15.12.13

El vuelo de Miguel Fitzgerald a Malvinas (1964)

 En muy pocos días se conmemorarán 30 años del intento de recuperación militar de nuestras Islas Malvinas. En esta nota homenajeamos a aquellos que han puesto su valor al servicio de la patria y a los que han ofrendado su vida por ese pedacito de suelo argentino.
         
 El 8 de septiembre de 1964, un aviador civil, a escondidas, en un pequeño Cessna, voló a Malvinas, plantó la bandera nacional, dejó una proclama y volvió. Las autoridades militares argentinas lo sancionaron, pero la alegría de todo le pueblo al conocerse la noticia hizo que no le quitaran la licencia de aviador y sólo fuera apercibido por no haber cumplido con los reglamentos. Luego el presidente Arturo Illia lo dejaría sin efecto.

 Es que la hazaña fue un hito histórico que se dio justo el día en que en las Naciones Unidas se llevaría a cabo una sesión especial sobre descolonización de territorios en América, en la que se discutiría, ese 8 de septiembre, la situación de las Islas Malvinas. Luego de la hazaña, en la ONU también repercutió el hecho. Los diplomáticos se habrían molestado, según se supo luego, pero una reunión que seguramente hubiera pasado inadvertida para los argentinos, despertó un interés inesperado.
 Todo comenzó hacen 48 años, allá por 1964, cuando el tema Malvinas estaba en la agenda de la ONU. No por iniciativa del gobierno argentino, sino por decisión de la Asamblea. En una sesión especial se iba a tratar el tema de las colonias en América. Y en los hangares del país, en las charlas entre pilotos, aparecía y reaparecía un sueño: volar a las islas, plantar bandera, demostrar soberanía. Pero ¿quién se animaría a tan riesgosa hazaña?
 Miguel Fitzgerald era un piloto civil que había arrancado con su pasión de volar allá por los 16 años. En esos días cumpliría 38, pero el pensaba en la importancia y en la oportunidad de hacer el vuelo soñado por tantos aviadores argentinos. Pero también sabía que se arriesgaba a una sanción grave que le podría impedir continuar volando. La Fuerza Aérea no se lo perdonaría. Por eso eligió la fecha en que hacía esa sesión en la ONU.

–Yo traté, y lo logré, de que mi vuelo a las Malvinas coincidiera con esa reunión, y de asegurar la difusión del hecho como una noticia que ocupara una porción importante de los medios de comunicación- cuenta en un reportaje del periodista Luis Franco de Aeromarket.
         
Buscó la cobertura del diario La Razón y de Crónica. El primero no lo dio importancia, mientras que Crónica -de reciente aparición- vio rápidamente que sería una gran información. Le ofreció dinero, combustible y hasta un avión con piloto, pero Fitzgerald dijo que no, que ya tenía todo listo, le habían prestado un pequeño avión Cessna 185  y por lo tanto, si querían la primicia la tendrían, pero el vuelo era de él.     
Miguel se cubriría -con los informes periodísticos que le garantizarían el apoyo popular- de una segura como severa sanción aeronáutica, por volar sin permiso a las Islas Malvinas. Una proeza que nadie había hecho antes en esas condiciones.
         
 El avión se lo prestó Siro Comi (representante de Cessna en Argentina) quien ya había intentado el vuelo hacía un tiempo, pero sin tener éxito.
Los pilotos colegas de Fitzgerald y los técnicos de Siro Comi en Monte Grande, Provincia de Buenos Aires, colaboraron en la preparación del vuelo junto a otros pocos entusiastas que sabían del propósito, pues se debía guardar el mayor secreto.
         
 Cuenta Luis Franco en Aeromarket que “Cuando decimos que la operación tuvo “inteligencia”, lo hacemos en el más amplio sentido del vocablo. Fitzgerald no sólo aplicó sus conocimientos como piloto, sino que también recopiló la información que la operación requería, con cierta habilidad táctica. Contaba en el terreno con una ayuda muy interesante. En Río Gallegos estaba Ignacio Fernández, quien era comandante de Austral y gerente.
–Yo le había confiado mi propósito para que en Río Gallegos recabara toda la información técnica para el vuelo –nos dice Fitzgerald–. Él se encargaría de ir a meteorología para traerme el más reciente relevamiento de la zona que volaría, de modo tal que yo no apareciera por ningún lado. También, había hecho participar al operador de la radio del aeropuerto de Río Gallegos, que era a su vez despachante de Austral, así que era de cierta confianza. Con él coordinamos una secuencia de contactos por radio; yo llamaría en la hora y a las y veinte dando la posición, siempre sin hacer “plan de vuelo”. Ignacio era amigo de un oficial de la Fuerza Aérea que era la máxima autoridad en Río Gallegos quien, sin saberlo entonces, colaboró llevando a Fernández de aquí para allá por la zona. Luego tuve que encontrarme con Ignacio Fernández, y surgió el inconveniente de que no podía sacarme de encima a este señor, pero hasta ahí todo era explicable, ya que para todos los demás yo me dirigía a una estancia en Monte Dinero, Ushuaia, esa era mi cobertura.
         
 Apasionante es el relato de Miguel Fitzgerald respecto no solo el vuelo en si mismo sino sobre todas las peripecias que hubo de pasar para poder lograr su cometido. Había que mantener el secreto para que resultara un éxito.
“Fitzgerald partió con Fernández para el pueblo, los alcanzó el militar quien también se ofreció para llevarlos al aeródromo al día siguiente, para que el piloto, amigo de su amigo, continuara el vuelo a Ushuaia; según él estaba informado, era su destino. La ayuda se aceptó, pero nadie calculó que su constante cortesía sería un obstáculo”, cuenta Franco en Aeromarket.
Miguel había preparado una bandera argentina, con un asta que hizo con un palo que encontró en el aeródromo. La bandera era suya, la misma con que engalanaba el frente de su casa en cada fecha patria.
Fitzgerald debía partir, pero el gentil militar, deseoso de colaborar con él, no se iba y Miguel debía guardar la bandera.
–El tipo no se iba –dice Fitzgerald– yo tenía que tomar la bandera y despegar, no sabía cómo hacerlo sin que surgieran preguntas. Ignacio Fernández, llevando al límite la confianza que tenía en su amigo militar, lo abordó y, casi jugando la misión, le dijo: “Che, Miguel se quiere ir a Las Malvinas”. Momento crucial, segundos que parecieron horas y una sonrisa en su cara. Lo miró y le dijo: “Me alegro que lo tome así…”. A lo que contestó: “Por favor, si usted se la va a jugar, cómo no nos vamos a jugar nosotros”. Así que voy, saco la bandera, pongo el avión en marcha y despego. A las 09:00 del día 8 de septiembre, día de la sesión de descolonización en las Naciones Unidas, y mi cumpleaños, la fase crucial de la operación había comenzado.
 Miguel Fitzgerald amaba los aviones y sería justamente un pájaro de acero quien lo llevaría cumplir el sueño argentino de volar y aterrizar en Malvinas. Quizás ese sueño había nacido muchos antes.
-Ser piloto civil es una vocación. Ya a los seis años tenía esa chifladura, sintetiza en una nota con Sandra Russo. A los 16 volé planeadores y a los 20 aviones con motor. Trabajé en Aerolíneas, hice fotografía aérea, taxi aéreo, remolque de carteles. Menos fumigación y contrabando, hice de todo...
 Como todas las cosas de la vida, el momento ha llegado. Hay que partir. Y lo hace desde Río Gallegos, rumbo a esas Islas misteriosas, a esas hermanitas menores, que parecieran esperar en  medio del Atlántico Sur, su reinserción a esta patria a la que pertenecen y de la que fueran separadas en 1833.
 
 Hacía 131 había sido expulsado don Luis Vernet gobernador argentino de las Islas, hoy otro argentino en el Cessna 185 LV HUA, llamado precisamente Luis Vernet, volvería a plantar la bandera nacional.
"Yo salgo de Gallegos, vuelo mar adentro, a las tres horas y quince minutos veo el archipiélago, cuenta Fitzgerald. Desde arriba se ve un rectángulo como de cien islas e islotes. Voy diciendo ‘operación normal’, y en Gallegos hay gente que entiende lo que digo. Cuando sobrevuelo el archipiélago, una capa muy densa de nubes me impide ver. No puedo zambullirme entre las nubes, porque en alguna parte de ese rectángulo hay un cerro de seiscientos metros de altura. Espero un claro. Lo veo. Y me lanzó hacia debajo de la capa de nubes, identifico Puerto Stanley, busco la pista de cuadreras, y aterrizo. freno el avión, pero no detengo el motor, me bajo con la bandera, la desenrollo y la sujeto al alambrado donde queda flameando como si respirase orgullosa el aire de su tierra. Viene un hombre de los que se habían juntado a ver el aterrizaje, se aproximó al avión, le abrí la puerta; me pregunta: “Where do you come from?” (¿De dónde viene?)” “De Río Gallegos”, contesto. Me ofrece combustible. Tal vez se imaginaba que yo me había desviado. Le agradecí, le dije que no necesitaba nada, pero le pedí un favor: que le entregara al gobernador una proclama que había llevado conmigo. Quizá hoy –reflexiona Fitzgerald– después de tantas cosas ocurridas, el texto no tenga demasiado trascendencia, pero en aquel momento…
El texto decía: Yo, Miguel Fitzgerald, con todo el derecho que me da ser ciudadano argentino, les exijo que se retiren de las Islas Malvinas.
Luego me enteré de que bandera y proclama estarían o estuvieron en el pequeño museo del pueblo.
 Cumplido su cometido, con el alma henchida de orgullo, seguramente con lágrimas en los ojos, Miguel Fitzgerald, después de haber estado tan solo 15 minutos, despegó de regreso al continente.  En el aire, y previendo un vuelo más duradero por el viento de frente, avisa a Rió Gallegos que salió de Malvinas y le indican que no vaya al Aeroclub sino al Aeropuerto. Miguel preguntó si lo arrestarían, pero lo tranquilizaron diciéndole que no.
El diario Crónica esperaba el regreso. Cuando llegó a Río Gallegos, Héctor Ricardo García, el director de Crónica, empezó a jugar su papel. Crónica tenía la primicia. El título en letra catástrofe fue: "Malvinas: hoy fueron ocupadas".


 En la ONU hubo caras circunspectas, la Fuerza Aérea le inició un sumario, pero el pueblo argentino lo convirtió en héroe.
 Regresa a Buenos Aires y a pedido aterriza en Azul, allí un grupo de señoras del comité radical lo esperan con un ramo de flores. El, fiel a su idea de no politizar el vuelo, les responde:
–Esto no es política de partido, señoras, seré un aventurero o un patriota, como ustedes quieran, pero mi idea era poner la bandera de mi país en nuestras islas, y esa es la única bandera que reconozco.
 Mucho ocurrió desde entonces, Miguel Fitzgerald piloteando un bimotor de Crónica volvió a las Islas Malvinas años después, pero fue arrestado por las autoridades inglesas y devuelto al continente. Y la guerra.
 Poco antes de su muerte Fitzgerald decía que habían pasado más de 40 años de aquella hazaña, pero que hasta entonces no había resuelto nada.
 Miguel Lawler Fitzgerald -descendiente de irlandeses- había nacido el 8 de septiembre de 1926 en Lavalle al 400 de la Capital Federal, se crió en Guaminí y a los 9 años volvió a la Capital Federal donde entró de pupilo en el Colegio San Cirano. A los 16 aprendió a volar planadores y a los 20 aviones con motor. Su instructor fue el argentino acróbata y record mundial Santiago Germanó. Luego trabajó en diversas actividades como piloto. Se casó con Palmira Rodríguez y tuvieron 4 hijos: Gustavo, Diego, Carlos y Christian y 9 nietos: Lucía, Elizabeth, Kevin, Nicolás, Molly, Inés, Cristóbal, Moira y Miguel
  Murió, a los 84 años, el 25 de Noviembre de 2010. La historia lo recordará como un héroe. El primer piloto argentino, y además civil, que aterrizara en Malvinas.


✒ | Catamarca Press. 15 de diciembre de 2013. Año V N° 65.
Textos: Redacción CatamarcaPress.
Fuentes: Pagina12.com.ar, lagazetafederal.com.ar, aeromarket.com.ar, elmalvinense.com.ar
Fotos: Internet
Producción: CatamarcaPress © 2012

http://www.catamarcapress.com.ar/nota375.html 

20.11.13

Adolfo Silenzi de Stagni, defensor del petróleo argentino



 Un día como hoy, pero en 1914, nacía Adolfo Silenzi de Stagni.

 Abogado y profesor universitario especializado en temas mineros y económicos, interventor en Tucumán en 1944. Adscripto a las corrientes del llamado pensamiento nacional, dedicó su vida al estudio y defensa del petróleo argentino y fue autor de "La Soberana Orden Militar de Malta", "El banco central y la circulación monetaria", "El petróleo argentino", "Las Malvinas y el petróleo", etc. Falleció en Buenos Aires el 20 de agosto 1996.

 Fue el técnico en petróleo que logró que la gente de la calle discutiera a gritos sobre complicados cálculos de producción y rentabilidad; y también uno de los pocos especialistas en Derecho Minero, que apasionaba a sus alumnos hasta el extremo de llevarlo en andas a la cátedra.

 El abogado Adolfo Silenzi de Stagni que falleció a los 82 años reunió su condición de técnico en petróleo con una personalidad fogosa, que permanentemente buscó la confrontación.

 Había irrumpido en la vida pública en 1943, cuando la revolución del 4 de junio lo llevó a un cargo en la intervención de Tucumán. Desempeñó la cátedra de Minería y Energía en las universidades de Buenos Aires y la Plata.

 Durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón fue enviado a Europa para estudiar el régimen de los ferrocarriles estatales, que en ese momento fueron nacionalizados.

 Protagonizó fuertes debates sobre los contratos petroleros del gobierno de Arturo Frondizi y en 1975 debió exiliarse, bajo amenazas de la Triple A. Según sus palabras, tuvo "una inconmovible posición nacionalista que debe ser profundamente revolucionaria". Sus violentas polémicas con figuras públicas terminaron con frecuencia en los juzgados y hasta en duelos. No hace mucho recordaba con nostalgia que "ya casi no queda nadie de esa generación de viejos luchadores y defensores del patrimonio que le pertenece al pueblo y a la Nación".

✒ | Tucumán Hoy. 20 de noviembre de 2012. 


Batalla de la Vuelta de Obligado


 En 1845, la Confederación Argentina se hallaba en conflicto con Francia e Inglaterra, debido a la pretensión de estas potencias de que no continuase la guerra que sostenía con el gobierno de Rivera en la Banda Oriental. Esta guerra había sido declarada por Rivera con el apoyo de Francia, y no preocupó a las mencionadas potencias mientras se desarrolló en territorio argentino. Comenzaron a juzgarla perjudicial para la “Humanidad” cuando, a raíz de la victoria de Arroyo Grande, Oribe puso sitio a Montevideo. Estaba en juego, por otra parte, el supuesto derecho de esas grandes potencias a la libre navegación de nuestros ríos. Y por sobre todo, la pretensión de Francia e Inglaterra de establecer su influencia y dictar su voluntad en el Río de la Plata.
 El primer episodio de este conflicto tuvo lugar el 2 de agosto. Lo constituyó el incalificable atropello del secuestro de la escuadra argentina que al mando de Brown bloqueaba Montevideo. El hecho se produjo sin previa declaración de guerra, pendientes todavía las negociaciones con los ministros mediadores, Ouseley y Deffaudis, y pudo ser justamente calificado como acto de piratería. Al robo siguió el reparto de los buques, que fueron arbolados con la bandera oriental y puestos al mando del aventurero internacional José Garibaldi. De inmediato los aliados se dispusieron a imponer por la fuerza la libre navegación de los ríos argentinos, y entre el 7 y el 11 de agosto se vió a algunos de sus barcos haciendo trabajos de sondeo en la boca del Paraná Guazú.
 Ante el giro que tomaban los acontecimientos, Rosas adoptó diversas medidas. El 13 de agosto dirige una nota al Comandante en Jefe del Departamento del Norte, General Lucio Mansilla. Este general tenía en su haber una brillante foja de servicios, pues había peleado en las invasiones inglesas, Chacabuco, Maipú, Camacuá e Ituzaingó, comandando además como jefe la división argentina que venció en Ombú al famoso general brasileño Bentos Manuel. En su nota, Rosas le hace ver la necesidad de “construir cuanto antes, en la costa firme del Paraná, una batería en el punto más aparente” y acoderar los buques todo combinado para una resistencia simultánea, de modo que la escuadra enemiga “no pueda pasar más adelante”; le indica la conveniencia de que el lugar destinado para la defensa fuera en la provincia de Buenos Aires o Santa Fé, las cuales reunían más abundancia de recursos que Entre Ríos; pone a su disposición los buques de guerra y demás elementos que están al mando del Coronel Francisco Erézcano con 4 oficiales y 100 marineros. Todo esto es interesante, porque revela hasta qué punto Rosas –que no participó directamente en la Vuelta de Obligado-, fue el inspirador y el alma de la resistencia contra el invasor extranjero.
 Felizmente, el temor que tenía Rosas de una agresión por el Paraná, no se realizó con la prontitud que era de esperar. Los aliados temían lanzar su escuadra por un río que les era desconocido. Y Rosas contribuyó a fomentar este temor. Hizo difundir la falsa noticia de que en cuatro puntos del Paraná se habían echado a pique buques cargados con piedras para obstruir el canal. La noticia llegó a conocimiento de los jefes aliados, quienes el 23 de agosto hicieron detener a un ballenero argentino, exigiendo a su patrón que informara el lugar donde habían sido echados a pique los buques, lo que por supuesto ignoraba. La marcha lenta y llena de precauciones con que más tarde los invasores navegaban el Paraná, demuestra que el ardid de Rosas había producido su efecto.
 Lo cierto es que las actividades bélicas de los aliados tomaron otro rumbo. El 31 de agosto los anglo-franceses y Garibaldi ocuparon, incendiaron y saquearon la Colonia. El 5 de septiembre se presentaron en Martín García. Rosas, aleccionado por la estéril aunque gloriosa defensa de 1838, la había hecho evacuar previamente, dejando sólo una guarnición simbólica compuesta de 10 soldados ancianos y un niño y el pabellón argentino izado al tope del mástil, como signo de soberanía. A Garibaldi cupo la heroica hazaña de semejante conquista, elogiada como tal por la prensa de Montevideo. El 20 de septiembre –recalco la fecha- el mismo Garibaldi saqueó Gualeguaychú, “escandalosamente”, según el propio secretario de Rivera. Conviene recordar más a menudo que para nosotros, los argentinos, el 20 de septiembre es el aniversario del saqueo a Gualeguaychú.
 Mientras tales atropellos se perpetraban bajo la protección de las escuadras de Francia e Inglaterra, los llamados ministros mediadores de estas potencias, que en realidad fueron ministros interventores, declaraban, el día 17, el bloqueo de los puertos y costas de la Provincia de Buenos Aires. “La Gran Bretaña y la Francia –comenta acertadamente Saldías- a título de mediadores, tomaban contra la Confederación Argentina la misma medida que se habían negado a reconocer como emanada de esta última, a título de beligerante, ante la plaza de Montevideo”.
 La verdadera guerra iba a comenzar. “El gobierno argentino –escribía “La Gaceta Mercantil”- se halla pues en el forzoso caso de repeler una guerra de abominable conquista anglo-francesa sobre las nacionalidades americanas”.
 Demás está decir que salvo el pequeño grupo que, según frase de Lavalle antes de imitarlo, había “trastornado las leyes eternas de patriotismo, del honor y del buen sentido”, todos los argentinos, sin distinción de clases sociales, acompañaron a Rosas en esta cruzada por la soberanía. Como expresión máxima de ese sentimiento, Don Vicente López y Planes, que había cantado en “El Triunfo Argentino” la epopeya de las invasiones inglesas, y en el “Himno Nacional” la de la Independencia, compuso una “Oda Patriótica”, donde llamaba así a los argentinos a defender por tercera vez su libertad:
Se interpone ambicioso el extranjero,
Su ley pretende al argentino dar,
Y abusa de sus naves superiores
Para hollar nuestra patria y su bandera,
Y fuerzas sobre fuerzas aglomera
Que avisan la intención de conquistar
Morir antes, heroicos argentinos
Que de la libertad caiga este templo
Daremos a la América alto ejemplo
Que enseñe a defender la libertad!
 Es interesante señalar que la opinión americana, manifestada a través de la prensa, comprendió ampliamente el sentido y la trascendencia de la lucha que se preparaba. Sería largo y pesado abundar en citas. Como ejemplo, bastará con dos. “El Grito del Amazonas”, del Brasil, decía: “Nos llamarán rosistas! somos americanos! Todo el Río de la Plata y sus tributarios, sólo por un milagro dejarán de ser surcados por los galo-británicos. Vosotros, argentinos, acabad con honor. No retrocedáis delante de los que amenazándoos hoy con bombardeos porque os suponen débiles, se olvidan de la humillación de Whitelocke y del tratado de Mackau”. Y “The New York Sun” expresaba: “Nos es grato ver al gobierno argentino firme en su determinación de defender la integridad de la Unión. La rebelión del Uruguay fue puesta en pie por Francia con la esperanza de obtener los dominios del Príncipe de Joinville, hermano político del emperador del Brasil. La sumisión a la vil alianza de Guizot, sería la señal de una repartición de la República Argentina entre las potencias aliadas; pero nuestra confianza en el General Rosas y en su administración no nos deja qué temer al respecto”.
 Mientras estas reacciones se producían en la opinión nacional y extranjera, el General Mansilla se dedicaba activamente a dar cumplimiento a las órdenes de Rosas. Había elegido para ello el lugar conocido por Vuelta de Obligado, en el partido de San Pedro. Allí el río se enangosta y forma una curva muy pronunciada. Su anchura es de unos 600 metros y su profundidad, en el canal principal, de 15. La barranca es muy adecuada para la instalación de baterías.
 Después de algunas vacilaciones, que le hicieron abandonar transitoriamente ese lugar para trasladarse al paraje denominado “Las Hermanas”, situado seis leguas más arriba, Mansilla resolvió definitivamente por la Vuelta de Obligado, donde lo encontramos instalado el 17 de septiembre.
 Veamos como se organizó la defensa de esa posición, de acuerdo a los datos suministrados por el propio Mansilla en su informe del 20 de diciembre. Sobre la costa se instalaron cuatro baterías. La de la derecha, denominada “Restaurador Rosas”, estaba al mando del ayudante mayor de marina Alvaro de Alzogaray y constaba de seis cañones, dos de a 24 y cuatro de a 16. La Segunda, ciento diez varas más arriba, era la “General Brown”, a las órdenes del teniente de marina Eduardo Brown, hijo del almirante, y constaba de cinco cañones, uno de a 24, dos de a 18, uno de a 16 y uno de a 12. A cincuenta varas le seguía la tercera, “General Mansilla”, comandada por el teniente de artillería Felipe Palacios y compuesta de tres cañones, dos de a 12 y uno de a 8, en línea rasante con el río. La cuarta, “Manuelita”, a cuyo frente estaba el teniente coronel de artillería Juan Bautista Thorne, distaba 160 varas de la anterior y tenía siete cureñas de mar, de a 100 y de a 8, rudimentariamente empotradas en troncos de tala. Estas baterías estaban servidas por 160 artilleros y 60 de reemplazo.
 La batería “Restaurador Rosas” estaba guarnecida en su flanco derecho por 500 milicianos de infantería, de los cuerpos de Patricios de Buenos Aires, al mando del Coronel Rodríguez, y por cuatro cañones de a 4 al mando del teniente José Serezo. El flanco izquierdo era defendido por 100 milicianos al mando del teniente Juan Gainza.
 Las baterías “General Brown” y “General Mansilla” eran resguardadas por 200 milicianos del Norte, bajo las órdenes del teniente coronel Laureano Anzoátegui y por el capitán de marina Santiago Maurice.
 Apostadas en un monte, a 100 pasos de distancia, servían de reserva 600 hombres de infantería y dos escuadrones de caballería al mando del ayudante Julián del Río y del teniente Facundo Quiroga, hijo del caudillo riojano, y ambas bajo las órdenes del teniente coronel José María Cortina.
 A estas fuerzas hay que añadir los vecinos de San Pedro a las órdenes de Benito Urraca; de Baradero, a las de Juan Magallanes; y de San Antonio de Areco, a las de Tiburcio Lima, que en número total de 300 se unieron a último momento en patriótico y meritorio esfuerzo.
Y completa esta enumeración la escolta del General Mansilla, compuesta de 70 hombres al mando del teniente Cruz Cañete.
 En el flanco izquierdo de la batería General Mansilla, en un mogote aislado, estaban apoyadas las anclas que sostenían una línea de 24 buques desmantelados, de los que hacían la navegación del Paraná y probablemente algunos de guerra, con tres cadenas corridas por la proa, centro y popa. El extremo opuesto de esas cadenas estaba sostenido por el bergantín “Republicano”, con seis piezas de a diez sobre estribor, y al mando del capitán de marina Tomás Craig. Por si el enemigo intentaba cortarlas, los místicos “Restaurador” y “Lagos”, con una pieza de a 6 cada uno, montaban guardia junto al “Republicano”. Tenían las mencionadas cadenas una doble finalidad: dificultar el paso del enemigo y demostrarle simbólicamente que la navegación del río no era libre y que sólo la lograría a la fuerza.
 En una ensenada de la margen izquierda, 14 embarcaciones a remo con 200 infantes estaban listas para acudir a cualquier parte de la cadena o de la margen opuesta. Por último, se tenían preparadas dos líneas de a 5 chalanas unidas entre sí, con materias incendiarias a su bordo, para largarlas oportunamente a la deriva.
 De todo lo dicho se deduce el acierto de Mansilla en disponer la defensa. Los principales jefes enemigos fueron los primeros en reconocerlo. Hubo fallas, sin duda. La artillería era escasa, las municiones más aún. Las había en Buenos Aires. Hubo demora en pedirlas y en enviarlas. El Teniente Coronel Ramírez Juárez, en el capítulo “Comprobaciones tardías” de su interesante libro “Conflictos diplomáticos y militares en el Río de la Plata”, ha señalado muy bien este aspecto negativo de la Vuelta de Obligado. Pero todo ello fué explicable dada la falta de experiencia en este género de guerra, y no aminora en nada la gloria del combate, sino que en cierto modo la aumenta, ya que en su transcurso el elemento humano supo sobreponerse a las deficiencias y dificultades materiales.
 Dejemos a Mansilla instalado en sus baterías y volvamos al campo enemigo.
 Rosas no se equivocó al esperar el principal ataque por el lado del Paraná. Existió en Montevideo una fuerte empresa comercial inglesa, cuyo jefe era Samuel Lafone. Esa empresa había adquirido el producto de la renta de aduana de Montevideo, dando una asignación usuraria a los orientales, y se beneficiaba, además, con el producto de los saqueos de Rivera. En ella tenían acciones algunos miembros del gobierno riverista, como el ministro Vázquez, y logró interesar también a los ministros mediadores –o interventores- de Inglaterra y Francia, Ouseley y Deffaudis. Había conseguido de la “generosidad” del gobierno de Rivera el privilegio de la navegación del Río Uruguay. Pero le interesaba obtener lo mismo en el Paraná, para comerciar con el Paraguay y con la Provincia de Corrientes, sublevada contra Rosas. Para ello preparaba un “convoy” de barcos mercantes, que sería protegido por la escuadra anglo-francesa.
 El 1º de noviembre, el “British Packet” nos entera de que se habla formalmente de una expedición al Río Paraná. El 6 se concentran los barcos frente al Carmelo. Luego se internan en el Delta remontando en son de exploración el imponente Paraná Guazú. El 10 pasan por Baradero. Se detienen frente a la boca del Ibicuy, en sitio adecuado al entrenamiento de la infantería. El 17, la expedición sigue viaje en busca de la amenaza de la que se tienen noticias imprecisas. El 18 al atardecer fondea a una legua de la Vuelta de Obligado, a la vista de las posiciones de Mansilla. “Las márgenes –expresan en un mensaje- están cubiertas de gente vestidas de colorado, y frente a la obstrucción cruzan una goleta de guerra, cinco lanchas armadas y dos místicos”.
 La escuadra invasora estaba compuesta de los siguientes buques:
 Ingleses:
1) Vapor fragata “Gorgon”, buque insignia del Capitán Hotham, con seis cañones de 64 y 4 de 32.
2) Vapor fragata “Firebrand”, con igual armamento.
3) Corbeta “Camus”, con 18 cañones de 32.
4) Bergantín “Philomel”, con 10 cañones de 32.
5) Bergantín “Dolphin”, con 3 cañones de 32.
6) Bergantín “Fanny”, con un cañón de 24.
 Franceses:
1) Cajor Fragata “Fulton”, con 2 cañones de 80.
2) Corbeta “Expeditive”, con 16 cañones de 8.
3) Bergantín “San Martín”, robado a la Argentina cuando el secuestro de la escuadra y constituído en buque insignia del Capitán Trehouart, con 2 cañones de 26 y 16 de 16.
4) Bergantín “Pandour”, con 10 Paixhans de 30 libras.
5) Bergantín goleta “Procede”, con 3 cañones de 24.
 En total, 11 buques de guerra con 101 cañones, la mayoría de grueso calibre y los Paixhans con balas explosivas, que enfrentaban a las 35 pequeñas piezas de la defensa argentina.
 Acompañaban a esta escuadra los buques carboneros que las abastecían. En el Paraná Guazú, poco antes del Ibicuy, un convoy de 20 barcos mercantes, cargados con mercaderías extranjeras y destinados a las ciudades ribereñas del interior aguardaba el resultado del combate.
 La primera escaramuza se produce el 18, a las cinco de la tarde, cuando Mansilla envía en reconocimiento tres lanchones, que se ven obligados a retirarse ante los disparos del “Dolphin”. Por primera vez había tronado en el Paraná el cañón de los invasores. Mansilla se dispone al combate y proclama a sus soldados. “Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin más títulos que la fuerza, las aguas de un río que corre por el territorio de nuestro país. Pero no lo conseguirán impunemente. Vamos a resistirles con el ardiente entusiasmo de la libertad. ¡Suena ya el cañón! ¡Tremola en el río Paraná y en sus costas el pabellón azul y blanco, y debemos morir todos antes que verlo bajar de donde flamea!”.
 El 19, estamos en vísperas del combate. Mansilla envía al General Corvalán el siguiente parte, cuyo original conservo en mi colección de documentos históricos:
“Sírvase V.E elevar al supremo conocimiento del Excmo. Señor Gobernador y Capitán General de la Provincia, Brigadier Don Juan Manuel de Rosas, que hasta ahora que son las siete de la mañana, el enemigo no ha hecho el menor movimiento, permaneciendo fondeado a tiro de cañón, sin hacérsele fuego por éstas baterías porque con sólo al recoger el ancla se pondrán a mejor tiro, para aprovechar con acierto las balas que se les tiren. La relación adjunta le impondrá a su S.E de los buques anglofranceses que componen la fuerza invasora.
“Anoche ha desertado en un botecito un marinero del Bergantín de guerra nacional “Republicano”, e incorporándose al enemigo.
“Dios guarde a Vd. Muchos años –Lucio Mansilla”.

 Curioso episodio el de este marinero, que en vísperas del combate se pasa al enemigo, dando espaldas a la gloria. ¿Sería acaso alguno de esos argentinos adictos a cierta línea histórica, que no pasa, precisamente, por la Vuelta de Obligado? Preferimos no creerlo. Según Mackinnon, había algunos extranjeros, y aún ingleses, en las fuerzas de Rosas. Y Ramírez Juárez atribuye el conocimiento que los aliados parecieron tener de las posiciones de Mansilla, sin haber efectuado ningún reconocimiento previo, a algunas deserciones producidas en esos elementos.
 El 20 es el glorioso día. Amanece con niebla, pero ésta se disipa a las 8 y comienza a soplar una brisa del sur, favorable al ataque. A las 8 y 20 la vanguardia enemiga avanza lentamente sobre las baterías. A las 9 rompe el fuego. De inmediato, la banda de los Patricios de Buenos Aires hace oír los acordes del Himno Nacional, cuya última estrofa es saludada con un ¡Viva la Patria! y coronada con los primeros cañonazos de la defensa argentina.
 Comienzan a avanzar, en primer término, el “Philomel”, la “Procede”, la “Fanny”. Pero no lo hace impunemente. Sufren serias averías mientras intentan tomar posiciones. Una vez anclados todos los buques, el combate se hace general y se mantiene vigoroso por espacio de dos horas.
 Recio es el fuego de las baterías. El “San Martín” donde flamea la insignia del Capitán Trehouart, es el más castigado. Con 28 bajas, inclusive sus dos oficiales, y más de 120 impactos, se ve obligado a retirarse, y Trehouart debe arbolar su insignia en la “Expeditive”. El “Fulton”, que había acudido a socorrerlo, sufrió igualmente un serio castigo, recibiendo más de 100 impactos, y siendo desmontado uno de sus poderosos cañones de 80. También el “Dolphin” y el “Pandour” quedan momentáneamente fuera de combate, debiendo regresar aguas abajo para hacer urgentes reparaciones.
No obstante, el fuego mortífero de los aliados, y en especial las granadas paixhans, consiguen hacer mella en las baterías. Además, al cabo de dos horas de intensa lucha, comienzan a escasear las municiones. A mediodía se habían agotado las del bergantín “Republicano”. El comandante Craig ante la imposibilidad de defenderlo, resuelve volarlo para evitar que caiga en manos de enemigo, y pasa con su gente a engrosar la batería de Thorne.
 Libres ya de este obstáculo y después de varias tentativas fracasadas, los aliados consiguen cortar las cadenas. Realiza esta operación el Capitán Hope, en una lancha protegida por el “Fulton”, que es el primero en cruzar el paso. Forzado éste, los potentes cañones de la escuadra consiguen arrojar su metralla sobre el flanco de las baterías, haciendo estragos en ellas. Las trincheras se llenan de muertos y heridos, imposibles de reemplazar por la escasez de personal. No por ello cesa el fuego de los valientes defensores, que se multiplican a fin de suplir a los que caen. Lo trágico es la falta de municiones. Callan la segunda y la tercera batería. Las otras dos sólo se dejan oír de vez en cuando, a largos intervalos. A las 4, Alsogaray dispara la última metralla de la suya. Sólo queda la de Thorne, sobre la que se concentra el fuego del enemigo. A las 4 y 50 cuenta sus municiones. Sólo le quedan 8 tiros. Personalmente dirige sus últimos disparos, sin errar ninguno, que no en vano es el mejor artillero de la Confederación. Al hacer el último, a las 5 de la tarde, una granada enemiga, que explota cerca de él, lo derriba en tierra, fracturándole un brazo y privándole del oído para siempre. Por eso pasó a la historia como el sordo de Obligado.
 El combate puede considerarse decidido. Sólo resta a los aliados consolidar la destrucción mediante un desembarco. Lo hacen primero los ingleses bajo la protección de los cañones de la escuadra. Mansilla, en formidable carga a la bayoneta, desafiando a la metralla enemiga, consigue arrollarlos hasta las mismas embarcaciones. Pero cae herido por un rebote de granada. Lo reemplaza el Coronel Crespo, quien ordena al Jefe de Patricios de Buenos Aires, Coronel Rodríguez, continuar con la resistencia. Entretanto han desembarcado también los franceses, reforzando el ataque. Rodríguez intenta una nueva carga, pero es detenido por el terrible fuego de la “Expeditive”, la “Procide” y el “Philomel”, que han conseguido situarse a sólo 150 metros. Son tan grandes las bajas, que se ve obligado a replegarse a la altura de las barrancas, donde ofrece una tenaz resistencia, disputando palmo a palmo el terreno a los invasores hasta las 8 de la noche. Sólo entonces se retira, salvando la artillería volante y acampando a dos leguas de distancia, sobre el camino a San Nicolás.
 Tal fué el combate de la Vuelta de Obligado. Once horas había durado la lucha. Según parte británico los aliados tuvieron 28 muertos y 85 heridos. De acuerdo al parte argentino, firmado por Crespo en reemplazo de Mansilla, los defensores muertos ascienden a 150 y los heridos a 101. Es probable que, en realidad, las bajas hayan sido mayores por ambas partes. La diferencia en contra de los argentinos es lógica, dadas las características del combate y la superior cantidad y calidad del armamento extranjero.
 Cabe hacer notar que los propios aliados reconocieron el valor de la defensa argentina. El parte de Capitán Hotham, si bien tergiversa en varios puntos la verdad –haciendo figurar, por ejemplo, 10 buques de guerra argentinos que no existieron- lo que motivó un reto a duelo del General Mansilla, reconoce, por otra parte, que “el enemigo se defendió valerosamente” y que “los hombres que caían eran inmediatamente reemplazados”.
 Resulta difícil hacer sin incurrir en injustas omisiones, el elogio individual de los héroes de Obligado, porque lo fueron todos los que allí combatieron. Hecha esta aclaración previa, no podemos dejar de mencionar algunos de entre ellos, que se distinguieron particularmente.
En primer término el general en jefe, Lucio Mansilla, cuyo elogio hace el propio Hotham, al reconocer que “una gran habilidad militar se había desplegado, tanto al escoger el terreno como en el plan de defensa adoptado”; que –según el “British Packet”- “durante todo el combate estuvo tomando mate con la mayor sangre fría”; y que concluyó la jornada herido por las metralla enemiga.
 Mención especial merecen los coroneles Juan Bautista Thorne y Ramón Rodoríguez. Dejemos su elogio, en el que incurre en un error que luego aclararemos, al almirante Sullivan:
 “En la batalla de Obligado –dice- un oficial que mandaba la batería principal causó la admiración de los oficiales ingleses que nos hallábamos cerca de él, por la manera que animaba a sus hombres y los mantenía en sus puestos, al pie de los cañones, durante un fuerte fuego cruzado, bajo el cual esta batería estaba más especialmente expuesta. Por más de 6 horas se paseó por el parapeto de la batería exponiendo su cuerpo entero, sin otra interrupción que cuando él mismo ponía de tiempo en tiempo la puntería de un cañón."
 “Por prisioneros heridos de un regimiento supimos después que era el Coronel Rodríguez, del Regimiento de Patricios de Buenos Aires. Cuando los marineros y soldados ingleses desembarcaron a la tarde y tomaron esa batería, él, con los restos de su regimiento solamente, y sin otro concurso de las fuerzas defensoras, mantuvo su posición a retaguardia, a pesar del fuerte fuego cruzado de todos los buques que se hallaban detrás de la batería, y fue el último en retirarse."
 “La bandera de esa batería, que había defendido tan noblemente, fué tomada por uno de los hombres de mi mando, y me fue dada por el oficial inglés de mayor rango, Capitán Aotham. Al ser arriada, la bandera cayó sobre algunos de los cuerpos de los caídos y fue manchada con su sangre”.
 Sullivan incurre aquí en una confesión. El jefe de la batería, que se paseaba expuesto al fuego enemigo, no fue Rodríguez, sino Thorne. Sí, fue en cambio el Coronel Rodríguez quien resistió heroicamente a las fuerzas de desembarco. El elogio, por lo tanto, corresponde a ambos. La bandera a la que se refiere Sullivan, la devolvió caballerescamente al Consulado Argentino en Londres, en 1883. Hoy se encuentra, sin leyenda alguna, en el Museo Histórico Nacional. Fue la única bandera de combate capturada en Obligado, y como ya lo hacía notar el “British Packet” el 20 de diciembre de 1845, no es propiamente la bandera oficial argentina, sino una insignia de regimiento, con bonetes e inscripciones. Las banderas que se exhibieron en los Inválidos de París como trofeos de Obligado, no eran banderas de guerra, sino de los barcos mercantes que sostenían la cadena, o de las carpas de los soldados.
 Continuando con la mención de los héroes de Obligado, recordemos a la heroína nicoleña Petrona Simonino, que con un grupo de abnegadas mujeres, algunas de las cuales murieron bajo fuego enemigo, prestó ayuda a los heridos e infundió ánimo a los defensores, consiguiendo salvar el parque sanitario en momentos de ser flanqueada la batería “Manuelita”.
 Y no olvidemos a los que dieron su vida por la patria en tan memorable ocasión. En la imposibilidad de mencionarlos a todos –se calcula su número en 250- recordemos al menos el nombre de los oficiales: Teniente de Marina José Romero, subtenientes Marcos Rodríguez y Faustino Medrano, y alféceres Martínez y Sánchez.
 El combate de Obligado, a pesar de constituir técnicamente, el episodio en sí, una victoria aliada, no lo fue en definitiva, ni por consecuencias prácticas, ni por su trascendencia moral.
 El ejército argentino, aunque diezmado, no se había disuelto. Pronto se rehizo. Las fuerzas aliadas que desembarcaron en Obligado fueron arrolladas en los meses de diciembre y enero por las del Coronel Thorne, que comandaba la línea de observación sobre la costa. El 2 de febrero intentaron un nuevo desembarco, y otra vez Thorne los obligó a reembarcarse. De nada servía haber forzado el paso. El objetivo aliado era dominar el río para comerciar con Paraguay y Corrientes. Pero no se domina el río cuando la costa sigue en poder del enemigo. Desde sus barcos, los anglo-franceses se veían seguidos y observados por los jinetes criollos –poncho y gorro colorado- que “surcaban en todo sentido la llanura, atendiendo a tropas inmensas de caballos y vacas destinadas a su uso y consumo, mientras los marinos famélicos eran presa del escorbuto, a pesar de la huerta de legumbres que habían instalado en una islita”. Veían, por otra parte, levantarse de nuevo sobre la costa las baterías abatidas para siempre. “Rosas está levantando baterías a lo largo de las barrancas entre nosotros y Obligado”, escribía el teniente Robins, de la fragata “Firebrand”, y añadía: “Si no hay una poderosa división abajo con fuerzas de tierra para sacar los hombres de la barranca, ellos echarán a pique algunos de los buques del convoy y probablemente harán daño a los de guerra. Nos hemos internado muy pronto río arriba. Hemos tomado una posición que no podemos sostener sin muchas posiciones fortificadas”. Y el teniente Marelly, confesaba: “Nos preocupan mucho las baterías que Rosas levanta contra nosotros en San Lorenzo”.
 Pronto se vió que tales temores no eran infundados. Los barcos que surcan el río comienzan a ser objeto de continuas agresiones. El 9 de enero el convoy es hostilizado en Acevedo. El 16 en San Lorenzo y el Quebracho, con grandes averías y 50 hombres fuera de combate. El 10 de febrero, el “Alecto” y el “Firebrand” son atacados en el Tonelero. El 2 de abril el “Philomel” es perseguido en el Quebracho. El 6, en el mismo lugar, el “Alecto” quedó bastante descalabrado. El 19 Mansilla se toma un pequeño desquite recapturando con la bandera inglesa el pailebot “Federal”, uno de los barcos que sostenían la cadena en la Vuelta de Obligado y que había sido tomado, armado y rebautizado por los ingleses con el nombre de ese combate. El 21, Thorne acribilla a balazos al “Lizzard”, causándole 4 muertos y otros tantos heridos. El 11 de mayo la escena se repite con el “Harpy”, quedando herido su comandante. Y como coronamiento, el 4 de junio, cuando el convoy regresa a Montevideo cargado de mercaderías de Paraguay y Corrientes, sufre un verdadero desastre en el Quebracho, viéndose obligado a incendiar varios barcos y a emprender una vergonzosa fuga. Desde entonces, el envío del convoy no se repitió y los buques aliados dejaron de surcar las aguas del Paraná. ¿Dónde había quedado el dominio del río, objetivo principal de la Vuelta de Obligado?
 Si desde el punto de vista práctico este combate fué una victoria a lo Pirro, desde el punto de vista moral constituyó un triunfo argentino.
 Lo fué por la desmoralización que produjo el enemigo. Comprendieron que se trataba de una guerra y no de un paseo. Lo dejan entrever en su correspondencia. “Nadie se declara en nuestro favor…Dejarlos que se degüellen unos a otros, limitándonos al bloqueo a menos que vengan otros a completar el trabajo…Nos hemos metido mucho…Hemos hecho demasiado, o demasiado poco”. En vista de ello, los interventores solicitan refuerzos. Piden 10.000 soldados franceses, igual cantidad de ingleses y el envío de una nueva escuadra. Pero los gobiernos de Inglaterra y Francia no contaban con semejante guerra. Habían creído empresa fácil dominar a los argentinos, a los “gauchos cobardes” que decía Thiers en el parlamento francés. La realidad les demostraba otra cosa. La Argentina no era Argelia o Túnez, ni Rosas un reyezuelo africano. Era un país que sabía hacer honor a su noble estirpe y defender la independencia que había conquistado. Hubo que abrir con él negociaciones de paz. El duelo a cañonazos iniciado en Obligado terminó pocos años después con las salvas con que Inglaterra y Francia desagraviaron al pabellón nacional.
 A los argentinos, en cambio, la Vuelta de Obligado les retempló el espíritu. Les dió, como otrora la resistencia a las invasiones inglesas, la conciencia de su propio valer. Fue la réplica viril al infame atropello del robo de la escuadra y su recuerdo subsistió, y subsistirá, como saludable lección a las veleidades de la intromisión extraña. Fue, y sigue siendo para nosotros, aunque todavía no se lo haya declarado oficialmente, el Día de la Soberanía.
 La energía de Rosas y el heroísmo de los combatientes despertó la admiración de todo el mundo. Especialmente la prensa de Estados Unidos, Chile y Brasil abundó en comentarios altamente elogiosos. Periódicos de Río de Janeiro se expresaban en los siguientes términos: “Triunfe la Confederación Argentina o acabe con honor. Rosas, a pesar del epíteto de déspota con que lo difaman, será en la posteridad respetado como el único americano del sur que ha resistido intrépido las violencias y agresiones de las dos naciones más poderosas del viejo mundo. Un día, los americanos del Norte y el Sur repetirán con entusiasmo a sus hijos estas palabras enérgicas y famosas dirigidas por el general argentino a los piratas de las Galias y de la Britania: No cederé mientras tuviese un soldado…Sean cuales fuesen las faltas de ese hombre extraordinario, nadie ve en él sino al ilustre defensor de la causa americana, al principal representante de los intereses americanos. Sea que triunfe o que sucumba en esa verdadera lucha de gigante en que se halla empeñado, Rosas será en le presente época el grande hombre de la América”.
 A su vez, “The Journal of Commerce” de Nueva York, decía: “No somos panegiristas del gobernador Rosas, pero deseamos que nuestros compatriotas conozcan su verdadero carácter, como lo describen los comodoros Ridgley, Morris y Turner y todo los ciudadanos de los Estados Unidos que haya visitado Buenos Aires. Verdaderamente él es un gran hombre; y en sus manos ese país es la segunda república de América”.
Mientras así se hablaba en el exterior, la única nota disonante –triste es decirlo- la dio la prensa de los argentinos emigrados en Montevideo y Chile. La sangre noblemente derramada en Obligado fue innoblemente insultada por ella, mientras incitaba a los extranjeros a continuar la lucha, bajo el pretexto de que no había de combatir el pueblo a los hombres “a quienes consideraba como libertadores”. Con tal motivo, Pinto, ex presidente de Chile, escribía al plenipotenciario argentino: “Seguimos con el más profundo interés las aventuras de la guerra contra Buenos Aires, porque esperamos que tarde o temprano se aplicarán a todos los Estados de América los mismos principios que ha invocado la intervención para crearse gobiernos esclavos que pongan al país a merced de la Inglaterra y de la Francia. Así s que todos los chilenos nos avergonzamos de que haya en Chile dos periódicos que defiendan la legalidad de la traición a su país, y Ud. sabe quiénes son sus redactores”.
 Afortunadamente, no todos los enemigos de Rosas cayeron tan hondo. Don Manuel Erguía protestaba contra esas actitudes en los siguientes términos: “Para la prensa de Montevideo, la Francia y la Inglaterra tienen todos los derechos, toda la justicia. Aun más, pueden dar una puñalada de atrás, arrebatar una escuadra, quemar buques mercantes, entrar en los ríos a cañonazos, destruir nuestro cabotaje…todo esto y mucho más que aún falta, es permitido a los civilizadores…el francés maquinista que cae atravesado por una bala es digno de compasión, y ve caer 400 cabezas argentinas y no muestra el menor sentimiento por su propia sangre. La prensa de Montevideo es completamente franco-inglesa”. El coronel Martiniano Chilavert reacciona aún con mayor energía. “Me impuse –dice- de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores y del modo inicuo como se había tomado la escuadra. Ví también propagadas doctrinas a las que deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su nacionalidad establece como principio. El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante sólo un buen deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y gloria para ella”.
 Chilavert cumplió su palabra. No pudo luchar en esta guerra, porque después de Quebracho quedó virtualmente concluída. Pero en Caseros defendió a su patria contra otra intervención extranjera. Urquiza le hizo pagar con la vida el terrible delito de haber luchado hasta el fin contra el invasor brasileño.
 El propio Alberdi, que con todos sus errores vió más claro que otros, escribió por aquel tiempo: “Hoy más que nunca, el que ha nacido en el hermoso país situado frente a la Cordillera de los Andes y el Río de la Plata, tiene derecho a exclamar con orgullo: soy argentino. Rosas no es un simple tirano, a mis ojos. Si en su mano hay una vara sangrienta de fierro, también veo en su cabeza la escarapela de Belgrano. Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su nombre, como el actual gobernador de Buenos Aires”. Y nada menos que Sarmiento, se vió obligado a reconocer que a Rosas “debe la República Argentina en estos últimos años haber llenado de su nombre, de sus luchas y de la discusión de sus intereses el mundo civilizado, y puéstola más en contacto con Europa”.
 Si aún algunos entre los enemigos de Rosas supieron comprender la trascendencia de la Vuelta de Obligado, cabe suponer la impresión que habrá producido en el espíritu del más grande los argentinos, el Gral. San Martín, que supo prever a Rosas y comprenderlo desde su advenimiento y que ya le había ofrecido sus servicios durante el bloqueo francés del año 38. En carta a Rosas de marzo de 1846, le dice: “Ya sabía la acción de Obligado, los interventores habrán visto que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca…Esta contienda, en mi opinión, es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España”. Su confianza en el triunfo argentino es absoluta, como se lo manifiesta al General Guido: “Me asiste la confianza segura de que a pesar de la desproporción de fuerzas y recursos, el General Rosas triunfará de todos los obstáculos”. Y firmada la paz del 49, le vuelve a escribir a Rosas: “Ud. me hará la justicia de creer que sus triunfos son un gran consuelo de mi achacosa vejez”.
 Lo que es menos conocido es que a causa de Obligado, San Martín estuvo a punto de mandar su sable a Rosas. Lo manifestó expresamente cuando dijo: “Sobre todo tiene para mí el General Rosas que ha sabido defender con toda energía y en toda ocasión el pabellón nacional. Por esto, después de Obligado, tentado estuve de mandarle la espada con que contribuí a defender la independencia americana, por aquel acto de entereza en el cual, con cuatro cañones, hizo conocer a la escuadra anglo-francesa que, pocos o muchos, sin contar los elementos, los argentinos saben siempre defender su independencia”.
 Esta intención quedó concretada en la famosa cláusula 3º de su testamento, donde lega su sable a Rosas “como una prueba la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injusticias pretensiosas de los extranjeros que trataban de humillarla”.
Ningún argentino recibió nunca mejor premio.


✒ | Alberto Ezcurra Medrano
*Publicado en el número XVIII de la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Año 1958.

22.10.13

La guerra de los ‘70 fue legal, y los juicios a los comandantes de las FF.AA., un disparate progre e insconstitucional


Si sólo lo dijera yo, Roberto Dansey, ¿qué validez tendría? Pero ahora sale a luz este informe, de la nueva DIRECTORA DE DESARME EN LA UN, Virginia Gamba, Argentina de 59 años, Premio Nobel de la Paz (compartido) como miembro de la organización Pugwash por el desarme nuclear, en 1995.


La principal experta que tiene el país en estrategia y en islas Malvinas, asumió hoy el cargo de directora de Desarme en las Naciones Unidas. La profesional se desempeñó hasta la semana anterior como asesora en temas internacionales del Ministerio de Seguridad y Justicia del Gobierno porteño. Con el cargo que asume hoy, descripto en la grilla como uno de los más altos en la burocracia de las Naciones Unidas, la Argentina completa un cuadro de funcionarios debajo de la oficina de Ban Ki-moon que tiene pocos precedentes.

El cargo de Gamba es de la jerarquía D2, el más alto fuera de las designaciones políticas, como directora y vice alto representante de la Oficina de Desarme del organismo en Nueva York y con competencia sobre todas las ramas de ese sector: Conferencia de Desarme (con sede en Ginebra), Armas de Destrucción Masiva y Armas Convencionales.

Gamba asume el cargo después de un concurso en el cual compitieron cerca de 100 expertos del todo el mundo, entre ellos un ex canciller de Egipto y un ex vicepresidente de Rusia. La designación reconoce la larga experiencia de esta dama de 59 años en estrategia y en desarme, al punto de que en 1995 obtuvo el Premio Nobel de la Paz (compartido) como miembro de la organización Pugwash por el desarme nuclear.

Entre 1996 y 2001 fue responsable de la fundación Safer Africa que se encargó de las tareas de retiro de las armas que habían quedado en Sudáfrica como consecuencia de años de guerra civil. En esa tarea trabajó junto al ex presidente Nelson Mandela. Vivió en Pretoria durante esos años y desde allí fue asesora en temas de seguridad interna de más de una decena de países africanos.

Por esa experiencia en 2010 vino a la Argentina para trabajar en la organización de la escuela de la Policía Metropolitana y como asesora del Ministerio porteño de Seguridad, donde se desempeñó hasta la semana pasada.

Roberto Dansey


Fuerzas Armadas y su Futuro

Por Virginia Gamba

La guerra contra el terrorismo iniciada por orden del gobierno constitucional argentino en 1975 fue naturalmente continuada por el régimen de facto a partir del 24 de marzo de 1976, no porque los militares lo desearan, sino por imposición del enemigo, que mantuvo la ofensiva contra la sociedad argentina.

Pero desde 1983 se decidió llevar a los militares combatientes en ella a los estrados judiciales a fin de juzgar sus conductas por procedimientos para tiempos de paz a la luz del Código Penal ordinario, habiendo generado ello una fenomenal confusión que se ha ido agravando a través del tiempo pues es sabido que las acciones de guerra deben juzgarse por las leyes que la gobiernan ante tribunales especiales y no por las leyes penales ordinarias aplicadas por los tribunales previstos para juzgar delitos comunes en tiempo de paz.

Los jueces que han procesado y los que están juzgando a militares por sus responsabilidades durante la guerra contra el terrorismo, actuaron y actúan ignorando lo que es la guerra, las normas que la regula y la historia de la formación por parte del Estado Argentino de los cuadros militares para desempeñarse en ella.

El conflicto en su variante netamente “revolucionario”, a partir de la década de los cincuenta, comenzó a preocupar a estudiosos militares y ya en el año 1958 en la Escuela Superior de Guerra contribuían en la cátedra dos Tenientes Coroneles franceses con experiencia en la guerra de Argelia, habiéndose llevado a cabo el primer ejercicio denominado “Barcala” en el Valle de Punilla, Córdoba.

Desde entonces comenzaron a ser entrenados en forma específica por el Estado Argentino los cuadros militares tomándose más adelante, como guía escrita, reglamentos dictados e impresos oficialmente a partir de 1968 en los cuales se explicaba y definía a ese tipo de conflicto y se preveían las acciones para combatir en él.

Hoy en día el conflicto es aún peor, y tanto Colombia, como Venezuela, como Chile, Bolivia y por supuesto Brasil están tomando medidas preventivas para evitar la guerra.

Las miles de víctimas del terrorismo se merecen que encontremos una forma eficaz de detener a los terroristas y evitar que sigan amenazando la vida republicana, aunque sea bajo la apariencia de “democracia”. Porque no es lo mismo República que “democracia”, para los socialistas del siglo XXI.

Los terroristas no funcionan como ejércitos convencionales: nunca llevan uniformes o defienden un territorio. Sus combates son para infundir pánico y, a través del miedo, su ideología. Por tanto, para que el ejército pueda responder al auge del terrorismo global hace falta plantear medidas que estén en constante evolución dentro de una estrategia global.

El apartamiento voluntario del mundo civilizado obedece a la política desarrollada por parte del actual gobierno de la familia Kirchner, que sumergió al país en una falta de seguridad jurídica crítica. Eso trae necesariamente consecuencias: situaciones críticas que pueden llegar a ser violentas cuando el encauzamiento de los problemas trascienden lo jurídico.

Con la autoridad de haber sido asesora permanente del Ministerio de Defensa argentino desde 1983 hasta 1988, y además Profesora Titular de la Escuela Superior de Guerra, antes de radicarme en Europa, puedo sostener científicamente que la falta de preparación de los militares en Argentina, su anulación y desarme absolutos, garantizan que el país será un blanco fácil del próximo conflicto, de una naturaleza absolutamente distinta que los anteriores.

Como lo he expresado claramente en mi último trabajo “Society under siege – Crime, Violence and Illegal Drugs” (Sociedad bajo asedio – Crimen, Violencia y Drogas), publicado en Dublin, considero que el desarme y la desmovilización de las fuerzas armadas argentinas son garantía de la violencia.

Saludo a usted atentamente felicitándola por los contenidos de su página.

Firmado: Virginia Gamba

Capetown – Sudáfrica

✒ | Informador Público | Roberto Dansey. 22 de octubre de 2013. 
http://informadorpublico.com/2013/10/22/la-guerra-de-los-70-fue-legal-y-los-juicios-a-los-comandantes-de-las-ff-aa-un-disparate-progre-e-insconstitucional/  

Los Mitos del indigenismo (Parte I)



Actualmente existe en la Argentina una marcada tendencia a la tergiversación y parcialización de la historia en diversos ámbitos y temas, desvirtuándola como ciencia, generando divisiones y haciendo de la mentira una práctica habitual.

Las campañas al desierto son uno de los campos en los que más se intenta ocultar la verdad y reemplazarla por burdas versiones distorsionadas sobre los hechos.

A través de esta nota iniciamos una serie de estudios para llevar un poco de luz sobre la cuestión.

Sebastián Miranda


1. El mito de los legítimos dueños de la tierra



 Antes de comenzar a analizar las acciones llevadas a cabo durante las campañas al desierto, tema que trataremos en próximas notas, es necesario aclarar una serie de cuestiones. En los últimos años se ha intensificado, desde diferentes sectores, una campaña destinada a tergiversar los sucesos históricos que conforman en su conjunto la cuestión de la guerra contra el indio. El eje central de la misma, básicamente, consiste en sostener que los indígenas vivían pacíficamente en sus tierras y que el hombre blanco llegó para usurparlas y esclavizarlos. Este proceso fue iniciado en 1492 con el descubrimiento de América por parte de los castellanos y continuado a lo largo de los siglos, teniendo como eslabón final el genocidio llevado a cabo por el general Julio Argentino Roca durante las últimas campañas al desierto. De esta manera los pueblos originarios que vivían pacíficamente y un estado de idílica pureza original fueron masacrados y despojados de sus riquezas y territorios. Esta prédica se dirigió en una primera etapa contra el proceso de descubrimiento, conquista, poblamiento y evangelización de América llevado a cabo por España. Desde las usinas de Gran Bretaña y Holanda (en proceso de separación del imperio español), Estados enemigos de España, se tejió la llamada leyenda negra utilizada como ariete contra el accionar hispánico en América, buscando desprestigiarlo con el fin de apoderarse de las riquezas y mercados del nuevo continente. Revivida constantemente por los intelectuales marxistas y por autores como E. Galeano –más afín a los cuentos que a ejercer profesionalmente la investigación histórica-, en su conocida obra Las venas abiertas de América Latina, siguen tergiversando los sucesos. Los escritores cambian pero el nulo rigor científico de sus obras sigue inalterable. No nos ocuparemos de la etapa colonial, quedando esta tarea pendiente, pero sí de este mito que se trasladó a las campañas al desierto, especialmente la de J. A. Roca, atizado por los escritores afines al gobierno actual, los indigenistas y la izquierda en su conjunto. Intentaremos a lo largo de las siguientes notas de llevar algo de claridad y refutar las mentiras y errores que se difunden con mayor frecuencia. Para acotar el campo de análisis nos referiremos exclusivamente a los pueblos que participaron en las acciones en torno a las campañas al desierto pues la situación de las culturas del noroeste y noreste fue completamente diferente.
 En primer lugar es necesario aclarar que los indígenas no eran un grupo homogéneo sino un conglomerado de pueblos distribuidos a lo largo del territorio nacional. La situación de cada uno de ellos era diferente así como la relación con el hombre blanco. Nos ocuparemos puntualmente de los que tuvieron relación con los sucesos historiados. Estos eran básicamente:
   . Araucanos: se ubicaban en el actual territorio chileno, cazadores, recolectores y agricultores. Eran belicosos y excelentes guerreros, logrando detener el avance de los incas en el río Bío Bío en el siglo XV. Su capacidad militar creció, como ocurrió con el resto de las tribus, al aprender a usar el caballo introducido por los españoles. Se los llamaba también indios chilenos siendo hoy en día más conocidos como mapuches. De acuerdo a su ubicación eran llamados de diferentes maneras: picunches (gente del norte); huiliches (gente del sur) y moluches (gente del oeste).
. Pampas y pehuenches: grupos emparentados entre sí y con los araucanos, habitaron en las actuales provincias de Buenos Aires, La Pampa, sur de Córdoba, San Luis y Mendoza llegando hasta Río Negro. Eran muy buenos guerreros y costó mucho evangelizarlos. Los primeros estaban en las zonas llanas, mientras que los segundos en las serranas (Sierra de la Ventana, Tandil). La palabra pampa es un término quechua que quiere decir campo abierto.
. Ranqueles: parientes directos de los araucanos, originarios de Chile, etimológicamente su nombre significa gente del cañaveral, se asentaron en Córdoba y el norte del río Colorado. Cobraron una gran notoriedad por su belicosidad a partir de la llegada desde Chile del cacique Yanquetruz en el siglo XIX emprendiendo campañas de saqueo y destrucción contra las poblaciones de la campaña argentina. Su capital era Leubucó.
. Tehuelches o patagones: habitaron el sur del actual territorio argentino a partir del siglo VI, desde el sur de la costa del río de la Plata hasta Tierra del Fuego. Eran cazadores y en general tuvieron buenas relaciones con los colonizadores y con sus hermanos pampas con los que solían aliarse para defenderse de los ataques de vorogas y araucanos. Estaban en guerra constantemente contra los indios chilenos que normalmente los vencían y esclavizaban.
. Voroganos o vorogas: también originarios de Chile (zona central), se establecieron en el territorio argentino a partir de 1830 teniendo como capital el paraje de Masallé en la actual provincia de La Pampa. En 1834 sus principales caciques fueron masacrados por indios araucanos procedentes de Chile encabezados por Calfucurá, quedando los voroganos bajo dominación araucana.
Estos grupos no eran una masa homogénea sino que estaban en guerra constantemente entre sí. Las razones de estos enfrentamientos eran variadas: disputas territoriales, por la posesión de bienes (ganado, telas, armas, alcohol), venganzas por ofensas, por el deseo de tener esclavos de la tribu rival o por cuestiones dinásticas. A su vez eran comunes las luchas internas, especialmente cuando un cacique moría y existían varios candidatos para la sucesión. Las tribus que eran sometidas por otras veían en el hombre blanco un aliado para liberarse de este dominio y a su vez los criollos utilizaban los servicios de los llamados indios amigos para defender las fronteras de los ataques de sus parientes más belicosos. Esta situación se dio en toda América. Difícilmente H. Cortés hubiera podido conquistar al imperio azteca sin el apoyo de los más de 120.000 indios aliados que querían liberarse del yugo azteca. En la Argentina se repitieron los casos: los tehuelches marcharon junto a las fuerzas de J. M. de Rosas contra los araucanos, al igual que lo hicieron los vorogas contra los ranqueles. En la batalla de San Carlos (8 de marzo de 1872), decisiva para terminar con el poder de Calfucurá, lucharon 585 hombres del Ejército Argentino y la Guardia Nacional junto a 940 indios aliados, pampas, contra 3.500 araucanos, vorogas y ranqueles.[1]
Al analizar seriamente la cuestión, podemos ver que los llamados pueblos originarios lo son –si nos referimos al actual territorio argentino-  y en otros no.

      . Araucanos o mapuches: originarios de Chile, comenzaron a invadir masivamente el actual territorio argentino a partir del siglo XIX (mucho después de la llegada de los españoles), atraídos por la abundancia de ganado.  El primer gran malón se produjo en 1737 contra el naciente pago de Arrecifes. Al año siguiente 2.000 araucanos provenientes de Chile arrasaron la población. Se inició entonces la trágica costumbre de las invasiones de indios chilenos que tras los saqueos volvían con el botín a sus dominios al oeste de la Cordillera de los Andes. En 1820 capitaneados por los hermanos Carreras arrasaron los pueblos de Salto y Dolores. Estos ataques unidos a nuevas invasiones provenientes de Chile fueron los que motivaron las expediciones al desierto del gobernador de Buenos Aires Martín Rodríguez en 1823 y 1824. El resultado fue negativo dada la escasa experiencia del gobernador en la lucha contra los indios y la falta de baqueanos. M. Rodríguez, a pesar de las advertencias de J. M. de Rosas, atacó durante las campañas a tribus que no habían participado en los malones por lo que no solamente no pudo neutralizar a los agresores sino que despertó la ira de naciones como los pampas que mantenían relaciones amistosas con el gobierno. La venganza de los indios no se hizo esperar, desatándose una serie de malones devastadores que arrasaron las fronteras de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Esto hizo que se decidiera el envío de la una misión encabezada por el coronel de milicias  J. M. de Rosas que reunió a los caciques enemigos en la laguna del Huanaco (150 km al norte de Salinas Grandes en la actual provincia de La Pampa). Allí se hicieron presentes 39 caciques y 50 representantes de parcialidades indígenas. Sorprendidos e impresionados por el coraje de J.M. de Rosas que inicialmente concurrió solo y les habló en lengua pampa que dominaba perfectamente, logró la firma de un acuerdo. Se logró adelantar las fronteras y, a cambio de la entrega de animales, yerba, tabaco, azúcar y otros productos logrón mantener la región en paz. Si bien la solución definitiva hubiera sido una expedición militar y no el pago de esta forma de tributo, el gobierno no estaba en condiciones de hacerlo ya que debía destinar los recursos disponibles a la inminente guerra contra el Brasil. Posteriormente J. M. de Rosas volvió a marchar, esta vez al sur de la provincia de Buenos Aires, para lograr otro acuerdo con los indígenas a que existía el peligro que los brasileños buscaran la alianza con ellos para abrirle al gobierno argentino un nuevo frente de guerra. Este fue justamente uno de los objetivos de la malograda expedición que culminó en la derrota imperial en Carmen de Patagones.[2]
En 1834 bajo el liderazgo de Calfucurá (perteneciente al sub grupo de los huiliches) masacraron a los caciques voroganos y se establecieron en el centro de la actual provincia de La Pampa en Salinas Grandes. Sobre esta cuestión ha queda un precioso testimonio de Santiago Avendaño, a mi juicio una de las mejores obras para conocer la cuestión de la guerra contra el indio y las luchas internas. S. Avendaño fue cautivado por los ranqueles en 1842 y siete años después logró escapar. A partir de 1852 fue mediador entre el gobierno y los indígenas con los que volvió a convivir y apreció hasta su asesinato en 1874 cuando era secretario del cacique Juan José Catriel dentro de uno de los tantos procesos de lucha civil entre los aborígenes:

      “El cacique Rondeau confió en las protestas de paz y despachó a uno de los enviados a Calfucurá manifestando el beneplácito para que se aproximasen los viajeros (….).  Calfucurá se aproximó hasta Mallo-lafquén (laguna de la cal o greda) y de aquí marchó a altas horas de la noche a Pul, aprovechando el silencio de la noche para, de ahí, dar un paso más, al amanecer, y caer sobre las tolderías de Rondeau. Cuando quiso aclarar, todos estuvieron en disposición para avanzar. Se echaron en marcha a todo escape, diseminándose por las tolderías de tránsito, provocando una tremenda confusión  (…). El indio emisario ya había asesinado al cacique Rondeau al tiempo que pretendía ponerse en fuga. Los caciques ya mencionados {Curu-thripay, Nahuel-quintuí, Calfuthrú, Mari-leofú, Curu-angué, Milla-bozó y Milla-pulqui} fueron rodeados y lanceados y, un  momento después, los invasores se repartieron en grupos en todas las direcciones para sorprender a los que aún ignoraban estos sucesos.
      Poco después fue que lograron encontrarse con los caciques Melín y Alún, acompañados de algunos indios que venían sin sospechar nada en absoluto. Venían por la invitación del hermano ahora asesinado. Estos fueron conducidos a la presencia del caudillo, que mandó lancear a los dos hermanos, salvando, en cambio la vida a los caciques Yofqueiñ y Maiñque-fú, quienes prometieron someterse al conquistador”.[3]

Una parte de los sobrevivientes se sometieron a los conquistadores, comenzando un proceso de mestizaje entre los voroganos y los huiliches. Pero no todos aceptaron esto y buscaron apoyo entre los blancos:

“(….) Los indios que habían emigrado a las fronteras se consagraron a defenderlas, haciéndose dignos de ser contados en el número de los mejores soldados de línea, por su intachable fidelidad, su actividad en el servicio y por el orden que guardaban en su vida privada (…). Juan Manuel de Rosas confirió, sí, el empleo de Coronel al cacique Collinao, con el goce de todas las prerrogativas que correspondían a ese rango. Pero tan pronto como cayó Rosas Collinao cesó de gozar lo que muy justamente había merecido por su lealtad.
      Los caciques Carré-llang, Teuqué, Lorenzo, Güaiquimil, Güenuqueo y otros, arrastraron a unos 193 indios con sus familias. Todos estos prestaron valiosos servicios a la causa de la civilización, haciéndose temibles para los indios de afuera (…)”.[4]

De esta manera los restos de las tribus vorogas, originarias de Chile, se dividieron en dos: los que se fusionaron con los huiliches de Calfucurá y los que se unieron a los blancos buscando su protección y contribuyendo eficazmente a la defensa de las fronteras. Existe una polémica sobre las causas del ingreso de Calfucurá al territorio argentino que analizaremos al tratar la campaña al desierto de J. M. de Rosas.
Los araucanos o huiliches de Calfucurá no se limitaron a decapitar a las tribus vorogas. Combatieron también contra sus parientes moluches destruyendo a las indiadas del cacique Raylef, también chileno, en la batalla de río Agrio. Tras la caída de J. M. de Rosas en Caseros, Calfucurá[5] formó una confederación de tribus que devastó las poblaciones de frontera hasta la derrota de San Carlos en 1872 y las campañas al desierto. Con frecuencia sus hermanos cruzaban la cordillera de los Andes desde sus dominios en Chile para apoyarlo en las invasiones. De estas dio cuenta Manuel Baigorria en sus Memorias:

      “Baigorria se marchó a Rosario y recibió una orden del capitán general que se fuese tierra adentro, porque había sabido por el cónsul chileno que mil seiscientos indios habían pasado la cordillera encabezados por Renquel y se dirigía a lo de Calfucurá, su hermano, para invadir Buenos Aires, y que sin omitir sacrificios era preciso contenerlos. Nada menos que él y el presidente {en esos momentos Santiago Derqui} iban a marcharse para Buenos Aires a tener una entrevista con el gobierno”.[6]

El producto de los malones era llevado a Chile donde era comprado por los comerciantes locales junto a algunos inescrupulosos comerciantes argentinos.[7]  A partir del inicio de las disputas territoriales con la Argentina, el gobierno chileno comenzó a fomentar y apoyar estos ataques como instrumento para menoscabar la soberanía argentina en la Patagonia, en disputa con el gobierno trasandino:

“Nuevamente en el valle del Limay, encontramos tropas de ganado que de las estancias saqueadas en la provincia de Buenos Aires pasaban a Chile. Llegué a contar ciento veinte sendas, tan antiguo como frecuente era el negocio, causa principal de los malones (…)”.[8]

Por ello no fue rara la presencia entre los contingentes araucanos de tropas de línea chilenas, produciéndose numerosos combates entre el Ejército Argentino y los indios amigos contra indígenas araucanos apoyados por tropas chilenas, especialmente durante las acciones del general Conrado Villegas en Neuquén.[9]
Nunca los araucanos, hoy llamados mapuches, fueron originarios de la Argentina sino que se establecieron tras someter a las tribus locales y a sus propios hermanos de raza, viviendo del saqueo de las poblaciones de frontera.

      . Pampas: provenientes del tronco araucano, se establecieron en las actuales provincias de Buenos Aires y La Pampa en el siglo XVI. Ocasionalmente participaron en malones junto a los araucanos pero generalmente las relaciones fueron conflictivas, estando en guerra contra ellos junto con los tehuelches. En 1830 junto a los pehuenches fueron masacrados por los vorogas en Bahía Blanca.

      . Pehuenches: en 1825 el cacique Ñeincul fue asesinado, como los pehuenches habían apoyado al Ejército de los Andes y eran aliados, el gobierno de Mendoza, para evitar la guerra civil, designó como sucesor al cacique Antical. Sin embargo, el cacique Llanca Milla no estuvo de acuerdo y solicitó el apoyo de sus enemigos huiliches del cacique Anteñir para combatir a Antical al que culpaba de la muerte de Ñeincul. Los huiliches (araucanos) reunieron 5.000 guerreros junto con 200 guerrilleros realistas y prometieron apoyar a Llanca Milla. Atacaron primero a Antical en sus toldos de Malal Hué matándolo y masacrando a guerreros, mujeres y niños. Los que lograron salvarse, no sabiendo que habían sido atacados por los huiliches y pensando que eran los atacantes eran los pehuenches de Llanca Milla, pidieron apoyo a Anteñir que prometió ayudarlos si se presentaban desarmados en sus toldos. Una vez allí fueron masacrados cerca de 1.000 pehuenches, hombres, mujeres y niños. Combatieron contra los vorogas que mataron a muchos de ellos en diferentes puntos de la provincia de Buenos Aires entre 1829 y 1830.

      . Ranqueles: se asentaron en Leubucó (Córdoba) alrededor de 1700. Originalmente eran una mezcla de araucanos, huiliches, huarpes y puelches. Cobraron importancia en el siglo XIX cuando el cacique Yanquetruz llegó de Chile y organizó malones constantemente. Fueron el principal blanco de la campaña al desierto de J. M. de Rosas. Yanquetruz fue sucedido por los caciques Painé y Galván. Los ranqueles se dividieron entre los seguidores de Yanquetruz y los de Llanquelén y Calfulén (eran hermanos) que pidieron protección al gobierno de Buenos Aires sirviendo como fuerzas para cuidar las fronteras. En 1836 una expedición ranquelina salió de Leubucó para castigar a los caciques por haberse unido a los cristianos, pero al enterarse de que a su vez Calfucurá los atacaría a ellos, se dirigieron a Rojas donde fueron batidos por Llanquelén. Los ranqueles sobrevivientes fueron enviados a Buenos Aires donde el gobernador J. M. de Rosas se encargó de costear su educación.
Enardecidos por la derrota, los caciques Pichuiñ y Painé organizaron una nueva expedición para vengarse de sus hermanos a los que J. M. de Rosas habían distinguido con honores por su servicio en la defensa de la frontera. En 1838 sorpresivamente la expedición ranquelina llegó hasta las cercanías de los toldos de Llanquelén y Calfulén. A pesar de la dura resistencia, los hermanos fueron capturados y ejecutados:

“Acto continuo fue llevado hasta el foso {Llanquelén}, donde vio con sus propios ojos todo el horror que se había cometido. Vio a su hermano dentro del foso, la cabeza separada del cuerpo, vestido como había estado. Allí se la mandó tirarse al suelo. Hecho esto, se le dejó llorar un momento y luego fue degollado por el cacique Anequeo”.[10]

Los indios que querían entrar en connivencia pacífica con el hombre blanco terminaban así trágicamente sus días. Los sobrevivientes, mujeres y niños fueron repartidos para servir como esclavos entre los vencedores.

Tehuelches: eran los más antiguos de los que se asentaron en el actual territorio argentino, a partir del siglo VI. Fueron atacados por diversos pueblos:
En 1821 un nutrido grupo de araucanos del grupo moluche apoyados por tropas regulares de Chile vencieron y masacraron a 1.800 tehuelches en Choele Choel, obligándolos a retirarse hacia el sur o buscar refugio entre los blancos:

“(…) Vencidos por los invasores moluches con el apoyo de las milicias chilenas y un cañón en la batalla de Choele Chel (1821) y la muerte masiva de los mismos comandantes (el comandante Calixto Oyuela calculó que murieron unos 1800 guerreros tehuelches) permitió el mestizaje de sus mujeres con los mapuches en gran escala (…)”.[11]

Efectivamente esto hizo que los tehuelches comenzaran un proceso acelerado de mestizaje con otros grupos ya que muchos de los varones murieron en esta batalla. Para tener una idea de la magnitud de la matanza podemos compararla con las campañas al desierto. Durante las acciones de 1879-1800 se calcula se capturaron alrededor de 20.000 indios. En una sola batalla los araucanos matarona un equivalente al 9% de todos los indios capturados durante las campañas al desierto  más importantes de la historia argentina.
Diezmados por los araucanos, desde 1821 pidieron apoyo a los sucesivos gobernadores de Buenos Aires Participaron activamente en la campaña al desierto de J. M. de Rosas batiéndose valientemente contra los ranqueles y araucanos.
Los enfrentamientos con los indios chilenos eran permanentes. George Chaworth Musters, marino británico que realizó un viaje por la Argentina en 1869, relató su experiencia:

      “(…) El padre de Casimiro {cacique tehuelche leal al gobierno argentino, gran amigo del ilustre capitán Luis Piedrabuena} cayó prisionero también en un infructuoso asalto a un fuerte araucano. Consiguió evadirse con un par de compañeros suyos después de dos o tres años de cautiverio; y, cuando iban apresuradamente a juntarse con los tehuelches en las inmediaciones de Geylum, encontraron a un araucano que andaba solo. Este al ver el fuego se acercó sin recelo, y los otros lo recibieron bien, invitándolo a fumar; pero luego lo agarraron, lo desnudaron y lo ataron de pies y manos, y lo dejaron tendido en la pampa, presa desamparada para los cóndores y los pumas. Después de satisfacer sí su anhelo de venganza, los fugitivos lograron reunirse a su gente y organizaron un ataque contra los araucanos, en el que fue muerto el padre de Casimirio (…)”.[12]

Los araucanos, llamados en Neuquén manzaneros (por la abundancia de estas frutas en la región), siempre fueron superiores en número por lo que frecuentemente ganaban las batallas y esclavizaban a los tehuelches:

      “(…) Se contaban algunos prodigios de valor que los tehuelches habían realizado; pero en realidad los manzaneros se mostraban superiores a ellos como guerreros, y hasta en los tiempos de nuestra visita a estos últimos tenían esclavos tehuelches (…)”.[13]

La práctica de la esclavitud era común entre los indios, siendo víctimas de ella tanto los cristianos como los miembros de las tribus enemigas.
Otro testimonio de estos enfrentamientos entre araucanos y tehuelches ha llegado a nosotros de la mano del gran explorador y científico Francisco Moreno:

“(…) El patagón no es menos valiente y defensor de su soberanía, {que el araucano} como lo atestiguan  las relaciones de combates que, en las veladas, cuentan los guerreros de todas esas tribus, y en las que muchas veces la peor parte no la han llevado los tehuelches.
      Estos son exaltados en la guerra, pero en la paz no creo que haya salvaje en el mundo más tratable, sin tener en manera alguna la susceptibilidad de carácter del  belicoso araucano o pampa”.[14]

Esta diferencia en la idiosincrasia de los tehuelches, originarios del actual territorio argentino, es la que hizo que las relaciones con el hombre blanco fueran, salvo raras excepciones, cordiales. Caso contrario a las que se desarrollaron con los araucanos, oriundos del actual Chile, que invadieron las tribus de los verdaderos pueblos originarios.

      . Voroganos: nativos de Chile, también del tronco araucano hoy llamado mapuche, asentados en el actual territorio argentino a partir de 1830. En Chile lucharon contra otros araucanos en guerras internas. Producida la revolución patriota contra Fernando VII en 1810 se unieron a los realistas comandados por el coronel José Antonio Pincheira. Tras la victoria patriota de Maipú invadieron el actual territorio argentino realizando malones sobre Carmen de Patagones (1829). Masacraron a los pampas asentados en Sierra de la Ventana y Sauce Chico, matando a los caciques principales. Seguidamente avanzaron sobre las proximidades de la Fortaleza Protectora Argentina[15], hoy Bahía Blanca, donde volvieron a diezmar a los pampas (26 de septiembre de 1830) asentándose en Guaminí. Los pampas sobrevivientes huyeron hacia el sur del río Negro comandados por los caciques Raynagual y Chocorí.
En 1834 los principales caciques vorogas –Mariano Rondeau y Melián- junto a muchos de sus capitanejos e indios de chusma fueron asesinados a traición por los araucanos dirigidos por Calfucurá que supuestamente concurrían desde Chile para comerciar pacíficamente. Hay una polémica histórica sobre el ingreso de estos araucanos. Para algunos historiadores ingresaron con el apoyo de J. M. de Rosas que los utilizó para someter a los voroganos que se habían negado a atacar a los ranqueles, principales enemigos de los gobernadores provinciales, para otros la llegada fue consecuencia de un prolongado período de sequía en Chile que hizo que el alimento escaseara. Lo cierto es que desde 1834 estos araucanos se asentaron en Salinas Grandes, siendo la relación buena con el hombre blanco hasta la caída de J. M. de Rosas en Caseros.

Sintetizando: araucanos, ranqueles y voroganos fueron etnias originarias de Chile que en distintos momentos, pero principalmente a partir del siglo XIX, se asentaron en el actual territorio argentino sometiendo y masacrando a las tribus locales, originarias, pampas, pehuenches y tehuelches. A este proceso en su conjunto se lo conoce como la araucanización de la pampa. Alfredo Serres Güiraldes en su excelente estudio sobre la cuestión expresó:

“Llegó a configurar en el transcurso del tiempo, una verdadera invasión, con las secuelas lógicas que acarrea una agresión de esa naturaleza. Esa irrupción, en su cénit, llego a conformar prácticamente un estado dentro de otro estado y que oponía la fuerza a todo intento de reconquista que efectuaran las autoridades nacionales”.[16]

Efectivamente, la araucanización fue una invasión de pueblos originarios de Chile que inicialmente usurparon territorios pertenecientes a pueblos originarios del actual territorio argentino –pampas, pehuenches y tehuelches- que posteriormente se trasladó también a territorios ocupados por el hombre blanco. Este último durante la época colonial tuvo relaciones conflictivas con los dos primeros grupos y buenas con los terceros. A partir de 1810 las relaciones con los tres grupos en general, salvo algunas excepciones, fueron buenas, apoyándose mutuamente frente a las agresiones de las diferentes etnias que habitaban al oeste de la Cordillera de los Andes. Debido a las masacres efectuadas por los araucanos (en sus diferentes sub grupos: huiliches, voroganos, ranqueles, etc) contra los pampas, pehuenches y tehuelches, estos buscaron el apoyo de las autoridades argentinas para evitar sus extinción. Simultáneamente los sucesivos gobiernos argentinos, como veremos en otras notas, utilizaron los conflictos entre los sub grupos del tronco araucano para intentar neutralizar el accionar de los indios originarios de Chile. Estos procesos generaron una enorme mortandad entre los indígenas. Solamente mencionando la batalla de Choele Choel, observamos la matanza de 1.800 tehuelches, no solo guerreros sino mujeres y niños. Preguntamos a los indigenistas: ¿en qué batalla el Ejército Argentino produjo esta mortandad semejante que no respetó la vida de mujeres ni niños? Esto se trasladó en 1825 a los pehuenches en Mendoza, repitiéndose con los pampas en 1829 y 1830 en Sierra de la Ventana y Bahía Blanca.
Estas masacres o genocidios, término tan utilizado por indigenistas, intelectuales de izquierda o simples ignorantes al referirse a la cuestión de las campañas al desierto, que por cierto no incurrieron en estas aberraciones, son casualmente olvidados por los cultores del indigenismo y por iconoclastas que dirigen su odio contra monumentos consagrados a personajes fundamentales en la historia de América y la Argentina como fueron Cristóbal Colón y Julio Argentino Roca.
Otro de los historiadores que abordó la cuestión, Roberto Edelmiro Porcel, expresó:

      “Pero cabe aclarar que las grandes matanzas de indígenas fueron producto de sus propias guerras tribales y sus continuas venganzas, que respondían a ataques con ataques, a muerte con muertes, o sea ocurrieron como consecuencia de sus enfrentamientos permanentes. En ellas y en la araucanización de nuestras pampas murieron millares de indios de lanza y de chusma, que cuando no era aprisionada era lanceada, muchas veces sin distinguir siquiera entre hombres, mujeres y niños”.[17]

Es entonces que, más allá de los excesos ocurridos durante las campañas al desierto, las muertes masivas de indígenas fueron producto de las guerras internas y las invasiones producidas entre las diferentes etnias.

NOTAS:
[1] MIRANDA, Sebastián. La batalla de San Carlos. El comienzo del fin. En: Defensa y Seguridad Mercosur, año 5, Nro 24, marzo-abril de 2005, pp. 87-93.
[2] Ver MIRANDA, Sebastián. La batalla de Carmen de Patagones. En. Defensa y Seguridad Mercosur, año 7, Nro. 38, julio-agosto de 2007, pp. 64-73.
[3] AVENDAÑO, Santiago. Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño (1834-1874).  Recopilación del padre Meinrado Hux, Buenos Aires, El Elefante Blanco, 2004, pp. 35-36.
[4] AVENDAÑO, Santiago. Op cit., p. 39.
[5] Se unió a la guerra civil entre Buenos Aires y la Confederación entre 1853 y 1861, apoyando a las fuerzas de J. J. de Urquiza.
[6] BAIGORRIA, Manuel. Memorias, Buenos Aires, Solar/Hachette, 1975, p. 139. Coronel unitario que se refugió entre los ranqueles, combatiendo contra las fuerzas federales y participando activamente en los malones. Posteriormente sirvió a las órdenes de J. J. de Urquiza en la guerra contra Buenos Aires y terminó cambiando nuevamente de bando uniéndose a las tropas de B. Mitre. Sus Memorias constituyen un testimonio de gran valor para entender la evolución de la política nacional y las costumbres de los indios.
[7] Recomiendo la lectura del excelente trabajo: ROJAS LAGARDE. Jorge Luis. Malones y comercio de ganado con Chile. Siglo XIX, Buenos Aires, El Elefante Blanco, 2004.
[8] MORENO, Francisco Pascasio. Reminiscencias del perito Moreno, primera reimpresión, Buenos Aires, El Elefante Blanco, 1997, p. 57.
[9] Sigue siendo insustituible la lectura del trabajo del fallecido patriota PAZ, Ricardo, Alberto. El conflicto pendiente, segunda edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1981, T I y II.
[10] AVENDAÑO, Santiago. Op cit., p. 70.
[11] PORCEL, Roberto Edelmiro. La araucanización de nuestra pampa. Tehuelches y pehuenches. Los mapuches invasores, Buenos Aires, Edivérn, 2007, p. 32. Se trata de un libro sintético pero no por ello poco riguroso, que plantea verdades que hoy pocos se atreven a decir, mostrando brillantemente cómo se desarrolló el proceso de araucanización del actual territorio argentino y las guerras entre las diferentes etnias.
[12] MUSTERS, GEORGE CHAWORTH. Vida entre los patagones. Un año de excusiones por tierras no frecuentadas desde el estrecho de Magallanes hasta el río Negro, segunda reimpresión, Buenos Aires, Solar, 1991, p. 184.
[13] MUSTERS, GEORGE CHAWORTH. Op. cit., p. 184.
[14] MORENO, FRANCISCO PASCASIO. Viaje a la Patagonia Austral 1976-1877, segunda reimpresión, Buenos Aires, Solar, 1989, p. 217.
[15] Fundada el 9 de abril de 1828.
[16] SERRES GUIRALDES, Alfredo. M. La estrategia del general Roca, Buenos Aires, Pleamar, 1979, p. 123. Trabajo excelente que se centra en analizar la importancia del general J. A. Roca en el afianzamiento de la soberanía nacional en relación a la cuestión indígena y los problemas limítrofes con Chile.
[17] PORCEL, Roberto Edelmiro. Op. cit., pp. 28-29.

✒ Sebastián Miranda | Debatime | Martes 22 de octubre de 2013.
http://debatime.com.ar/los-mitos-del-indigenismo-parte-i/