28.6.17

El caso del peronismo


 Resulta sumamente curioso pero a esta altura del siglo XXI cuesta creer que existan aun personas que seriamente se dicen peronistas. Se ha probado una y mil veces la corrupción astronómica del régimen (Américo Ghioldi, Ezequiel Martínez Estrada), su fascismo (Joseph Page, Eduardo Augusto García), su apoyo a los nazis (Uki Goñi, Silvano Santander), su censura a la prensa (Robert Potash, Silvia Mercado), sus mentiras (Juan José Sebreli, Fernando Iglesias), la cooptación de la Justicia y la reforma inconstitucional de la Constitución (Juan A. González Calderón, Nicolás Márquez), su destrucción de la economía (Carlos García Martínez, Roberto Aizcorbe), sus ataques a los estudiantes (Rómulo Zemborain, Roberto Almaraz), las torturas y muertes (Hugo Gambini, Gerardo Ancarola), la imposición del unicato sindical y adicto (Félix Luna, Damonte Taborda). ¿Qué más puede pedirse para descalificar a un régimen?
 A este prontuario tremebundo cabe agregar apenas como muestra cuatro de los pensamientos de Perón, suficientes como para ilustrar su catadura moral. En correspondencia con su lugarteniente John William Cooke: “Los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a los dueños se quedarán con ella. Los que tomen una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo, lo mismo que los que ocupen establecimientos de los gorilas y enemigos del Pueblo. Los Suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro. Esto mismo regirá para los simples soldados que realicen una acción militar” (Correspondencia Perón-Cooke, Buenos Aires, Editorial Cultural Argentina, 1956/1972, Vol. I, p. 190).
 También proclamó “Al enemigo, ni justicia” (carta de Perón de su puño y letra dirigida al Secretario de Asuntos Políticos Román Alfredo Subiza, cit. por J. J. Sebreli, Los deseos imaginarios del peronismo, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1983, p. 84). En otra ocasión anunció que “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” (discurso de Perón por cadena oficial de radiodifusión el 18 de septiembre de 1947, Buenos Aires). Por último, para ilustrar las características del peronismo, Perón consignó que “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente” (Marcha, Montevideo, febrero 27 de 1970).
 Algunos aplaudidores y distraídos han afirmado que “el tercer Perón” era distinto sin considerar la alarmante corrupción de su gobierno realizada principalmente a través de su ministro de economía José Ber Gelbard quien además provocó un grave proceso inflacionario (que denominaba “la inflación cero”) y volvió a los precios máximos de los primeros dos gobiernos peronistas (donde al final no había ni pan blanco en el mercado), el ascenso de cabo a comisario general a su otro ministro (cartera curiosamente denominada de “bienestar social”) para, desde allí, establecer la organización criminal de la Triple A. En ese contexto, Perón después de alentar a los terroristas en sus matanzas y felicitarlos por sus asesinatos, se percató que esos movimientos apuntaban a copar su espacio de poder debido a lo cual optó por combatirlos y, también  a la vuelta de su exilio, se decidió por abrazarse con Ricardo Balbín (un antiguo opositor que a esa altura se había peronizado).
 A nuestro juicio la razón por la que se prolonga el mito peronista se basa en la intentona de tapar lo anterior con una interpretación falaz de lo que ha dado en llamarse “la cuestión social”. Esto ha penetrado en prácticamente todos los ámbitos de la vida social. No son pocos los conservadores que argumentan que no es cierto que Perón haya sido pionero en materia social ya que lo fueron ellos, los conservadores, y así se suscita una carrera para ver quienes fueron los adelantados en este tema, sin percatarse que precisamente en la cuestión social estaba el problema, especialmente para los más necesitados.
 Lo primero es comprender cual es la causa de los ingresos y salarios en términos reales que reside en la tasa de capitalización, es decir, ideas innovadoras, maquinaria,  tecnología, equipos que hacen de apoyo logístico al trabajo al efecto de incrementar su rendimiento. No hay otra cosa. Si observamos el mapa del mundo concluiremos que allí donde las referidas tasas de capitalización son mayores, también resultan mayores los ingresos. Sin duda que para que esas inversiones tengan lugar es menester que los marcos institucionales garanticen el uso y la disposición de las respectivas propiedades. Los salarios no son en modo alguno más altos debido a la generosidad ni a la prebenda sino que, como queda dicho, son el fruto de mayores inversiones per capita.
 Los pagos adicionales con automóviles, seguros de salud, vacaciones, reducciones de jornadas laborales, oficinas elegantes, bonos y premios varios, músicas funcionales, coberturas por accidentes y todo lo que uno pueda imaginarse de atenciones no son consecuencia del decreto sino de las tasas de capitalización que obligan al empleador a proceder de esa manera. Al contrario, el decreto que se traduce necesariamente en montos superiores a los del mercado (de lo contrario  no tiene sentido el decreto) expulsa a los destinatarios y los condena al desempleo. Generalmente los destinatarios de los decretos de salarios mínimos, vacaciones, jornadas laborales y aguinaldos (esto último es un insulto a la inteligencia ya que inexorablemente significa menores salarios durante el resto año), habitualmente son los que más necesitan trabajar que, paradójicamente, son los que primero son desempleados (cuando no se intenta disimular a través de la inflación que derrite salarios). Si esos mal llamados beneficios se extendieran a los gerentes y otros funcionarios de jerarquía, es decir,  si las remuneraciones por decreto superaran sus retribuciones, ellos serían los que serían expulsados del mercado y condenados al desempleo.
 No hay magias en economía, los factores de producción son escasos (si hubiera de todos para todos todo el tiempo no habría necesidad de trabajar) y el factor por excelencia es el trabajo intelectual y manual ya que sin su concurso no puede concebirse la producción de ningún bien o la prestación de servicios. No hay por ende sobrante de aquel factor escaso en un mercado abierto, a saber, allí donde los arreglos contractuales son libres. En cambio, como decimos, cuando los aparatos estatales intervienen el resultado es la desocupación.
 En una sociedad abierta los sindicatos son manifestaciones libres y voluntarias en las que deciden los asociados cuales han de ser sus características, pero lo que es incompatible con la libertad es la sindicación y aportes forzosos como lo son en la mayor parte de las sociedades en las que se impone una legislación fascista del unicato como, por ejemplo, la establecida por el peronismo, es decir, las leyes de asociaciones profesionales y convenios colectivos que Perón copió de la Carta de Lavoro de Mussolini.
 Por su parte, las huelgas significan que los trabajadores, contemplando los contratos previos, pueden ejercer su derecho a no trabajar, lo cual es muy diferente a imponer por la fuerza que otros no trabajen lo cual se basa en la intimidación y no en elecciones voluntarias.
 En este sentido las denominadas “conquistas sociales” del peronismo han constituido un obstáculo formidable para el incremento de los salarios en términos reales de los más débiles económicamente debido a los desajustes señalados, lo cual se agrava si simultáneamente se adoptan políticas que de hecho bloquean las inversiones al distorsionar precios con pretendidos controles, establecer alta presión tributaria, introducir manipulaciones monetarias y en el sector externo, tal como lo hicieron los gobernantes peronistas y sus imitadores.
 Asimismo, el peronismo en su primera etapa aniquiló innumerables ahorros de quienes colocaban sus fondos en pequeños terrenos y departamentos para alquilar que fueron destruídos con las leyes de alquileres y desalojos, al tiempo que se estableció compulsivamente un sistema que anticipadamente estaba quebrado como es actuarialmente el de reparto, lo cual se agravó cuando se utilizaron esos recursos para fines partidarios.
 Francamente, si se pudieran lograr mejoras en el nivel de vida por medio del decreto que da lugar a las antedichas “conquistas sociales”, deberíamos ser más generosos y hacer de una vez millonarios a todos, pero lamentablemente las cosas no son así. Finalmente también debe destacarse que esas pretendidas conquistas dan lugar a todo tipo de chicanas y corruptelas en el fuero laboral que encarecen aun más el proceso productivo. El apoyo y el soporte mejor y más eficaz para el trabajador (que aunque resulte en un pleonasmo, son todos los que trabajan y no los de una “clase”) es contar con un Estado de Derecho robusto en cuyo contexto opera una Justicia expeditiva para proteger los derechos de todos y no que se acepte que solo van presos los ladrones de gallinas mientras quedan impunes políticos corruptos. Esta tendencia se extiende, entre otras muchas cosas, cuando se da cabida a pseudoempresarios que operan al amparo del poder político que le otorga mercados cautivos para poder explotar a la gente.
 ¿Qué se puede hacer entonces con el peronismo? Absolutamente nada más que intentar persuadirlos del error y de los serios problemas que generan sus ideas para todos pero muy especialmente para los más pobres que aumentan su pobreza cada vez que aquellas propuestas se ejecutan. Como he consignado con anterioridad, todas las ideas deben competir en el debate y en las urnas por más estrafalarias que resulten.
 Todos provenimos de las cavernas y de la miseria, es decir del cien por cien bajo la línea de pobreza. La forma de progresar consiste en el respeto irrestricto a los logros del vecino y no recurriendo a la fuerza para arrancar el fruto del trabajo ajeno. Cuando votamos en el supermercado y afines estamos asignando recursos y consecuentemente establecemos diferencias en los patrimonios según como satisfagan nuestras demandas, la redistribución coactiva de los aparatos estatales contradice aquellas indicaciones y por ende desperdicia capital, lo cual indefectiblemente reduce niveles de vida.
 Por último y como una nota al pie, transcribo una carta del Ministro Consejero de la Embajada de Alemania en Buenos Aires Otto Meynen a su “compañero de partido” en Berlín, Capitán de Navío Dietrich Niebuhr O.K.M, fechada en Buenos Aires, 12 de junio de 1943, en la que se lee que “La señorita Duarte me mostró una carta de su amante en la que se fijan los siguientes lineamientos generales para la obra futura del gobierno revolucionario: ´Los trabajadores argentinos nacieron animales de rebaño y como tales morirán. Para gobernarlos basta darles comida, trabajo y leyes para rebaño que los mantengan en brete´” (copia de la misiva mecanografiada la reproduce S. Santander en  Técnica de una traición. Juan D. Perón y Eva Duarte, agentes del nazismo en la Argentina, Buenos Aires, Edición Argentina, 1955, p.56). La cita de Perón es usada también por Santander como epígrafe de su libro.


✒  (*) | Libertad y Progreso | Miércoles 28 de junio de 2017.
http://www.libertadyprogresonline.org/2017/06/28/el-caso-del-peronismo/

(*) Presidente del Consejo Académico de Libertad y Progreso y Doctor en Economía y en Ciencias de Dirección. Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Autor de diecisiete libros. Fue profesor titular por concurso en la UBA. Es profesor en la Maestría de Derecho y Economía de la UBA. Fue Director del Departamento de Doctorado de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de La Plata y Rector de ESEADE donde es Profesor Emérito. Fue asesor económico de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, de la Cámara Argentina de Comercio, de la Sociedad Rural Argentina y del Consejo Interamericano de Comercio y Producción.

20.6.17

20 de junio, el Día de la Bandera: cómo nació el feriado en memoria de Manuel Belgrano


 Entre 1816 y 1938 no existió un feriado oficial para conmemorar la insignia patria. Su nacimiento fue a partir de un acto de desagravio.

 Hasta 1938 no existió oficialmente ninguna fecha en el calendario argentino para conmemorar a la insignia patria y la vida y obra del Gral. Manuel Belgrano. La historia de cómo se llegó a este día es poco conocida.

 El 1 de mayo de 1938 dos grupos de ciudadanos extranjeros chocaron en el centro porteño en medio de una disputa política en vísperas de la Guerra Civil española. Ambos bandos portaban el pabellón nacional

 Diez hombres de la época pensaron la Bandera fue utilizada en "un conflicto ajeno a la soberanía nacional" por lo cual propusieron un acto de desagravio. Estos fueron: Luis Agote Robertson (hijo del doctor Luis Agote), Gervasio y Daniel Videla Dorna, Raúl y Alfredo Etcheverry, Ricardo Alberti (el dueño de casa), Luis María Ferraro, Ramón Oscar Castilla, Carlos Rojas Torres y Jorge Seré.

 El grupo de porteños convocó a una manifestación en Ecuador 1250 (entre Charcas y Masilla, en la Ciudad de Buenos Aires) y portaron una bandera nacional de 15 metros de largo, que luego donaron a la Municipalidad de Buenos Aires. El Intendente, Mariano de Vedia y Mitre, dispuso izarla en la Plaza de la República (junto al recién terminado Obeslisco) el siguiente 20 de junio, en memoria del fallecimiento del Gral. Manuel Belgrano. Al siguiente año, se repitió el homenaje en la Plaza de Mayo.

 La Bandera Nacional fue adoptada oficialmente como insignia de la República Argentina el 20 de julio de 1816 por el Congreso de Tucumán.

 Luego de dos años de intenso debate, el 9 de junio de 1938 fue sancionado por ley (12.361) el feriado hoy conocido como Día de la Bandera. Ante de su sanción hubo dos interesantes apostillas durante el debate parlamentario en el Senado:

1. El senador conservador Guillermo Rothe se opuso vehementemente a que la fecha conmemorativa sea un feriado dado que consideraba que "sería recargar el calendario de festividades, habiendo ya otros dos días destinados a celebraciones patrias". Él proponía que se utilizara siempre el tercer domingo de junio.

2. Por otra parte, otro de los ejes de la polémica era si el feriado debía ser nacional (aplicable para todo el territorio) o no.

Por casi seis década la ley no tuvo modificaciones. Recién en 1996, el presidente Carlos Menem firmó un decreto trasladando el feriado al tercer lunes de junio para favorecer al turismo.

 Este año, el Poder Ejecutivo Nacional firmó un decreto que lo convirtió en inamovible.

✒ Clarín | Martes 20 de junio de 2017.
https://www.clarin.com/sociedad/20-junio-dia-bandera-nacio-feriado-memoria-manuel-belgrano_0_ryaVM3HmZ.html

14.6.17

Malvinas: Los recuerdos de guerra de un subteniente que luchó junto a 47 heroicos soldados en la sangrienta batalla final

El hoy coronel Esteban Vilgré La Madrid -que tenía 21 años en 1982-rinde homenaje a sus hombres: “Fui su jefe, pero de ellos aprendí humildad, y hasta qué punto dieron con alegría su vida por la Patria”

 Entra al estudio de Infobae con su uniforme de coronel del Ejército Argentino. De impecable uniforme, "porque es mi segunda piel", dice. O acaso la primera, pienso, después de oír su narración de la guerra de Malvinas. Porque a lo largo de la entrevista ha repetido con énfasis: "Nací soldado, siempre quise ser soldado, y nunca dejaré de serlo". No por influencia familiar: su padre es profesor de historia y trabajó en Tribunales: un civil en estado puro.

 Lo presento: Esteban Vilgré La Madrid, 56 años, y además de hombre de armas, ex rugbier (wing forward de Olivos). Dato no menor. El rugby como deporte, táctica y estrategia… estará en el campo de batalla.

 Cuando estalló Malvinas, en apariencia, corrió con ventaja: a sus 21 años ya estaba en el Colegio Militar, y pisó esas soledades de turba, frío y llovizna al mando de 47 hombres como subteniente. Es decir, bautismo de fuego prematuro, y como jefe…

 La entrevista transcurre en el mediodía del 12 de junio, a dos días y 35 años de la caída de Puerto Argentino. De la derrota.

El subteniente Esteban La Madrid, 21 años, en el Monte Dos 
Hermanas poco antes de partir en una patrulla
–Coronel, en la guerra hay dos fechas límite: el primer y el ultimo día.

–Sin duda.

–Quiero –necesito– que recuerde ese ultimo día. No por estadística: porque para entonces ya estaba escrita la bitácora del heroísmo, más allá del resultado.

–En realidad, ese último día, ese 14 de junio, empezó dos días antes en el combate del monte Dos Hermanas contra el comando 45 de los Royal Marines. Era el preludio del final, pero también el de muchas historias heroicas…

–¿Cuál era su estado de ánimo, y el de sus hombres?

–Teníamos confianza en que podíamos ganar… Pero no fue así en el combate de Monte Longdon contra los paracaidistas británicos…

La comunión con el padre Martínez Torrens, en Moody Brooke.
–Fue cuerpo a cuerpo…

–Ese tipo de combate define muy bien qué es la infantería: uno puede ver la cara del que viene a matarlo… y solo Dios es ayuda y testigo.

–¿Una imagen de ese combate?

–El soldado Guanes, paraguayo, que murió rezándole a la virgen de Caacupé. Llegamos a la base agotados y derrotados. Puerto Argentino ya había caído. Pero alguien nos ordenó esperar al enemigo, y seguimos luchando…

–Como dice la famosa fórmula, "hasta más allá del deber"…

–Allí se vio el temple del soldado argentino, y también el del británico, que para mí es el mejor del mundo. Esa misión nos evocó la batalla de las Termópilas (Nota: Segunda Guerra Médica, 480 Antes de Cristo, Esparta y Atenas contra el imperio persa). Esos 300 espartanos que prefirieron la muerte a la deshonra.

–¿En qué sentido fue comparable, salvando las distancias?

–Éramos apenas 60 u 80 hombres, y los británicos nos atacaron con toda su potencia de fuego: ametralladoras, morteros, cañones, y fuego desde fragatas en apoyo. Allí murió el soldado Bandini, que no quiso replegarse…

–¿Cómo pudo resistir ese 14 de junio, con ya todo perdido?

–Me ayudó el honor de los soldados argentinos. Lejos de volver a Puerto Argentino, nos ingeniamos robando comida (en la guerra todo vale…), y nos preparamos para combatir. Ese episodio me enseñó mucho para la vida…

–¿Por qué?

–Puerto Argentino estaba todo iluminado. El buque Bahía Paraíso (de transporte, carga y rompehielos) estaba todo iluminado. En las calles, gente caminando. Pero nosotros, mirando hacia el lado británico… El suelo temblaba. Pasaban ráfagas de ametralladora. Debíamos buscar al enemigo para un último combate. Teníamos las caras tiznadas. El cielo era cruzado por bengalas. Era el principio del fin…, pero también mi comienzo real como persona. Un nuevo bautismo.

Junto a parte de sus soldados, en la posición de bloqueo de Monte 
Challenger, a fines de mayo.
–Usted, a diferencia de sus soldados, ya estaba en la carrera militar. ¿Eso le daba superioridad, ventaja sobre esos muchachos?

–Yo era estudiante de cuarto año: todavía no había egresado como oficial. ¿Superioridad? ¡No! Fue al revés. Mis soldados tenían una excelente preparación: un año y medio de instrucción, y cuarenta intensos días en La Pampa. Vi sus caras y comprendí que me costaría mucho ganar su confianza, demostrarles que yo era el jefe.

–¿Cómo lo logró?

–Ganándoselos con humildad y ejemplo. Nadie se queda esperando una bala si tiene un jefe que lo maltrata. Me enseñaron muchísimo. Pude conducir y mandar en igualdad de condiciones. Fuimos 47 más uno…

–Hace un rato mencionó la palabra "muerte". De 47, solo perdió siete. Desde la estadística, y considerando la diferencia de fuerzas, una buena tarea. Pero, ¿qué siente un jefe ante la muerte de un soldado? ¿Cómo se asume?

–Le cuento un momento específico: Monte Longdon. Los británicos nos tiraban con todo. Separé dos ametralladoras, armas de apoyo. Teníamos que economizar munición, ser muy cuidadosos al disparar. El buen artillero tira ráfagas cortas y precisas. El malo, ráfagas largas e imprecisas. Vi una bola de fuego: ¡un cohete enemigo! Nos agachamos, pero Juan Horisberger no puede porque estaba cambiando el caño de su arma, y recibe una ráfaga en el pecho. Le largo una puteada y le digo ¡levantáte!, pero un compañero me dice "el soldado Horisberger está muerto". Lo miré y me miró. Todavía tenía la ametralladora en la mano, agarrada por la culata. Estaba muriendo. Corrimos, y otros cayeron…

Las carpas de la sección del subteniente Esteban La Madrid y el sector 
como reserva helitransportada en Moody Brooke (se ve al fondo ex 
cuartel de los Royal Marines).
–Vuelvo a la pregunta: ¿qué se siente?

–Es más desesperante la situación de los heridos que la de los muertos. Recuerdo que un soldado, comiendo Mantecol, me dijo frente a un muerto: "Qué suerte tuvo este tipo; para él, la guerra se terminó". Lo peor es la herida grave, morir desangrado. Por eso hay una oración que dice: "Pon calidad en mi corazón para que mi tiro sea certero, para que no sufra".

–En la vida civil, el equivalente a pasar del sueño a la muerte sin darse cuenta…

–Es así, sin duda.

–Volvamos al 14 de junio, coronel…

–El combate terminaba. Después de pasar por una barrera de fuego vimos las primeras casas de Puerto Argentino. El soldado Echave, de Lobos, muy jodón, me dice "Me quedé sin munición". Le contesto: "Ni loco te doy la mía. Quedáte atrás a ver si enganchás algo". Insiste: "Entonces déme su pistola, y si me tengo que morir me llevo un Yoni (por Johnny) conmigo". De pronto llega otra ráfaga, y hay que tirarse al piso, replegarse… Yo estaba sesenta metros más cerca de Puerto Argentino que él. Echave cae. ¿Qué hacer con los muertos en ese caso? Taparlos, ponerlos al costado del camino, y seguir. Y de pronto, un suceso extraordinario…

–Dígame…

–Ya en Puerto Argentino, con alto el fuego, sabiendo que arriba del cerro tal vez había soldados muertos o heridos, en una casa kelper abandonada, el soldado Britos me dice "saquémonos una foto. Me queda rollo en la cámara". Yo estaba golpeado, con los codos y las rodillas hinchados, no podía levantarme, y le dije: "¡Estás loco, una foto! Acabamos de perder la guerra. Nos dieron una paliza. Soy un mal jefe". Y él me para: "Mi subteniente, pelamos bien. Fue un gran combate, ¡merecemos esa foto!". Y sonrió con la cabeza levantada. Toda una lección… Alguien, en silencio, nos dio un vaso de agua.

–¿Algo más sobre ese día?

–Nos refugiamos en un viejo bunker de la segunda guerra. Me sentía un gran perdedor, un gran derrotado. Estaba detrás de una columna, iluminado por una vela de grasa de oveja. El subteniente Arroyo pasó lista. Sentí vergüenza. Un grupo se me acercó. Pensé: "Me van a pegar, por mal jefe". Se me acercó el cabo Fernández. Me paré. Y me dijo: "Subteniente… ¡feliz cumpleaños!". Era el 15 de junio. En efecto, mi cumpleaños. Y yo no me acordaba. Lloré amargamente por primera vez, y también por última.

“Esta imagen la tomó el fotógrafo Eduardo Rotondo. 
Yo estaba entrando a Puerto Argentino, el 14 de junio
 al mediodía…   detrás venían el Sargento Echeverría
 y el soldado Disciulo”.
–Leí que se lavaba y tomaba agua constantemente. ¿Por qué?

–Tenía miedo de que me mataran, y que mi madre recibiera mi cuerpo sucio. Hice eso, me vestí con mi mejor uniforme, y con turba me pinté un bigote antes de sacarme una foto, para que mi madre pensara que bromeaba…

–¿Qué significó para usted el rugby en la guerra?

–Templanza, fortaleza, lealtad… Y también estrategia y acción. Créase o no, en muchos de los combates actuamos con tácticas de rugby.

–¿Cómo fue la relación con su familia durante la guerra?

–Cerca del final, un helicóptero me trajo una carta de mi padre. Me decía "se acercan tiempos difíciles, cuidáte y cuidá a tus hombres, ¡viva la Patria!". Pero después supe que antes de mi llegada le dijo a mi hermana: "Es tan chiquito para morir".

“En Puerto Argentino cuando nos desplazábamos al lugar de reunión de 
prisioneros, cantando la canción del infante”.
.
En adelante, el coronel libra otras batallas.
 
 La primera: dirigir un centro de recuperación de ex combatientes golpeados por el estrés postraumático.

 La segunda, exaltar el valor y la capacidad del soldado argentino: "Sin contar la Segunda Guerra Mundial, en las Malvinas los británicos tuvieron la mayor cantidad de bajas por día que en toda su historia".

 La tercera, luchar por la verdad. "Fuimos despreciados, olvidados y calumniados por mucha gente, por películas y por libros. Pero yo no necesito ver esas películas ni leer esos libros para saber la verdad".

 La cuarta, recordar con orgullo que los británicos, en las misiones de Irak y la ex Yugoslavia, lo eligieron por su capacidad en la guerra de Malvinas, "a pesar de que en nuestro propio país nos acorralaron durante años con sueldos miserables. Yo trabajé muchos años de noche… para poder seguir siendo soldado. Para morir por la Patria si fuera necesario".

“En el Regimiento 6 de Mercedes,  el día en que regresamos de la guerra
 junto a dos camaradas. Nuestras familias fueron a recibirnos. Lo recuerdo
 con mucha emoción”.
 Y por fin recuerda el libro "No Picnic", del inglés Julian Thompson: la historia de la actuación de la 3a. Brigada de Comandos de la Infantería Británica en la guerra de las Malvinas 1982… con elogios a la tropa argentina, y hasta la conjetura de que con algo de suerte… el resultado pudo ser otro.

 En el final, Thompson dice: "El pueblo inglés lo entendió: ¿lo entenderá el pueblo argentino?".

✒ Alfredo Serra | Infobae | Martes 14 de junio de 2017.
http://www.infobae.com/sociedad/2017/06/14/malvinas-los-recuerdos-de-guerra-de-un-subteniente-que-lucho-junto-a-47-heroicos-soldados-en-la-sangrienta-batalla-final/

Dos conscriptos del BIM 5 detienen el avance británico

Malvinas: la épica historia de los conscriptos que detuvieron durante horas el avance británico

La rendición llegó el 14 de junio a las nueve de la noche. 
Los soldados  combatieron hasta el minuto final entre 
bombardeos constantes de la  flota británica.

 El monte Tumbledown fue el último punto estratégico defendido por los argentinos antes de la derrota en la Guerra de Malvinas. El combate que lleva su nombre, entre la noche del 13 de junio y las primeras horas del día siguiente, en 1982, depara historias inesperadas. Una de ellas, la de un grupo de soldados de servicios de la cuarta sección de la compañía Nácar, que sin ningún tipo de experiencia militar, detuvieron durante tres horas el avance británico.

 Un grupo de soldados de servicios del Batallón de Infantería de Marina Número 5 de Río Grande cambió sus elementos de limpieza por fusiles y sus escobas y carritos por granadas, y resistieron los embates del Segundo Batallón de la Guardia Escocesa, solos, al oeste del monte, en la primera línea de fuego. Recién cuando llegó la luz del día dimensionaron la crudeza del combate. Los muertos y heridos daban cuenta de ello. Muchos británicos han definido a esa batalla en la que se peleó casi cuerpo a cuerpo como el mismísimo infierno, el peor de los lugares, la más oscura pesadilla.

 De todo lo que se ha escrito en el Reino Unido y Argentina, casi nada rescata el valor de los soldados de servicios, que no eran otra cosa que civiles cumpliendo una carga pública, el servicio militar obligatorio. Sólo son mencionados en algunos libros que hablan de otros héroes.

 Habían recibido sólo 45 días de instrucción militar. Barrían el BIM 5, lo mantenían limpio, juntaban los "puchos" del piso, y lo hacían bien, tanto, que el jefe de servicios, el suboficial Julio Saturnino Castillo, tras encomendarles que lo pinten, les dio una semana de franco. Volvieron a sus casas. Fue la última vez que algunos de ellos vieron a sus familias.

BIM 5, el batallón de Infantería que se llenó de gloria.
El suboficial Castillo era un infante de marina destinado a servicios del BIM 5 por una diferencia con un oficial. Sus hombres rescatan su figura como la de un hombre que supo sacar lo mejor de ellos.

 Cuando se desató la guerra, Castillo reunió a sus hombres. "¿Quién quiere ir a Malvinas?", les preguntó. Todos dieron un paso al frente. José Luis Galarza, Héctor Cerles, Ricardo Fernández, Jorge del Valle Palavecino, Juan Carlos González, Pablo Rodríguez, Ricardo Sánchez , Félix Aguirre, Carlos Villa, Carlos Ibalos, Juan Carlos Gonzáles y Daniel Zacarías llegaron a Tumbledown al mando del suboficial Julio Castillo y el cabo Amílcar Tejada. Ninguno de ellos tenía chapas o medallas identificatorias, por lo que les pidieron que llevaran sus cédulas militares y las tuvieran siempre encima.

 Se ubicaron en el oeste del monte, en un espacio de 200 metros de largo por 50 de ancho, apoyados por algunos soldados de Ejército, que se ubicaron más atrás, en otras posiciones. Pero en su lugar, en ese extremo oeste de Tumbledown, estaban solos. Por allí los atacaron la noche del 13 de junio. Quedaron entre el fuego enemigo y el de la retaguardia.

 Daniel Zacarías tenía 19 años cuando fue a la guerra. "Todos teníamos el mismo sueño: queríamos volver a nuestras casas y tomar un mate cocido con tortas fritas. Nos pensábamos con nuestros hermanos y deseábamos volver por un futuro. Pero también pensábamos en lo que habíamos dejado en la casita del grupo móvil, que era el lugar donde estábamos los de servicios en el BIM 5: el queso, el fiambre, los cigarrillos. Al volver a nuestras casas, todo fue distinto a como lo soñamos. Los sueños se fueron y salió a la luz ese animal que llevamos adentro y que estaba herido", rememora a la distancia. Cada soldado es una guerra, una historia, una vivencia, un regreso más o menos amargo. El de Zacarías tiene sus peculiaridades.

 El 20 de mayo, Zacarías no estaba de guardia en Tumbledown, por lo que decidió dormir. Jura y perjura que lo despertaron tres veces, pero que al abrir los ojos, no encontraba a nadie. Cuando se despabiló por completo, recuerda que empezó a sentir olor a rosas y otras flores con un perfume intenso. Llamó a su compañero Carlos Villa y le preguntó si no olía lo mismo. Le contestó que no. Se angustió. Ese sentimiento lo acompañó hasta el final de la guerra. También empezó a sentir que alguien lo acompañaba. Tiempo después le daría un cierre a esa historia. Pero todavía faltaba el combate. En dos oportunidades los estallidos fueron cercanos a su posición. "Siempre digo que hubo milagros en Tumbledown. El grupo de Castillo, los que quedamos entre dos fuegos, pudimos morir todos y a la mayoría no nos pasó nada", evalúa a la distancia.

 Zacarías fue finalmente herido en la cabeza por el roce de una bala. Salía mucha sangre. Eso no impidió que ayudara a un soldado del Ejército cuyo nombre no recuerda y que también estaba herido. Lo dejó a resguardo junto a su compañero Pablo Rodríguez, que había sido herido al principio de la batalla. Los abrigó y los tapó con una carpa.

Escudo del Batallón de Infantería de Marina Nº 5.
 Todavía no entiende cómo hizo para arrastrarse por las rocas con la herida en la cabeza y volver a su posición. Lo que vino después fue lo peor del combate, el avance británico. Cree que por cada seis, siete tiros que disparaba, le devolvían cincuenta. "Tiraban con todo", sintetiza.

 En algún momento dejó de escuchar a Castillo, que murió en el combate. Y finalmente se rindió junto a su compañero Carlos Villa, con quien fueron tomados prisioneros. La guerra había terminado con una derrota. Zacarías volvió a Puerto Madryn en el Camberra, el 19 de junio de 1982. Ese día empezó otra guerra.

 Desde Puerto Madryn llamó a su hermana al lugar donde trabajaba en Resistencia, Chaco, pero ella no lo quiso atender, porque su familia había recibido un informe que lo daba por muerto. Llamó a su padre a la ferretería donde él trabajaba desde que tenía 14 años, porque sabía que su madre siempre iba a atenderlo allí. Pero el que levantó el teléfono fue su papá. Le dijo, sin pelos en la lengua, que él no era su hijo, que su hijo había muerto. Llorando, Zacarías le preguntó por su madre. No le dijeron la verdad.

 "En Puerto Madryn lloré, lloré y lloré en un hueco para que nadie me viera. No sabía a cuál de mis diez hermanos podía llamar. Cuando volví al BIM en Río Grande me enteré, porque pregunté, que mi madre había muerto", recuerda. Había sido el 20 de mayo, el mismo día que sintió que alguien lo despertaba, que recuerda un fuerte olor a flores.

 Los tres días siguientes desapareció del batallón. "¿Qué hice? Lloré, como estoy llorando ahora", cuenta entre lágrimas.

 Volvió a su Chaco natal. Tuvo varios trabajos. Sus hermanos le recuerdan que por aquellos días salía a correr en las noches alrededor de la casa y que gritaba. Ellos lo miraban en silencio. Él no se acuerda.

 La historia de Daniel Zacarías es la de un sobreviviente que nunca pudo atender su estrés postraumático, porque debió ocuparse de su padre y de sus hermanos, que a la vez fueron su apoyo. Durante 20 años no habló de la guerra, hasta que alguien le dijo que en Tumbledown, en ese lado oeste del monte, los británicos creían haberse enfrentado a un grupo comando.

 "Ese día sentí un golpe como el de esa noche en la que murió mi madre. Nosotros no éramos comandos y fuimos parte de la primera línea. Ese día Malvinas volvió a mi cabeza y empecé a recordar todo", comenta.


 El balance personal es negativo. "La guerra no me dejó nada. Perdí camaradas, a mi madre, y tuve que hacer de tripas, corazón; y decidir con qué problema me quedaba, si con la guerra o el drama de mi familia. Decidí ocuparme de mi familia", reflexiona.

 De los "Valientes de Servicios" murieron en el combate, además de Castillo, los soldados José Luis Galarza, Félix Aguirre y Héctor Cerles. Juan Carlos González falleció un día antes en una patrulla a la que llamaron "Chocolate", porque habían salido a buscar comida.

 De los sobrevivientes, sólo algunos fueron condecorados. Todos son un ejemplo de coraje. Jóvenes de 19 y 20 años, sin instrucción militar, llenos de sueños rotos. A Daniel Zacarías, en tanto, no le resulta fácil contar su historia. Remover las cenizas de la guerra y la muerte es lo más doloroso en la posguerra. Pero eso hace de él un ejemplo de superación.


✒ Alicia Panero | Infobae | Martes 14 de junio de 2017.
http://www.infobae.com/politica/2017/06/14/malvinas-la-epica-historia-de-los-conscriptos-que-detuvieron-durante-horas-el-avance-britanico/

La batalla en la que los francotiradores argentinos desafiaron el sueño imperialista de la ‘Pérfida Inglaterra’

 El 14 de junio de 1982 Argentina capituló oficialmente ante Gran Bretaña y reconoció su soberanía sobre las Islas Malvinas. La Junta Militar que regía el país lo hizo después de que las tropas inglesas conquistaran la capital, Puerto Argentino

 La toma de la ciudad se sucedió después de que el ejército argentino fuese derrotado en contiendas como la del monte Longdon. Una lid en la que los paracaidistas británicos pagaron un alto precio por la victoria



 Un 14 de junio. Tal día como hoy, aunque en 1982. Esa fue la fecha en la que Argentina capituló ante el Reino Unido y, tras una guerra que duró poco más de dos meses, abandonó las islas Malvinas. El enfrentamiento, breve en el calendario, marcó sin embargo un antes y un después en la historia colonial británica. Y es que, los militares enviados por Margaret Thatcher se enfrentaron a un enemigo que, aunque carecía de una formación equiparable a la suya, exprimió hasta la extenuación el valor en batallas como la de monte Longdon.

 En esta lid unos pocos soldados y francotiradores argentinos lograron detener durante doce horas el avance de una de las unidades de élite «british» más reputada: los paracaidistas ingleses. Conscriptos sin formación, jóvenes de 18 años... Todos ellos plantaron cara (e hicieron sudar sangre) a unos soldados que se habían curtido contra enemigos tan temibles como el IRA. Sin embargo, tras la capitulación de Argentina fueron olvidados por un país deseoso de desterrar de la memoria aquella derrota. Así fue hasta la década de los noventa, cuando empezaron a alzar la voz y se reivindicaron como veteranos de guerra.

 A su reconocimiento ayudaron, a partir de entonces, varias campañas de sensibilización y largometrajes como «1533 Km. hasta casa. Los Héroes de Miramar». Un documental galardonado a nivel internacional y que, rodado por el director de cine Laureano Clavero, recuerda la vida de ocho veteranos «antes, durante y después de la contienda». Tal y como explica a ABC el también fundador de la productora MIRASUD PRODUCCIONES, se embarcó en este trabajo allá por 2010 para evitar que las historias de estos personajes cayeran en el olvido. «Una sociedad que no reconoce a los compatriotas que fueron a pelear por su país, aunque sea en un contexto de dictadura, tiene un problema», afirma.

Un conflicto latente

 Las Malvinas (o las Falklands, como las denominan los británicos) son, en la práctica, un conjunto de pequeñas islas ubicadas a 480 kilómetros de la Argentina continental y a 12.000 de Gran Bretaña que también incluyen las Orcadas y las Shetlands del Sur. Tan solo dos de ellas –las más grandes- logran hacerse un hueco en la mente colectiva: la «Soledad» y la «Gran Malvina». El resto, al menos en Europa, han caído bajo el oscuro velo de la indiferencia que provoca la lejanía. Sin embargo, su soberanía (ejercida desde el XIX por el Reino Unido) ha causado a lo largo de la historia una extensa lista de enfrentamientos entre ingleses y argentinos. No en vano, en 1965 la resolución 2065 de la ONU confirmó que este era un «territorio en disputa» y llamó a las dos partes a llegar a un acuerdo político.

 Informe para arriba, documento para abajo, las hojas del calendario fueron cayendo sin que se hallara ninguna solución diplomática al conflicto. Y así siguió hasta 1982. Año en el que la Junta Militar argentina (dictadura, en términos profanos) esgrimió la soberanía de las Malvinas para, bajo la cálida sombra del orgullo patrio, esquivar problemas sociales como las desapariciones masivas, la inflación o el hartazgo popular. Con ese caldo de cultivo solo hubo que esperar a que un incidente prendiera la mecha del conflicto. Y este se sucedió el 19 de marzo, cuando una cuarentena de obreros enviados por el empresario Constantino Davidoff desembarcó en una isla cercana a las Malvinas (previa autorización inglesa) con objetivos comerciales y empresariales.

 En la popular obra «Malvinas. La trama secreta», los autores afirman que el grupo izó la bandera de Argentina en dicha isla. Un hecho que fue tomado por las bravas por los ingleses.


 A las pocas horas la «Royal Navy» envió un buque para obligar a los trabajadores a marcharse. Acción que, a su vez, contrarrestó el país latinoamericano movilizando a varias unidades militares. Así dio comienzo el conflicto. Un enfrentamiento que, a pesar de extenderse poco más de 70 días, acabó con la vida de un millar de personas y provocó decenas de miles de bajas.

 Los movimientos de tropas se materializaron finalmente el 2 de abril cuando (según se narra en el libro «Las grandes batallas de la historia» -editado por History Channel-) unos 70 infantes de marina argentinos y «100 integrantes de las fuerzas especiales» doblegaron a los Royal Marines ingleses que protegían las Malvinas.

 La primera ministra del Reino Unido Margaret Thatcher (que se había ganado a pulso el apodo de «Dama de Hierro» por su peculiar forma de hacer política) no titubeó. A pesar de la distancia, movilizó a más de un centenar de buques de guerra (entre barcos militares, de transporte y submarinos) y casi 30.000 infantes. Su declaración ante la Cámara de los Comunes fue clara: «Un territorio de soberanía británica ha sido invadido por una potencia extranjera. El gobierno ha decidido enviar a una gran fuerza expedicionaria tan pronto como todos los preparativos estén completados». Sus palabras resonaron como un trueno.
Mar y aire

 Solo cuatro días después, el General de Brigada Mario Benjamín Menéndez asumió el gobierno de las Malvinas e inició la construcción de las defensas para resistir el alud inglés que se le venía encima.

 En pocos jornadas posicionó en las Malvinas a más de 10.000 combatientes dispuestos a enfrentarse a los británicos. La mayoría, eso sí, conscriptos: soldados reclutados a toda prisa entre la población para engrosar las filas del ejército. Así lo señala el autor Fernando A. Iglesias en su obra «La cuestión de Malvinas». Bruno Tondin, en su libro «Islas Malvinas, su historia, la guerra y la economía, y los aspectos jurídicos su vinculación con el derecho humanitario», tilda a estos combatientes de «jóvenes sin preparación», aunque también de «valientes» que no dudaron en enfrentarse a los ingleses en nombre de su país.

 En mayo llegó la avanzadilla británica a las Malvinas. Y lo hizo sabiendo que debía asegurar el espacio aéreo si quería llevar a cabo un desembarco anfibio de forma segura. Para su desgracia, Reino Unido solo contaba con los cazas y bombarderos que podía desplazar en sus dos portaviones (unos 34), mientras que los argentinos sumaban más de un centenar de aparatos. Por entonces todavía se respiraba en el ambiente cierta calma, pues sobre la mesa no había una declaración oficial de guerra.


 Pero esa tranquilidad duró poco. Concretamente, hasta el 2 de mayo. En esa aciaga jornada, los británicos hundieron el crucero argentino «General Belgrano» al considerar que estaba llevando a cabo una serie de movimientos militares con intención de atacar a sus portaaviones. El ataque causó la muerte de 323 argentinos. Así definió la situación Rudulfo Hendrickse (destinado en el navío): «Había multitud de hombres heridos. La mayoría se había quemado. Había hombres cubiertos de aceite. Cuando llegué al bote salvavidas le dije a un marinero que viniese conmigo a buscar a algunos desaparecidos, como el comandante».

 La Junta Militar respondió tomando los cielos. A pesar de que los Harrier «british» dieron más de un quebradero de cabeza a sus enemigos, el enfrentamiento se saldó, para empezar, con la destrucción del «HMS Sheffield» a principios de mayo. Fue el primer buque inglés hundido en acción de guerra tras la Segunda Guerra Mundial.

 Ya era más que oficial. La guerra había llegado a las Malvinas. Un hecho que quedó todavía más cristalino cuando, el 21 de mayo, los británicos desembarcaron en el Puerto de San Carlos (al noroeste de la isla Soledad) inutilizando o derribando hasta 12 aviones y 3 helicópteros enemigos. Una vez en tierra, las tropas «british» se dispusieron a recorrer a pie los 80 kilómetros que separaban la cabeza de playa del premio final: Puerto Argentino (la capital de la resistencia).
Hacia Monte Longdon

 En las semanas siguientes los británicos comenzaron su lento pero inexorable avance hasta Puerto Argentino. Lo hicieron a base de fusil y experiencia militar. La misma que escaseaba entre unos defensores que, por otro lado, rebosaban sentimiento patrio y valor.

 Posición tras posición, los ingleses superaron a los latinoamericanos hasta lograr ubicarse a principios de junio a poco más de una veintena de kilómetros de la capital. Sin embargo, en su camino hacia la victoria se interponían varias unidades acantonadas en ubicaciones como el monte Harriet o el Dos Hermanas. De todas ellas, no obstante, la más destacable era la del monte Longdon, una de las últimas elevaciones antes de llegar al corazón de la resistencia y, por tanto, clave en la defensa. Si los británicos lograban dominar este terreno, tendrían a tiro su objetivo final.

 Lo que no sabían es que aquella conquista les iba a costar sangre y sudor. Y eso a pesar de que el monte Longdon estaba defendido únicamente (y según afirma Pablo Camogli en su libro «Batallas de Malvinas») por una sola compañía reforzada. Un total de 278 hombres (la mayoría conscriptos) pertenecientes a las siguientes unidades: el Séptimo Regimiento de Infantería, la Primera Sección de la Compañía de Ingenieros Mecanizada 10 y una sección de seis ametralladoras Browning de la Infantería de Marina.


 Las condiciones de los defensores eran más que precarias ya que, además del frío (soportaron una sensación térmica de hasta -4 grados, según explicó posteriormente el inglés Nick Rose), carecían de armas decentes y vituallas. «En lo único que pensábamos era en comer. Solo consumíamos sopa que, realmente, era más agua que caldo. Un par de veces nos dieron chicle», señalaba el soldado Luis Lecesse en el reportaje «Viaje al infierno. Batalla del Monte Longdon».

 Para enfrentarse a estas tropas, los ingleses enviaron al 3er Regimiento de Paracaidistas (o 3 PARA). Una unidad que, según explica en un dossier sobre la batalla Eduardo C. Gerding (militar y antiguo Jefe de la División Prestacional de la Subgerencia de Veteranos de Guerra), «constituye un cuerpo de élite hermético e intensamente competitivo». «Su rol como unidad de asalto frontal se ve reflejada a través de un arduo y prolongado proceso de selección que elimina a todos los postulantes excepto a los mas dedicados y agresivos», añade. Estos hombres estaban reforzados, a su vez, por seis piezas de artillería de 105 mm.

 A pesar de que la ventaja de los ingleses era, en principio, de poco más del doble, Camogli señala que la realidad era bien diferente: «Una sola compañía reforzada (278 hombres) tuvo que enfrentarse a todo un batallón (de casi 600 efectivos). La proporción inicial a favor de los británicos era de 2 a 1, pero si extendemos el análisis al poder de combate relativo, la proporción se ampliaba a 5 a 1».
La mina que inició la batalla

 El ataque comenzó en la noche del 11 de junio. Aproximadamente a las 20:01 (según explica Camogli), los ingleses avanzaron sobre la ladera del monte Longdon. Su objetivo era conquistar la cima avanzado sin ser vistos hasta las posiciones argentinas. Una vez allí, destrozarían sus líneas defensivas a quemarropa. Sencillo sobre el papel, pero más que complejo en realidad.

 En mitad de la oscuridad, la compañía A del 3 PARA avanzó por el norte, la compañía B lo hizo por el oeste, y la compañía C quedó en reserva.

 El paracaidista inglés Mark Eyle Thomas definió así el plan: «Se esperaba que la moral argentina y su resistencia fuese débil. Nos aseguraron que no habría campos minados. Los 3 PARA atacarían a pie […] Para contribuir al factor sorpresa el ataque sería silencioso. Cubierto por la oscuridad, nuestro pelotón […] avanzaría campo a través a lo largo del borde norte del monte antes de desplazarse al sur [...]. Allí uniría fuerzas con el 5to Pelotón y continuaría avanzando hacia la cima [...]. Nuestra Compañía A atacaría la cima mas pequeña».

 Apenas unos minutos después se sucedió el desastre cuando un soldado inglés entró de lleno en un campo de más de 1.500 minas que los argentinos habían instalado a los pies del monte. Sin percatarse de la trampa mortal en la que se había metido, pisó un explosivo.

 Así definió el suceso el hoy Teniente General Hew Pike -al mando de la operación-: «El avance inicial hacia el pie de la montaña fue silencioso y sin problemas, hasta que un cabo de la compañía B pisó una mina. La explosión le arrancó una pierna y el elemento sorpresa se perdió». Thomas, por su parte, explicó así el suceso: «Poco después de la medianoche avanzamos en formación escalonada. Cinco minutos después escuchamos una explosión seguida de gritos de dolor. Mi jefe de sección, el Cabo Brian Milne, había pisado una mina».
Primeros disparos

 Tal y como relata Thomas, a partir de ese momento se «desató el infierno». Desde la cima los argentinos comenzaron a disparar sus armas pesadas contra los paracaidistas de la compañía B: «El caos reinaba. Los argentinos gritaban las órdenes desde lo alto, seguido por ráfagas de armas automáticas, balas trazadoras y explosiones». Por si el nutrido fuego de fusilería fuese poco, los defensores dirigieron contra el 3 PARA una letal ametralladora de calibre 50 ideada, en palabras del inglés, para abatir aviones en pleno vuelo. La compañía B se vio detenida en seco.

 Mientras sus compañeros sufrían un torrente de cartuchos, la compañía A (ubicada en el flanco izquierdo) logró avanzar y superar la primera línea de defensa argentina. Posteriormente, la unidad se lanzó de bruces contra las posiciones enemigas ubicadas en el flanco derecho de los defensores, las cuales conquistó tras duros combates.

 En medio de aquel caos, los dos bandos lanzaron bengalas para iluminar el campo de batalla y distinguir a sus enemigos en la lejanía. Pero ya era tarde, pues la compañía A ya había entrado en lid a bayoneta calada.
Un feroz ataque... detenido

 Mientras la compañía A avanzaba, la compañía B se vio obligada a cargar contra las ametralladoras pesadas argentinas. Thomas definió así el asalto, que se llevó a cabo también a bayoneta: «Los hombres estaban detrás de mí y a mi izquierda, sus bayonetas brillando bajo la luna. […] Todos esperando la orden de atacar. En la Primera Guerra Mundial se dio la orden de ataque por el sonido de un silbato, con lo cual los chicos se lanzaban contra el enemigo. Más de 60 años más tarde estábamos haciendo básicamente lo mismo pero sin el silbato. "¡Carga!" Pasamos la cresta y corrimos hacia el enemigo. Disparaba mi arma y no pensaba en nada. Sin dudas, sin miedo, como un robot. Seguimos como imparables, sin inmutarnos por las grandes armas».

 El ataque logró desalojar a los argentinos. Sin embargo, el 3 PARA no pudo continuar su avance debido a dos contrincantes inesperados. El primero fueron las baterías de artillería que, de improviso, empezaron a apoyar desde la lejanía a los defensores. El segundo fue mucho más determinante: el continuo fuego de los francotiradores. Combatientes entrenados que hicieron buen uso de los escasos visores nocturnos que habían puesto a su disposición los mandos.


 Tanto Camogli como Gerding hacen hincapié en el papel de estos militares. El último, de hecho, se deshace en elogios hacia ellos: «La totalidad de una compañía británica fue detenida durante horas por la acción de uno solo de estos francotiradores. Dentro los pocos francotiradores conocidos se encuentra el Cabo de Infantería de Marina Carlos Rafael Colemil».

 Animado por el fuego aliado, los argentinos trataron de recuperar las posiciones perdidas, sin lograrlo.
La compañía A

 Paralelamente, la compañía A continuó su avance hasta toparse con una línea defensiva formada por una sección de infantería que le paró los pies. Esa pequeña victoria dio un respiro a los argentinos, quienes se hallaban desbordados en todos los frentes. En un intento de restablecer las líneas, los oficiales ordenaron a las reservas de ingenieros cargar contra los paracaidistas para evitar la debacle. El plan funcionó a medias. Aunque estos hombres no lograron recuperar las pociones perdidas, sí detuvieron al enemigo.

 En las siguientes dos horas las balas surcaron los cielos y los francotiradores no alejaron el dedo del gatillo. Así lo explicó uno de los soldados argentinos presentes en la contienda, Alberto Ramos: «Esto es un infierno. Hay ingleses por todos lados y me cuesta identificar si los proyectiles que caen son los de nuestra artillería que nos apoya o de la artillería inglesa que los apoya a ellos».

 La contienda se estancó para la compañía A. Mientras, la compañía B se lanzó una y otra vez contra las posiciones defensivas argentinas, aunque fue detenida por el fuego de las ametralladoras y de los letales tiradores de élite. «En cada nueva carga, caían dos o tres soldados por el efectivo fuego de los francotiradores. Ante esa situación solicitaron fuego de apoyo a la artillería, la que respondió con rapidez y precisión logrando que sus hombres se reacomodaran en el terreno», completa Camogli.

A la conquista del monte

 A las cinco de la mañana, tras múltiples horas de contienda, el sol comenzó a alzarse sobre el monte Longdon. Por desgracia, lo que sus rayos iluminaron fue un campo de muerte. Para entonces, la insistencia de los paracaidistas había acabado con la resistencia. Casi sin munición y con la defensa desbaratada, los mandos argentinos dieron la orden de retirada a eso de las seis y media. Aunque eso sí, sabiendo que habían resistido durante casi medio día a la élite de las tropas inglesas.

 Hasta las 9 los paracaidistas ingleses no aseguraron el campo de batalla. Al final, lo hicieron a punta de bayoneta mediante una ofensiva que acabó con los escasos defensores que todavía había en el campo.



 «En esta carga final se registraron, según la denuncia efectuada por los veteranos de guerra argentinos, que fue confirmada en 1991 por Vincent Bramley -ametralladorista del PARA 3-, numerosos casos de fusilamientos de prisioneros y heridos argentinos. Bramley cita unos diez casos, pero es factible que hayan sido más», añade Camogli. Aquellos que ofrecieron resistencia fueron sacados de los búnkers y ejecutados a bayonetazos.

 Así explica los momentos finales de la contienda Russell Phillips en su libro «Un asunto muy reñido. Una breve historia sobre el conflicto de las Malvinas»: «La dura batalla resultante duró doce horas. El comandante británico del Comando 3, el Brigadier Julian Thompson, se acercó con la orden de retirada. Sin embargo, al final, con apoyo de fuego de artillería y fuego naval del arma de 4.5" del HMS Avenger , los británicos tomaron la montaña. Las pérdidas británicas ascendieron a 18 muertos y 40 heridos, mientras que las argentinas fueron 31 muertos, 120 heridos y 50 tomados prisioneros. Se otorgaron varias condecoraciones a los paracaidistas británicos por las acciones en la batalla, incluyendo una Cruz Victoria en forma póstuma».

 Tras esta batalla se tomó la capital. La capitulación se firmó el 14 de junio.

✒ Manuel P. Villatoro | ABC | Miércoles 14 de junio de 2017.
http://www.abc.es/historia/abci-guerra-malvinas-batalla-francotiradores-argentinos-desafiaron-sueno-imperialista-perfida-inglaterra-201706140112_noticia.html 

6.6.17

El rey ordena enviar un barco de socorro a las islas Malvinas



 6 de junio de 1771

 Este día, el rey Carlos III firma una Real Orden que dispone asistir al establecimiento emplazado en la isla Soledad con un navío de socorro, por cualquier evento que pudiera ocurrirle al gobernador. La medida se cumplió casi dos años después, con el arribo del bergantín “Santo Cristo del Buen Fin y Santa Lucía”;  que también se proponía producir el primer relevo del titular de la Gobernación de Malvinas.


 En 1767, había asumido el capitán de navío Felipe Ruíz Puente y fue relevado, en marzo de 1773, por el capitán de infantería Domingo Chauri como gobernador interino, quien permaneció en el cargo hasta el siguiente año.

 Ese bergantín se había incorporado al servicio de España recientemente, era de origen portugués y había sido apresado por el corsario español Manuel Trigo.

 La siguiente embarcación en llegar ese año a las Malvinas lo hizo en el mes de noviembre y fue “la fragata “Nuestra Señora de la Asunción”, trayendo víveres y dos contrabandistas condenados a sufrir destierro en el presidio de Soledad” (Ernesto J. Fitte. Crónicas del Atlántico Sur).

 En esos años, la monarquía española estaba alerta por la reiterada presencia de buques británicos en las inmediaciones de las islas y sobre todo después de 1765 cuando se consumó la instalación subrepticia de una factoría inglesa en Puerto Egmont, en la pequeña isla Saunders del archipiélago, que en las cartas náuticas españolas era conocida como de la Trinidad. 

 Simultáneamente, también se había detectado la radicación de los franceses en Puerto Luis, en la isla Soledad.

 El súbito interés de las potencias europeas por asentarse en Malvinas derivaba del creciente tráfico que registraba la navegación en los mares australes de barcos mercantes hacia Oriente, de navíos que trasladaban el oro y la plata extraído del subsuelo americano hacia España y de los piratas que pretendían asaltarlos.

 El litigio con los franceses se resolvió en forma diplomática y se retiraron cediendo las instalaciones a los españoles. Ese asentamiento se convirtió en el centro administrativo de Malvinas. 

 En tanto, la rivalidad con los ingleses motivó el envío por parte de Buenos Aires de una expedición punitiva que debió recurrir a un bombardeo para expulsar a los intrusos.
Las negociaciones diplomáticas posteriores les otorgaron a los ingleses unos años más de utilización de la factoría.

✒ Bernardo Veskler | El Diario del Fín del Mundo | Martes 6 de junio de 2017.
http://www.eldiariodelfindelmundo.com/noticias/2017/06/06/72373-el-rey-ordena-enviar-un-barco-de-socorro-a-las-islas-malvinas