar operaciones futuras. Woodward quiso que el avión volara las noches del 19-21 de mayo solo por si el Grupo de Transporte argentino estaba en el mar durante esos días cruciales, pero el deseo chileno de ver concluida esa misión era firme. (...)

 Mientras tanto, la conexión chilena estaba empezando a generar atención en Gran Bretaña. El 24 de mayo, la primera ministra y otros ministros superiores recibieron cartas idénticas de miembros del Parlamento conectados con la Comisión de Derechos Humanos en Chile. (...) Gran Bretaña no quería avalar la política de derechos humanos chilena y a la vez quería asegurarse de no verse implicado en una acción chilena directa contra Argentina.

 Durante el curso de la guerra, la presencia de una sólida fuerza chilena en la frontera había ayudado a Gran Bretaña aunque más no fuera por el hecho de que tenía amarradas a dos de las brigadas de Infantería de Marina superiores de Argentina: Chile no había dejado de golpe de ser percibido como una amenaza por Argentina. A medida que la guerra se acercaba a su conclusión, surgió preocupación de que Chile pudiera querer aprovechar las dificultades de Argentina. Pareció organizarse con cierta prisa una operación importante con 10.000 hombres que se iniciaría a comienzos de junio. Heath sugirió dar instrucciones de convocar en privado a algunas altas figuras chilenas para aclarar que Gran Bretaña no tenía intención de ser parte de ningún "incidente fronterizo" entre Chile y Argentina. Si bien el Foreign and Commonwealth Office seguía pensando que era poco probable una acción chilena precipitada, Heath recibió autorización de establecer contacto para averiguar qué estaba pasando, siempre y cuando no expresara ninguna opinión sobre la cuestión. Heath informó acerca de la visión chilena de que los refuerzos en el Sur se habían considerado necesarios debido a la incertidumbre acerca de las intenciones argentinas, especialmente si mantenían lejos a Gran Bretaña, pero que teniendo en cuenta que ahora esto era poco probable y que Gran Bretaña regresaría a Malvinas, se sentían más tranquilos y estaban retirando algunas unidades. 

Traducción: Cristina Sardoy

Cristina Sardoy Clarín | Domingo 3 de julio de 2005.