17.9.17

La guerrilla inmolada del gral. Gary Prado


 Esta obra, cuya primera edición data de 1987, es la historia de la derrota de un movimiento guerrillero comandado por la mayor expresión de esa forma de lucha contra un Ejército que menospreciaba, convencido de que era tan fácil vencerlo que Bolivia sería solo un puente rumbo a Argentina, el destino principal. 


 El devenir de los meses en la selva desnudó su engaño para desembocar en el epílogo que todos conocen. Una de las grandes paradojas de la historia de la insurgencia y de las luchas políticas en América Latina aún por desmenuzar es que las izquierdas radicales convirtieron la derrota en un acto heroico que vendieron por todo el mundo. Los compradores, huérfanos de esperanzas, recibieron la narración sin espíritu crítico y aceptaron la versión cómoda que les daban sin oponer resistencia, para luego entregarla a masas y generaciones acríticas, impermeables a las observaciones del sentido común sobre los errores garrafales de quienes urdieron la campaña. Sin estridencias ni retórica, el general Gary Prado Salmón cuenta la historia de la guerrilla y el comportamiento de las Fuerzas Armadas bolivianas en los siete meses de insurgencia en la selva. Al final de la aventura, la mayor inconsecuencia fue el adiós a la arenga de ‘Patria o muerte’, de la que era un forjador, para entregarse gritando por su vida, “no me maten, soy el Che”.

 Una novedad en la obra para estos 50 años de aquel episodio es la breve presentación de La guerrilla inmolada en su cuarta edición. Para el autor, el título escogido lo dice todo. “Esta fue una guerrilla enviada al sacrificio, inmolada en el altar de las necesidades políticas de Fidel Castro de garantizar su liderazgo local y regional y su permanencia en el poder. Lo logró, sí, pero a costa del sacrificio de su propio pueblo, que aún no consigue recuperar su libertad y está anclado en un modelo político obsoleto y sin perspectivas”.

 Muchos de los que hablan de la campaña del Che poco reparan en examinar un hecho que sentenció al movimiento. Lanzadas las operaciones, ningún voluntario se sumó y los campesinos, que el comandante creyó que se levantarían entusiasmados con su presencia, fueron el mejor auxilio del Ejército para ubicar a los guerrilleros y derrotarlos. Con un desdén natural hacia la guerrilla y ante un discurso nebuloso que les ofrecía tierras en un país donde la idea de reforma agraria no cuajaba, pues en la región de los combates tierra era lo que más sobraba, para los campesinos la música revolucionaria era como ofrecer agua a los peces de un río.

 El autor subraya que el escenario para la insurgencia fue escogido sin que nadie lo hubiese recomendado como apto para la tarea. Distaba cientos de kilómetros de las fronteras más próximas e incluso de los centros urbanos bolivianos. No solo eso. El campamento construido resultó más débil que la casa de los chanchitos de los cuentos infantiles y fue tomado por el Ejército sin una sola escaramuza. 


  A la pérdida del que debía ser un refugio permanente e inexpugnable, se agregó la división de la columna, ocurrida tras desplazarse a la cabeza de la vanguardia combatiente dejando a la retaguardia (‘resaca’) en el campamento, para acompañar hasta Muyupampa a Regis Debray, Ciro Bustos y George Andrew Roth.


 Prado Salmón subraya la división como uno de los errores capitales del comandante. 

 La pregunta de por qué ocurrió esa división no ha tenido aún una respuesta satisfactoria. ¿Una improvisación porque estaba muy seguro de que el viaje sería tranquilo? O ¿era que el comandante ya estaba librado por completo a su suerte y sin esperanzas de recibir algún apoyo? La retaguardia escapó hacia el monte cuando llegó la patrulla del Ejército que tomó el lugar y los dos grupos nunca volvieron a encontrarse.

 El autor recuerda que era tan evidente la situación sin destino en que se encontraban que algunos insurgentes plantearon al comandante la disolución del movimiento. El Che los desoyó y la guerrilla continuó deambulando, cada vez más cerca del Ejército, que lo acorralaba. Prado Salmón sostiene que “la negativa a disolver la guerrilla tiene una razón de fondo: el Che no tenía dónde ir. Cerrado su retorno a Cuba (cuando Fidel Castro leyó una carta que se suponía que sería secreta hasta su muerte), ¿dónde podría refugiarse? Por eso la marcha hacia el ocaso tiene su justificación final en la continuación del movimiento hacia el enfrentamiento definitivo”.

 El autor juega fuerte pero la hipótesis que apunta a la responsabilidad de Fidel Castro en la guerrilla y su destino no es solo suya. Surge al amparo de la Guerra Fría. Argentino que nada le debía a Fidel sino al revés, era una espina en el zapato. Cuba sobrevivía gracias a la Unión Soviética y, a pesar de haber sido ignorada en la crisis de los cohetes cuando John Kennedy negoció directamente con Nikita Khurschev su desmantelamiento, el vínculo con los rusos era el único cordón que sostenía a su revolución. Puesta esta y el Che en la balanza, no había salida. 

 A partir de ahí, para compensar la derrota, comienza “la construcción del mito del guerrillero heroico, del gran idealista, del conductor militar y exitoso, con poca relación con la realidad”.


✒ Harold Olmos | El Deber | Domingo 17 de septiembre de 2017.

16.9.17

Campaña del Desierto: una guerra no es un minué

La campaña militar transcurrió desde 1878 hasta 1885.

A punto de cumplirse 140 años de la conquista militar, vale repasar los hechos recordando que es injusto evaluar a personas de otro tiempo con criterios de la actualidad.


 Por supuesto que en la campaña de 1879 se violaron los derechos humanos. También en la Revolución francesa, en la Revolución rusa, en la guerra de 1914 y en la Segunda Guerra Mundial, y por supuesto en la Revolución de Mayo: no olvidar las ejecuciones sin juicio de Santiago de Liniers y don Martín de Álzaga, héroes de la Reconquista.


 Una guerra no es un minué. Se cometen atrocidades. Es injusto, por otra parte, evaluar a personas de otro tiempo con criterios de 2017. Pronto se cumplirán 140 años de la Conquista del Desierto, acabada el 24 de mayo de 1879. Pero, en realidad, el conflicto con los indios comenzó en el siglo XVI y se puede decir que concluyó hacia 1890. Imposible resumir tres siglos en estas líneas.

 Recordemos que, a partir del siglo XVII, los historiadores y los antropólogos hablan de la araucanización de la pampa. Es decir, los araucanos de Chile, encerrados por la geografía, cruzaron los Andes para ganar espacio en la Argentina, donde abundaban los campos, los ganados salvajes y sólo encontraron la débil resistencia de los tehuelches. Los araucanos resultaron ser una raza militar, dotada de un lenguaje claro y fácil (el mapudungún) que fue adoptado desde La Pampa y San Luis hasta la Patagonia Austral. Hoy ya no quedan tehuelcheparlantes. Las tribus constituyeron una fusión de araucanos y tehuelches, con la lengua de los primeros y la vivienda de los segundos: el toldo nómade. El antropólogo Rodolfo Casamiquela señalaba, asombrado: "Los nietos de tehuelches se declaran mapuches" (!). Tanto el caballo como la vaca y el hierro fueron los aportes europeos a la indiada criolla. El proceso se afirmó cuando el chileno Juan Calfucurá (Piedra Azul) cruzó la cordillera, en 1830, con 200 hombres y atacó por sorpresa a los vorogas, originarios de Vorohué (Chile) pero instalados en Salinas Grandes (La Pampa), y pasó a degüello a sus jefes principales: Alón, Rondeado, Melín y varios otros. La tribu se sometió al temible Calfucurá y este fue proclamado, muy pronto, El Napoléon de las Pampas, y cacique general de la Confederación Indígena con asiento en Salinas Grandes.

 En 1855, el ejército araucano comandado por Juan Calfucurá, aliado de la Confederación Argentina, infligió dos duras derrotas al ejército porteño, la primera a Bartolomé Mitre, en la batalla de Sierra Chica, y luego en San Jacinto al general Manuel Hornos, que comandaba una fuerza de tres mil soldados bien armados: 18 oficiales y 250 soldados resultaron muertos.

 El 5 de marzo de 1872, con un ejército estimado en seis mil combatientes, Calfucurá inició la llamada invasión grande a la provincia de Buenos Aires. Mandaba una fuerza integrada aproximadamente por sus 1.500 lanzas de escolta, sumando 1.500 aportadas por Pincén, mil argentinos de Neuquén y mil chilenos traídos por Alvarito. Sólo los ranqueles de Mariano Rosas se apartaron de su mando, aunque pelearon por su cuenta. De esta forma atacaron los pueblos de General Alvear, Veinticinco de Mayo y Nueve de Julio; resultaron muertos alrededor de 300 criollos, cautivos, 500 vecinos y robadas, 200 mil cabezas de ganado.

 Los araucanos atacaban, así, durante décadas, asentamientos fronterizos, arreaban caballos y vacunos. Las mujeres capturadas eran retenidas por los guerreros o vendidas y los niños, ofrecidos por un rescate. El ganado robado se vendía a hacendados chilenos, que llegaron a instalar una población sobre el río Neuquén, llamada Malbarco, donde engordaban la hacienda antes de trasladarla a su país. Las autoridades chilenas consentían estas actividades.

 Así describía el francés Alfredo Ebelot, constructor de la famosa zanja de Alsina, lo que era un malón o una invasión india: "A eso de las diez una nube de polvo nos anunció que llegaba la invasión. Pronto se distinguió el mugido de los vacunos y, cosa más inquietante, el balido de las ovejas. Catriel venía, pues, arriando sus propias ovejas y todas las que encontró en el camino. Serían unas treinta mil para servir de relleno viviente y cruzar la zanja. Durante cuatro horas vimos sucederse las selvas de lanzas y las inmensas tropas de vacas y de caballos. Había por lo menos 150 mil cabezas de ganado".

 Más de mil colonos cautivos y un millón de cabezas de ganado, robadas, fueron el saldo de las incursiones indígenas entre 1868 y 1874.

 En 1875, adelantaba Julio Roca su proyecto para resolver el problema indio: "A mi juicio, el mejor sistema para concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del río Negro, es el de la guerra ofensiva que fue seguida por Rosas, quien casi concluyó con ellos". Opinaba Roca sobre la zanja: "¡Qué disparate la zanja de Alsina! Y Avellaneda lo deja hacer. Es lo que se le ocurre a un pueblo débil e infantil: atajar con murallas a sus enemigos".

 La guerra del Paraguay (1864-1868) postergó nuevamente el asunto frontera sur. Siguieron los ataques indígenas Durante la guerra, en 1867, el Congreso Nacional sancionó la ley 215. A través de ella se declaró la frontera sur a la ribera de los ríos Negro y Neuquén, con encargo de entregar a las naciones indígenas todo lo necesario para su existencia fija y pacífica, para lo cual mandó darles territorios a convenir; permitió una expedición general contra aquellos grupos que resistieran a las autoridades argentinas, que serían expulsados más allá de la nueva línea de frontera; autorizó la adquisición de vapores para la exploración de los ríos, la formación de establecimientos militares en sus márgenes y el montaje de líneas de telégrafo. Con gratificaciones para los expedicionarios, mediante una ley especial. Esta decisión se aplicaría 12 años después, en 1879.

 Sarmiento inició la modernización del equipamiento básico del ejército nacional, lo que resultó ser de fundamental importancia en la frontera sur, ya que reemplazó los antiguos fusiles y las carabinas de chispa por fusiles de retrocarga Remington y revólveres.

 Cuando Nicolás Avellaneda asumió la presidencia, el cacique Manuel Namuncurá le ofreció la venta de cautivos a 40 pesos oro cada uno y, a cambio de no invadir y alimentar a su población y tribus amigas, pidió: "Cuarenta mil pesos oro, cuatro mil seiscientas vacas, seis mil yeguas, cien bueyes para trabajar, telas de seda, tabaco, vino, armas, cuatro uniformes de general, jabón, etcétera".

 Adolfo Alsina, primer ministro de Guerra bajo la presidencia de Avellaneda, presentó al gobierno "un plan del Poder Ejecutivo contra el desierto, para poblarlo, y no contra los indios para destruirlos". Entonces se firmó la paz con el cacique Cipriano Catriel, que este último rompería corto tiempo después, cuando atacó junto a Manuel Namuncurá las localidades bonaerenses de Tres Arroyos, Tandil, Azul y otros pueblos y granjas en un ataque más sangriento que el de 1872. Las cifras hablan de cinco mil combatientes indígenas que arrasaron Azul, Olavarría y otros lugares vecinos, de trescientas mil cabezas de ganado, de 500 cautivos y de 200 colonos muertos. Habría que pagar rescate por los cautivos.

 El ministro Adolfo Alsina dirigió la defensa de los poblados y las estancias; se concentró en la provincia de Buenos Aires. Respondió al ataque, haciendo avanzar la frontera argentina. Para proteger los territorios conquistados y evitar el transporte de ganado tomado, construyó la llamada zanja Alsina, en 1876, que era una trinchera de dos metros de profundidad y tres de ancho con un parapeto de un metro de alto por cuatro y medio de ancho. La zanja Alsina fue declarada por Argentina una nueva frontera interior con los dominios indígenas: 374 km entre Italó (en el sur de Córdoba) y Colonia Nueva Roma (al norte de Bahía Blanca). Además, Alsina ordenó la instalación de telégrafos para enlazar los fortines a lo largo de la frontera. La construcción de la zanja, al ser sólo una medida defensiva, no resolvía definitivamente el problema de los malones: fue duramente criticada por algunos sectores, partidarios de una acción militar más drástica. Incluyendo al propio Julio Roca.

 Luego de los malones producidos en la segunda invasión grande, Estanislao Zeballos dijo que los indígenas se retiraron con un botín colosal de 300 mil animales y 500 cautivos, después de matar a 300 vecinos y quemar 40 casas.

 El presidente Avellaneda resolvió la Expedición al Desierto, comandada por su segundo ministro de Guerra, el general Julio Argentino Roca, en estricto cumplimiento de la ley del 25 de agosto de 1867, demorada 12 años por las dificultades políticas y económicas del país. Decía la ley: "La presencia del indio impide el acceso al inmigrante que quiere trabajar". Para financiar la expedición, se cuadriculó la pampa en parcelas de diez mil hectáreas y se emitieron títulos por la suma de 400 pesos fuertes cada uno, que se vendieron en la Bolsa de Comercio. Aunque prohibieron la adquisición de dos o más parcelas contiguas, esta venta fue la base de muchas fortunas argentinas.

 La ley, la expedición y la organización fueron discutidas en el Congreso y votadas democráticamente. Todo el país, sobre todo la población del campo, quería terminar con este martirio.

 Acompañaron también enfermeros y auxiliares. Los indios prisioneros y los niños, las mujeres y los ancianos fueron examinados por sus dolencias, vacunados y muchos de ellos remitidos a diversos hospitales de la muy precaria Buenos Aires de esos días.

Se calcula que en el primer año de la Campaña del
 Desierto murieron 1300 indígenas en combate.
 Esta no fue una guerra entre cristianos y "mapuches". Por empezar, la palabra mapuche no figura ni una vez en la copiosa correspondencia de Calfucurá: ver la obra de Omar Lobos, que reproduce textualmente todas las cartas del astuto lonco, redactadas en general por su "escribano", el cautivo chileno Elías Valdez Sánchez, durante el período 1854-1873. Existió una gran fusión de tehuelches y araucanos, gobernada por los indios chilenos que bañaron con su idioma toda la toponimia argentina (desde Chapadmalal hasta Lihuel Calel).

Integraron las tropas argentinas:
-Tribu del cacique Juan Sacamata, tehuelches septentrionales. En 1906, el gobierno argentino, en reconocimiento a su colaboración, les otorgó un territorio de seis mil hectáreas al norte del lago Musters, en el valle de Sarmiento.
-Tribu del cacique Manuel Quilchamal, tehuelches septentrionales cordilleranos.
-Tribu del cacique Catriel, tehuelches septentrionales araucanizados; vivían en la zona de Azul.
-Tribu del cacique Coliqueo, era el resto de los boroganos que se salvaron de la masacre de Masallé; se ubicaban en Los Toldos. Antes, los Toldos de Coliqueo.

Actuaron contra nuestro país:
-Tribu del cacique Tracaleu, araucanos.
-Tribu del cacique Marcelo Nahuel, araucanos.
-Tribu del cacique Juan Salpú, tehuelches septentrionales.
-Tribu del cacique principal Manuel Baigorrita, ranqueles; con sus tolderías en Poitahué.
-Tribu del cacique principal Epumer Rosas (o Epugner Guorr), ranqueles; con sus tolderías en Leubucó.
-Tribu del cacique Reumay-Curá.
-Tribu del cacique Pincén.

 Terminada la guerra, el 24 de mayo de 1880, así era el campo de detención de Valcheta según un colono galés: "En esa reducción creo que se encontraba la mayoría de los indios de la Patagonia (…). Estaban cercados por alambre tejido de gran altura. En ese patio, los indios deambulaban, trataban de reconocernos. Ellos sabían que éramos galeses del Valle del Chubut. Algunos, aferrados al alambre con sus grandes manos huesudas y resecas por el viento, intentaban hacerse entender hablando un poco en castellano y un poco en galés: 'poco bara chiñor, poco bara chiñor' (un poco de pan, señor)".

 Durante este tiempo, los prisioneros fueron trasladados masivamente a la isla Martín García, y luego recluidos en el Hotel de Inmigrantes. El Gobierno dispuso que los niños y las mujeres fueran entregados para trabajar como sirvientes de familias porteñas. El diario El Nacional dio cuenta así: "Entrega de indios. Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de Beneficencia".

 Un suelto en el mismo diario, 1884: "La desesperación y el llanto no cesan. Se les quitan sus hijos a las madres para regalarlos ahí mismo, a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que, hincadas y con los brazos al cielo, emiten las mujeres indias. En aquel marco humano unos se tapan la cara, otros miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra su seno al hijo de sus entrañas y el padre se cruza por delante para defender a su familia".

 En cuanto al genocidio, es un término acuñado en 1945, que no se concebía en el 1800. En realidad, tampoco estamos muy seguros de que se condene hoy, salvo en los discursos. El desgarrador destino de los indios fue el mismo que ellos procuraban a los cautivos cristianos.

 Lo que Roca logró, finalmente, concluyendo la obra de Rosas, Alsina y muchos otros, fue acabar con los asaltos a pueblos indefensos. La tierra fértil quedó disponible. En menos de 25 años, la Argentina era conocida como el granero del mundo. También se evitó la consolidación de un Estado tapón de matriz araucana, que pudo terminar en manos chilenas o británicas. Es decir, fue propiamente una ocupación del territorio argentino, en la que no hubo combates sino batidas. Y la Patagonia dejó de ser res nullius o 'tierra de nadie', tentación para las potencias.

 Pero decía la verdad el cacique Mariano Rosas cuando, ante las promesas de paz de Lucio V. Mansilla, respondía: "Ustedes, los blancos, en cuanto puedan nos van a matar a todos. Nos han dado vicios para que no haya malones: aguardiente, vino, tabaco, yerba, azúcar… pero no nos enseñaron a trabajar".

 Verdad: en las raciones de los caciques figuraban mazos de naipes, acordeones, vino carlón y pañuelos de colores, pero no pidieron (y nadie les dio) ni semillas, ni un arado, ni una pala.

 Ahora bien, tras una guerra de tres siglos (con intervalos) que se presenten unos "mapuches" a reclamar porciones de territorio argentino es como si unos supuestos vikingos exigieran la devolución del Palacio de Buckingham de Inglaterra, por ser "originarios".


✒ Rolando Hanglin | InfoBae | Sábado 16 de abril de 2017.

9.9.17

Alegato Ruda


 El 9 de septiembre de 1964 el embajador argentino José María Ruda pronunció su alegato ante el Comité Especial de Descolonización de la ONU en el que expuso los hechos históricos y jurídicos que dan razón al reclamo argentino sobre las Islas Malvinas.

 Pueden disponer de este histórico y aún vigente documento en el siguiente link del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina:

#Folleto: Malvinas, Ficciones y Hechos


Les presento un documento en español que espero me ayuden a diseminar con información sobre las Islas Malvinas:  Hechos y Ficciones sobre Malvinas

Hechos y mentiras británicas: La lucha argentina en las Naciones Unidas


 En septiembre de 1964, José María Ruda, Representante Permanente de Argentina ante las Naciones Unidas se dirigió al III Subcomité de la ONU sobre la Cuestión de las Islas Malvinas. Su intervención fue conocida más tarde como el Alegato Ruda.

 El Alegato Ruda condujo a la adopción de la Resolución 2065 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que confirmó los argumentos argentinos de que las Islas Malvinas pertenecen a la República Argentina y que son objeto de la ocupación británica. Al mismo tiempo, reconoció que existe una disputa de soberanía entre los dos estados- Reino Unido y Argentina- sobre las Islas.

 El discurso de 8000 palabras pronunciado por Ruda fue celebrado por la comunidad internacional, que respaldó la posición argentina. El Embajador Ruda hizo un relato detallado de los hechos históricos posteriores y anteriores a la ocupación de parte del territorio argentino y reveló que la posición británica se basa únicamente en la fuerza y en un plan de colonización sistemática que procura presentar hoy como relativa a un “derecho” que el Reino Unido sólo se describe como un “principio”: el de la autodeterminación de los pueblos sometidos a dominación colonial.

✒ Marcos Ruda | Hechos y Ficción sobre las Islas Malvinas 

Los habitantes de la Patagonia, en épocas de Roca y Avellaneda


 Durante su presidencia Nicolás Avellaneda prácticamente duplicó el territorio nacional y apaciguó la frontera a través de la denostada Conquista del Desierto, uno de los episodios más polémicos de nuestro pasado. 
 Para conocer esta etapa no ayuda el poco ético "relato histórico" que durante años se difundió en los medios de comunicación. Dejando de lado el contexto en el que actuaron Avellaneda y Roca. Veamos un poco al respecto. 
 Durante la segunda mitad del siglo XIX, los aborígenes que habitaban la zona meridional de nuestro territorio ya no eran autóctonos: se trataba en su mayoría de mapuches, llegados de Chile, que desalojaron a los pueblos originales, incluso masacrándolos como sucedió con los vorogas. "El núcleo más poderoso y temible de estos indios -explica Ruiz Moreno- se constituyó cuando el Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, facilitó el arribo y la radicación de un gran cacique para que, dominando a todos los demás, le permitiese tratar con uno solo y no con la diversidad de ellos. Los nativos originarios del suelo fueron aniquilados por los invasores 'chilenos' y así nació la peligrosa Confederación de Salinas Grandes, establecida en 1834".  
 El mismo Calfucurá -en carta al general Emilio Conesa- en abril de 1861 lo reconoció: "Le diré que yo no estoy en estas tierras por mi gusto, ni tampoco soy de aquí, sino que fui llamado por don Juan Manuel, porque estaba en Chile y soy chileno; y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras"
 Dueños legítimos o no del sur, el principal motivo por el que las autoridades nacionales tomaron cartas en el asunto fueron los malones y el posterior comercio de lo robado en Chile. Llegaron a "vender" a las mujeres cautivas. El gobierno del país vecino estaba al tanto. En 1870 el diputado Guillermo Puelma expresó ante el Congreso chileno:
 "En cuanto al comercio: veamos que el de los animales, que es el que más hacen los araucanos, proviene siempre de animales robados en la República Argentina. Es sabido que últimamente se han robado ahí 40.000 animales, más o menos, y que son llevados a la tierra; y nosotros, sabiendo que son robados, los compramos sin escrúpulo alguno, y después decimos que los ladrones son los indios. ¿Nosotros qué seremos?"
 Alfredo Ebelot -ingeniero francés que trabajó en la frontera durante algunos años- dejó sus impresiones al respecto: 
"País montañoso y agrícola, Chile produce poco ganado y consume mucho, gracias a los robos que efectúan los indígenas, de los cuales aprovecha solapadamente. Allí han sido conducidos los centenares de miles de bestias con cuernos que han ido desapareciendo de las llanuras argentinas desde hace veinte años. El sector de la pampa abandonado a los salvajes es recorrido incesantemente por compatriotas chilenos que van de tribu en tribu engrosando sus rebaños con poco gasto (…) Este comercio escandaloso ha contribuido mucho a perpetuar las incursiones"
 Nuestro gobierno protestó formalmente al chileno, pero solo obtuvo respuestas evasivas. La situación era alarmante. Roca, con carta blanca de Avellaneda, tomó las riendas y luego la Patagonia, esa de la que hoy estamos tan orgullosos.


✒ Luciana Sabina | Los Andes | Sábado, 9 de septiembre de 2017.
http://www.losandes.com.ar/article/los-habitantes-de-la-patagonia-en-epocas-de-roca-y-avellaneda

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Imágen: El rato de la cautiva, Mauricio Rugendas (1845)

6.9.17

José Javier Esparza: Nunca hubo un genocidio español en América


 El 12 de octubre de 2005, la agencia oficial argentina Télam emitía un texto donde aseguraba que “con la llegada de los conquistadores se inició un exterminio que arrasó con 90 millones de pobladores de la región y quebró el desarrollo cultural de este lado del Atlántico (…) El mayor genocidio de la historia”.

 ¿En qué se basa esta acusación? Se basa en datos que proceden de la propia época. Uno, muy concreto, son los censos de población india realizados por los españoles en el siglo XVI, que reflejan una reducción brutal del número de nativos. Por ejemplo, los taínos de Santo Domingo pasaron de 1.100.000 en 1492 a apenas 10.000 en 1517. Es decir, en un cuarto de siglo había prácticamente desaparecido la población precolombina de Santo Domingo y las Antillas. ¡Un millón noventa mil muertos en sólo veinticinco años! Esas cifras se extrapolaron después al resto del continente. Sorprende que un número exiguo de españoles fuera capaz de matar a tanta gente en tan poco tiempo, pero, al fin y al cabo, hay un testimonio de la época que lo afirma con toda claridad: el del dominico Fray Bartolomé de las Casas, que contrapone la mansedumbre de los indios a la crueldad de los españoles. Los españoles, en una generación, han matado a más de quince millones de indios, dice fray Bartolomé. Unas líneas más adelante, en ese mismo texto, el buen dominico multiplica esa cifra por dos. Irrefutable, ¿no? Pues no.

El genocidio imposible

 Primero, las cifras del genocidio son imposibles: ¿Noventa millones de muertos en un siglo y pico a manos de sólo 200.000 españoles, que más no fueron los que pasaron a América? Eso cuadra mal. ¿Un millón de muertos en poco más de veinte años, en un solo sitio, las Antillas, y en el siglo XVI, a base de ballesta y arcabuz? Es impracticable, sobre todo si tenemos en cuenta que, al mismo tiempo, los Reyes Católicos habían dado órdenes muy estrictas de tratar bien a los indígenas. Por otro lado, ¿quién hizo el censo? ¿Son fiables esas cifras? Respecto a Las Casas, ¿por qué denuncia tantos crímenes y, sin embargo, nunca dice dónde ni cuándo se produjeron, como tampoco da el nombre del criminal? ¿Y por qué da unas cifras y después, a medida que se va calentando, va subiendo el número de muertos sin temor a la contradicción?

 Y además, si esto pasó en América, ¿por qué no pasó en Filipinas, donde no hay noticia de genocidio alguno (no, al menos, hasta el que perpetraron los norteamericanos a principios del siglo XX)? Aún peor: Las Casas logró su objetivo y en 1547 la Corona prohibió el sistema de encomiendas, que según fray Bartolomé era la causa de las muertes, pero los indios siguieron muriendo. No sólo eso, sino que por dos veces se le autorizó a construir una especie de “república de indios”, que era lo que él reclamaba, y las dos veces sus asentamientos fueron atacados por los propios indios. ¿Por qué? ¿Qué pasa aquí? Nada encaja. Vamos a explicar lo que pasó de verdad.

 Primero, el asunto de la población. Directamente: los censos de la época no valen. Eso lo ha demostrado una norteamericana, Lynne Guitar, de la Universidad de Vanderbilt, que fue a Santo Domingo a estudiar la historia de los taínos y se quedó allí: hoy es profesora del Colegio Americano en Santo Domingo. Y la profesora Guitar descubrió que los censos no es que no sean fiables, sino, más aún, que son inútiles: cuando un indio se convertía al cristianismo y vivía como un español, o más aún si se mestizaba, dejaba de ser censado como indio y era inscrito como español. Y si luego venía otro funcionario con distinto criterio, entonces volvía a ser inscrito como indio, y así hay casos de ingenios de azúcar donde los indios pasan de ser unos pocos cientos a ser 5.000 en sólo dos años, y después la cifra decrece radicalmente para, de repente, volver a aumentar. Para colmo, los encomenderos –los españoles que regentaban tierras y explotaciones- mentían en sus censos, porque preferían trabajar con negros, a los que podían esclavizar, que con indios, cuya esclavitud estaba prohibida por la Corona, de manera que sistemáticamente ocultaban las cifras reales. Es decir que las cifras censales de los indios en América, en el siglo XVI, son papel mojado.

 ¿Cuántos indios había realmente en América? Según los cálculos de Rosemblat, que siguen siendo los más serios, la población total de la América indígena no pasaba de los 13 millones desde el Canadá hasta la Tierra del Fuego. Le recuerdo a usted la nota de la agencia oficial argentina TELAM, hace un par de años: “un genocidio de 90 millones de indios”. Jamás hubo tantos. ¿Mentía entonces fray Bartolomé al hablar de aquel exterminio? Quizá no a conciencia. Las Casas vio graves casos de crueldad. Y vio también muertos, muchos muertos. Era fácil conectar una cosa con otra. Pero hoy sabemos que la gran mayoría de aquellos muertos, que sin duda se contaron por cientos de miles, fueron causados por los virus, algo que ningún español del siglo XVI podía conocer.
La guerra de los virus

 También sobre esto hay estudios incontestables. Desde muy pronto se pensó en la viruela; se cree que la introdujo en América un esclavo negro de Pánfilo de Narvaéz, hacia 1520, y se sabe que hizo estragos en Tenochtitlán. Cuando Pizarro llegó al Perú, encontró que la población estaba diezmada por la viruela mucho antes de que ningún español hubiera asomado por allí la nariz: el virus había viajado por selvas y cordilleras a través de los animales. Estudios posteriores, como el del doctor Francisco Guerra, señalan sobre todo a la gripe porcina, la llamada “influenza suina”, como causante de la mortandad indígena a principios del XVI. El hecho es que los indígenas americanos, que habían vivido siempre aislados del resto del mundo, recibieron de repente y en muy pocos años el impacto combinado de todos los agentes patógenos difundidos por los buques europeos, sus cargamentos, sus animales, sus pasajeros. Un investigador de la Universidad de Nueva York, Dean Snow, precisa que la gran mortandad no tuvo lugar en el siglo XVI, sino después, cuando empezaron a llegar niños, es decir: tosferina, escarlatina, paperas, sarampión; fue letal. Del mismo modo que los primeros establecimientos españoles en América fueron diezmado por las fiebres, así también los indios, en gigantescas proporciones, fueron diezmados por los virus. Virus que sus cuerpos desconocían y que no pudieron resistir. ¿Recordamos algún caso más reciente? Entre los años 1918 y 1919, la llamada “gripe española” causó la muerte de más de treinta millones de personas en todo el mundo. Lo de América no fue inusual.

 Los estudios de los últimos treinta años son prácticamente unánimes: hubo ciertamente altas cifras de mortandad entre las poblaciones amerindias, pero las cifras se reparten por igual entre los indios aliados de los españoles y entre sus enemigos, y aún más, las cifras de mortandad entre los propios españoles son, proporcionalmente, más elevadas aún que las de los nativos. Es decir que la mortandad es cierta, pero no el genocidio.

 Hoy ningún investigador serio discute que la causa principal de la mortandad entre nativos y entre españoles fueron los virus: los indígenas cayeron a mansalva bajo el efecto de enfermedades que los españoles llevaron consigo y que en aquel mundo eran desconocidas, mientras que los españoles quedaban aniquilados por enfermedades tropicales –malaria, dengue, leishmaniasis, tripanosomiasis, etc.- que no sabían cómo tratar. Ya hemos citado el caso del Perú: cuando llega Pizarro, la población del imperio inca lleva varios años soportando los efectos de una dura epidemia de viruela mucho antes de que ningún español hubiera asomado por allí el morrión. Otro dato: cuando Hernando de Soto se encuentra con la misteriosa Dama de Cofitachequi, en la actual Carolina del Sur, lo que halla a su alrededor es un poblado convertido en necrópolis por el efecto de las enfermedades. La llegada a las Indias de los primeros niños europeos, con su carga de varicelas, sarampiones, paperas y demás, fue más letal que cualquier ejército. Mientras tanto, las expediciones de Bobadilla, Ovando y Pedrarias, por ejemplo, contabilizaban hasta un 50 por ciento de bajas mortales apenas dos meses después de haber desembarcado, los de Pizarro caían fulminados por infecciones, etc. Los avances de la Medicina en el último medio siglo han permitido explicar numerosos episodios de este género. Es asombroso que aún hoy tantos historiadores sigan renuentes a introducir el factor médico en sus narraciones de la conquista.

 De manera que hubo, sí, una mortalidad mayúscula de indios en América, pero no fue un genocidio. Un genocidio requiere que haya voluntad de exterminio. Eso no pasó en la América española. Pasará después en la América anglosajona, que sí ejecutó proyectos de exterminio deliberado de la población indígena. Esa misma América anglosajona que ahora maldice a Colón y los españoles.

La verdad de la Conquista

 La conquista española de América, la cruzada del océano, fue propiamente una conquista, es decir, una operación de dominio, de poder, y en su crónica surgen inevitablemente los mismos episodios de violencia, depredación y guerra que en cualquier otra conquista de cuantas la Historia conoce. Pero, al mismo tiempo, fue una empresa guiada por un innegable espíritu de misión en el sentido religioso del término: se trataba de convertir a la Cruz a pueblos que vivían al margen de ella, y por eso en la aventura aparecen elementos tan insólitos como la prohibición de la esclavitud, la protección legal de los indígenas, el mestizaje o la multiplicación de catedrales, universidades y hospitales a lo largo de todo el territorio conquistado. El resultado de todo eso fue un mundo nuevo: un mundo que ya no era el de las culturas amerindias, pero que tampoco era propiamente una España ultramarina, porque la América hispana muy pronto tuvo su singular personalidad. El antecedente más parecido que se le puede encontrar a este magno proceso es la construcción del imperio romano: del mismo modo que Roma creó en Europa un mundo sobre la base de su lengua, sus legiones y su derecho, así España creó en América un mundo sobre la base de su religión, su idioma y su ley.

 Enfrente estaban los indios, por supuesto. Pero también sobre este particular hay que hacer infinitas matizaciones y revisar numerosos tópicos. Los excesos románticos de la literatura indigenista nos han vendido la imagen del pérfido depredador español que llega a las Indias para explotar al buen indio, que dormitaba tranquilamente en la puerta de su bohío. Es una imagen ridícula. Primero y ante todo: los indios son tan protagonistas de la conquista como los propios españoles. Colón jamás habría podido instalarse en La Española sin la aquiescencia de una buena parte de los taínos. Cortés jamás habría conquistado México sin los tlaxcaltecas y otros pueblos aliados, como Pizarro jamás habría conquistado el Perú sin los tallanes, los huancas y los chachapoyas, entre otros muchos. Segundo y no menos fundamental: taínos, tlaxcaltecas, tallanes y demás pueblos aliados de los conquistadores se unieron a los españoles porque estaban siendo salvajemente explotados por los caribes, los aztecas y los incas, respectivamente. Esa era la realidad.

 La estampa del indio que dormitaba feliz a la puerta de su bohío es estrictamente falsa. Las comunidades amerindias, prácticamente sin excepción, eran sociedades muy conflictivas, muy violentas, donde unos pueblos aniquilaban a otros sin la menor contemplación, donde la esclavitud era una institución absolutamente convencional, donde las mujeres –en términos generales- eran usadas como objeto de cambio y donde los sacrificios humanos formaban parte de la vida cotidiana. Todo esto no fue un invento de los cronistas para legitimar la hegemonía española; todos los hallazgos arqueológicos lo confirman. Por eso los pueblos más débiles, los que sufrían la violencia de los más fuertes, se unieron a los españoles de muy buen grado: aquellos sujetos barbudos envueltos en hierro eran su única salvación. La conquista no se sustancia, pues, en un simple esquema “europeos contra indios”. La realidad fue muchísimo más compleja. Y así como hubo algunas poblaciones indígenas enteramente aniquiladas, hubo otras –de hecho, la mayoría- que abrieron la puerta a la conquista y contribuyeron a la radical transformación del continente. Las cosas fueron así. Nunca hubo un genocidio español en América.


✒ José Javier Esparza | La Gaceta (España) | Miércoles 6 de septiembre de 2017.

1.9.17

Lo ridículamente correcto



 Como el primer objetivo de la izquierda es acabar con la Iglesia, se ha dedicado a proteger a los musulmanes


 Gramsci, el ideólogo y fundador del partido comunista italiano, aconsejó a los suyos que se introdujeran preferentemente en dos ámbitos de la sociedad: la educación —incluido todo lo referente a la cultura— y la justicia. Lo primero porque, según él («Cuadernos de la cárcel»), las clases opresoras someten al proletariado a través de un lenguaje específico. Lo segundo porque, a través de jueces afines al partido, podían acosar y destruir moralmente a sus oponentes políticos. Gramsci es, pues, el «inventor» de lo que hoy llamamos «políticamente correcto»: un lenguaje específico que se utiliza para determinar qué se puede decir, quién lo puede decir y dónde se puede decir.

 El que no se somete a esta dictadura, es inmediatamente descalificado —«facha», «racista», «homófobo» y más recientemente «islamófobo»— e incluso es condenado por esos jueces afines, que no tienen ningún pudor en mostrar sus preferencias saltando luego a la política partidista, sin que eso arroje ninguna sombra de duda sobre las sentencias que han dictado antes.

 Lo «políticamente correcto» es una de las tiranías que la izquierda utiliza para controlar la sociedad. Como su primer objetivo no es ayudar a los «parias de la tierra» sino acabar con la Iglesia, se han dedicado a proteger a los musulmanes, con la esperanza de perjudicar a los católicos, además de tener entre ellos un nutrido caladero de votos. Como dominan la cultura, han logrado que incluso gente que no es de su línea política, se pliegue a sus deseos.

Es puro miedo. Miedo a los musulmanes radicales y miedo a no ser políticamente correctos y que los llamen «islamófobos». El resultado es el esperpento que ha estado a punto de tener lugar en el Liceo de Barcelona. En julio se dio la orden de que, al representar la ópera de Rossini «El viaje a Reims», la palabra «cruz» fuera sustituida por la palabra «amor». La denuncia de la cantante, Irina Lungo, lamentando que deba decir «el amor brillará», en lugar del original «la cruz brillará», y la presión recibida al saberse lo que iban a hacer, les ha hecho desistir de sus planes. Censurar a Rossini porque no es políticamente correcto, no es más que la consecuencia de la ridícula dictadura cultural a la que la mayoría se ha sometido.


✒ Santiago Martín | ABC | Viernes 1 de septiembre de 2017.
http://www.abc.es/sociedad/abci-ridiculamente-correcto-201709011910_noticia.html